Depresión post-electoral

11/07/2012 - 12:01 am

Aunque esta vez me dije, igual que hace seis años, que no me iba a involucrar emocionalmente en las elecciones presidenciales y aunque me aguanté bastante bien al principio de las campañas, terminé aventándome de clavado en este huracán electoral que nos acaba de pasar encima.

Después de tanta intensidad queda un vacío generalizado. Igual que en La historia interminable de Michael Ende (o en la película de Wolfgang Petersen), después de que la nada devoró todo a su paso.

Si bien, no había ningún fundamento estadístico para esperar que los cómputos distritales arrojaran resultados distintos al PREP, que a su vez fue esencialmente idéntico al conteo rápido, al final, nos queda esta sensación de insatisfacción que no compartirán aquellos que pronto recibirán sus constancias de mayoría.

Esta sensación es natural, aunque en la literatura científica no abundan los estudios sobre depresión post-electoral, la cual es sexenalmente familiar para la mayoría de los mexicanos.

Una discusión sobre el tema la aporta el doctor Andrew Harper, profesor asociado de psiquiatría en la Universidad de Texas en Houston, quien en 2008 explicó a la cadena ABC que el sentido (positivo o negativo) y la intensidad de la reacción de un elector depende tanto de factores personales como de si gana o pierde el candidato preferido.

Más aún, indicó, para personas muy idealistas la victoria del candidato preferido no necesariamente genera sentimientos de satisfacción. Comparó la victoria del candidato ganador con recibir todos los regalos deseados en navidad, con los que, después de un rato, te das cuenta de que no son tan emocionantes y satisfactorios como pensabas.

El proceso para sobrellevar la depresión post-electoral incluye entender qué fue lo que pasó, cuáles fueron los factores que llevaron a la derrota del candidato predilecto o más bien, a la victoria al candidato ganador.

Por ejemplo, la reelección de George W. Bush en 2004 fue desconcertante y deprimente para mucha gente. En medio de una guerra sin sentido y una economía en picada, el presidente Bush tenía un índice de aprobación en franca caída libre que ni siquiera llegaba al 50%.

Según el análisis del doctor Alan Abramowitz de la Universidad de Atlanta, la victoria de Bush, a pesar de la pequeña ventaja que obtuvo, no debió sorprender a nadie, debido a que en la historia de EE.UU. muy pocos presidentes no han logrado la reelección; quizás el más célebre fue James Carter.

Otro factor que influyó bastante en la segunda victoria de Bush, según el propio análisis de Abramowitz, fue que los republicanos hicieron mejor papel en movilizar a sus bases –voto duro y promotores del voto– que los demócratas. Con esto coincide el dr. Peter Dreier del Occidental College en California, quien además resalta que se apoyaron en las legiones de los llamados cristianos renacidos y de clubes de propietarios de armas. Al mismo tiempo, dominaron la agenda con temas como enmiendas constitucionales para prohibir el matrimonio entre personas del mismo sexo y dar marcha para atrás en los derechos de interrupción del embarazo. En cambio, los demócratas, quienes apenas echaron mano de algunos sindicatos para promover el voto, no fueron capaces de poner en la palestra temas como el fracaso militar en el Golfo Pérsico y la economía.

En nuestro país ganó el PRI porque fue mejor que los otros partidos en movilizar a sus bases el día de las elecciones, aunque fuera con chapuza. Esto, combinado con dos terribles administraciones panistas y la incapacidad de la izquierda fragmentada de presentar una propuesta atractiva para quienes no eran ya simpatizantes y de poner en la agenda electoral temas que fueran a la vez importantes y taquilleros.

Pero, ¿por qué nos deprime el resultado de las elecciones? Un grupo de investigadores encabezado por Adriel Boals, del departamento de Psicología de la Universidad del Norte de Texas, proponen que los eventos negativos son más difíciles de entender y de integrar en la memoria que los eventos positivos. Por lo tanto, son más desconcertantes.

Estos autores publicaron en la revista británica Memory una serie de cuatro estudios sobre la capacidad de las personas para separar las emociones de los eventos negativos en la representación cognitiva del evento negativo. Es decir, evaluaron la forma en la que las personas recuerdan los eventos negativos en contraste con los eventos positivos.

Uno de los estudios consideró, precisamente, a la ya mencionada elección de 2004 en Estados Unidos. Al cuestionar a estudiantes universitarios que participaron en el estudio, poco más de la mitad habían votado por Bush y, por lo tanto, su victoria les era positiva. En contraste, para el 47% que había votado por Kerry el resultado fue adverso.  Encontraron que, en general, en este segundo grupo había una inversión emocional más profunda que para el primero, pues consideraban que una segunda victoria del candidato Bush sería mala para el país.

Encontraron que entre los participantes del estudio también había una capacidad de separar las emociones negativas causadas por un evento de la memoria del evento mismo.  Al comparar los resultados con los de otro estudio sobre memorias del ataque terrorista al World Trade Center de Nueva York, los investigadores concluyeron que es justo esa capacidad de separar las emociones del recuerdo del evento lo que permite sobrellevar las experiencias negativas. De hecho, encontraron que la incapacidad de hacer esta separación del sentimiento con el recuerdo del evento negativo está fuertemente asociada con trastornos emocionales como ansiedad y depresión.

Los resultados de las votaciones del día 1 de julio son contundentes y aparentemente reales, como lo arrojó el recuento parcial de los votos. Sin embargo, los métodos para obtenerlos son, cuando menos, éticamente cuestionables. La frustración que sentimos con el resultado electoral es natural y conforme pase el tiempo, tendremos, por salud, que separar el recuerdo de esta elección de los sentimientos negativos que nos genera. De esta manera, las nuevas expresiones de participación ciudadana serán más duraderas y su vigilancia del actuar del gobierno será más efectiva.

Erick de la Barrera
Es investigador titular del centro de Investigaciones en Ecosistemas de la UNAM y miembro del Sistema Nacional de Investigadores.
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