Drink & dial… o su nueva modalidad… Drink & text

11/05/2012 - 12:02 am

De lo sublime a lo ridículo no hay mas que un paso.
Napoleón I

 

Todos tenemos de pronto una urgente necesidad de comunicar nuestros sentimientos, dudas, angustias e inquietudes o preocupaciones existenciales. Banales o relevantes, no importa.

¿Estoy haciendo bien mi trabajo? ¿Cómo voy a decirle a mi jefe que voy retrasado en la entrega? ¿Mi pareja me quiere? ¿Me estará poniendo el cuerno? ¡Tengo que escribir ese ensayo! ¡Dios, se me olvidó hablarle al cliente! ¿Cómo le digo a mi amig@ que su nuevo galán es un reverendo bruto? ¿Tendré trabajo el próximo mes? ¿Cómo voy a pagar la renta o la colegiatura? ¿Cómo enfrento a estos cabrones abogados? ¿Va a dejar a su pareja por mí?

Siempre existen horas razonablemente apropiadas para expresar estos pensamientos. Se me ocurre un café, una plática madura y amena con diálogo de por medio. Pero hay veces que por alguna extraña razón, nuestros mensajes parecen cobrar vida propia.

Lo malo es que ahora tenemos millones de medios para expresarlos a la opinión pública y un maldito aparado llamado iPhone o Blackberry que te permite hacerlo desde la comodidad de tu cama a la hora que te despiertes y desde el lugar donde te encuentres. En consecuencia y con frecuencia, después de estos episodios nos gustaría desaparecer de la faz de la tierra o irse de participante en la procesión del silencio en Taxco.

Así que estas tremendas ganas de expresarse sumadas a la facilidad de comunicación resultan en situaciones que van de la risa, a una ligera vergüenza, se transforman en pena abrasadora, alcanza un nivel patético y finalmente llegan a la locura total.

Entre los menos graves, puede uno llegar a decir que ama a su jefe en un “sentido empresarial”, acabar adoptad@ de una familia o ganarse hermanos no requeridos de los cuales algún día renegará o confesar la aversión por el mejor amigo de tu compañero de piso. Esto sólo por citar algunos casos de una amiga de una prima de mi vecino.

Una historia verídica se registra en mi familia. Mi padre era, digamos, un poco bohemio en su juventud. Y, perdidamente enamorado de mi madre, se le ocurrió ir a cantarle al pie de su balcón. El asunto terminó con unos escobazos de mi energética abuela. Es que claro, no había celulares.

No dudo que esto suceda desde los orígenes de la humanidad. Imagino que aquel hombre cavernícola enamorado alguna tarde de mayo llevó a su mujer cavernícola un pedazo de mamut para cocinar un rico estofado, para encontrarse completamente despechado porque aquella decidió irse con el jefe de otra tribu, y entonces decidió ir a pintar en las cavernas algún corazón roto. Y surgen las pinturas rupestres y, en un salto cuántico del tiempo, encontramos el origen de canciones como “Yo no nací para amar”, de Juan Gabriel, “Te solté la rienda”, de José Alfredo o la frase célebre “Me estás oyendo, inútil”, de la querida Paquita.

Lo delicado es la parte de las relaciones. Ahí sí que puede explotar la bomba. En tu sano juicio, no le dirías a una persona que conociste por cuatro horas que es el hombre o la mujer de tu vida, porque el único hecho que comparten un fanatismo tremendo por Woody Allen o que ambos piensan que “Blade” es la mejor película del mundo y a partir de ahí crees que es absolutamente necesario mandarle este mensaje de amor, donde le juras y perjuras que es la persona que estabas buscando. ¿O sí?

O ya entrada la noche y con algún tequila encima, te animas a poner un mensaje dramático por el famoso INBOX del Facebook a esa persona que no correspondió tu fantasioso romance, con una frase del siguiente estilo: Gracias por todo (jamás salieron), saludos y despedida, siempre tuy@, al estilo de las cartas románticas de antes.

O esta obsesión por revisar mensajes antiguos, repasar su significado, concluir que un TE PIENSO MUCHO no es suficiente y que entonces por lo tanto, NO TE QUIERE.

O quizás decirle que ya no va más. Así de la nada, porque a las 4 de la mañana tienes dudas y de pronto crees que el otro tiene que saberlo así esté en Nepal en un retiro de silencio y el monje budista se niegue a tomar tu recado.

También podría pasar que le declares tus deseos de empezar una amistad a un completo desconocido con altas probabilidades de que este te juzgue de lunático y jamás vayan por esas cervezas que le propones. Es decir, que el Direct Message del Twitter nunca te lo contesta y de pronto estás bloqueado.

Ah, porque esa es la otra. Bloqueos y desapariciones de la lista de tus 400 amigos de Facebook o seguidores de Twitter están a la orden del día. Y nunca falta el que en un arranque de ira por amor no correspondido (imaginario), le cancelas la solicitud, para una semana después encontrarte pidiéndole que sea tu amigo de nuevo, que acepte tu amistad cibernética y examinar por horas sus fotografías.

Y bueno, para ejemplos miles. Yo sólo digo que hipotéticamente esto podría pasar. No es que pase…no, no, ¡para nada! ¿O sí?

Por lo pronto, espero que este fin de semana alguien me confisque el celular para evitar pasar la vergüenza con mi significant other de cuestionar nuestra relación o intentar terminarla por mensajito.

No me queda más que intentar pensar antes de dar el paso. “AHORA” recuerdo una frase de Kahlo: “¿Qué haría yo sin lo absurdo y lo fugaz?” Probablemente ninguna de estas hipotéticas teorías, me concentraría en el aquí y en el ahora y no en mover con un dedo cualquier botón de un aparato electrónico, que se ha convertido en un mal (in) necesario.

 

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