José Chávez Morado fue dibujante, lector, pintor, caricaturista, escultor, diseñador, político, coleccionista, investigador y conferencista. Griselle Villasana Ramos condensa la vida del artista en el libro Chávez Morado en blanco y negro. La obra del artista se distingue por una notable hibridación de las culturas que conforman México. Más que un arte realista, se percibe el simbolismo desde el punto de vista de un individuo que vivió en la periferia.
Por Cristina Meza
Ciudad de México, 11 de abril (SinEmbargo).- José Chávez Morado advirtió que para describir y comprender la mexicanidad era necesario desempeñar distintas labores. Fue dibujante, lector, pintor, caricaturista, escultor, diseñador, político, coleccionista, investigador y conferencista. Sabía que era necesario explicar la profundidad del país y, desde allí, abrir un debate social sobre su historia, la cultura y la política. Su personalidad multifacética le permitió llegar hasta donde ningún artista había logrado.
En el libro Chávez Morado en blanco y negro, Griselle Villasana Ramos condensa en cinco capítulos la vida del artista. Recopila fragmentos de entrevistas, memorias y anécdotas más significativas para Chávez Morado. En “Días de infancia” se dedica a hablar de sus primeros años, sitúa los hechos en el Bajío, una tierra de abundancia conocida por ser un escenario de conflictos. En ese tiempo resultaba imposible mirar a otro lado que no fuera la guerra, la Revolución era sin duda un asunto cercano. Chávez Morado recuerda este hecho como un periodo de enclaustramiento, hambre y enfermedad que definió el camino inicial de su obra y agudizó su sensibilidad y conciencia.
Desde joven se interesó por el arte, en los estantes de la biblioteca familiar estaban los libros clásicos y algunos ilustrados con litografías y grabados que no tardó en copiar llevado por una curiosidad innata. Como muchos jóvenes que, en esa época, crecieron lejos de la ahora Ciudad de México, su educación era inconstante, fue el catolicismo la doctrina que tuvo un peso importante para él y, aunque al correr de los años, no considera la religión como un concepto relevante, la cultura que recibió gracias a ella (a través de la parábola y la metáfora) tiene un valor significativo, ya que fue su primer acercamiento al mundo que estaba más allá de lo visible para él.
En “Las verdaderas universidades” se da a conocer el interés político de izquierda de Chávez Morado. Se sabe que su obra es un mosaico que conjuga los signos más profundos de la mexicanidad y que sus intereses fueron más allá del academicismo, lejos de la ortodoxia de la época. Su idiosincrasia fue el producto de esa vida en provincia, rodeada de desgracia y miseria. Decidió tomar una postura firme y fue así como su expresión artística materializó las ideas que carecían de representatividad en el país.
La obra del artista se distingue por una notable hibridación de las culturas que conforman México. Más que un arte realista, se percibe el simbolismo desde el punto de vista de un individuo que vivió en la periferia. Sobre esto Raquel Tibol comenta que Chávez Morado tenía una preferencia a la sinceridad en el arte, se interesaba por la sencillez. Comprendió que la pintura era un lenguaje en proceso dentro de una nación acomplejada y su disciplina era un nuevo realismo no naturalista. Estaba convencido de que el creador y sus obras deben cumplir funciones sociales, educativas y recreativas. El artista debía encontrar sentido a su quehacer al tener al pueblo como público inmediato.
“Olga y los afanes” es un capítulo dedicado a la sólida relación que mantuvo con su esposa, la también pintora, Olga Costa. Para Chávez Morado, según revela una entrevista realizada por Carlos Monsiváis, su esposa era su crítica más exigente y honesta. Juntos desempeñaron una labor más allá del caballete. La pareja ocupó parte de su vida al coleccionismo de obras artísticas, el rescate de técnicas ancestrales del arte popular, la restauración de edificios, la creación de museos y la donación de adquisiciones a algunos recintos. A diferencia de otras parejas de creadores, ambos tenían un deseo de fortalecer al otro e inspirarse, esto les permitió desarrollar proyectos en conjunto y vivir una armonía casi absoluta hasta la muerte de Olga en 1993.
“Los lienzos, la gráfica y la caricatura” ahonda en la obra técnica del artista. En los cuadros de Chávez Morado es posible identificar influencias postimpresionistas, fauvistas, cubistas, surrealistas y estridentistas, desde luego con una mirada hacia lo popular. Hay perfiles arquitectónicos notables, la capital del país fue para él uno de los personajes más importantes de su pintura. Esta ciudad era un estímulo para Chávez, los cuadros que dedicó al tema reflejan el empequeñecimiento del hombre ante la modernidad y el desdibujamiento que existía entre el México del campo y el México de la ciudad.
Su pintura de caballete quedó ligada a los imaginarios populares: rituales, paisajes y fiestas de la región. Se interesó desde muy joven en la búsqueda de un trabajo artístico que mezclara lo popular con su ideología de izquierda. Algunos críticos describen su arte como el retrato de los perdedores, el pueblo que jamás obtuvo las victorias que la revolución les prometió. Sin embargo, es más un retrato de una nación ancestral con el contrastante de los problemas de siempre: la indolencia, la burocracia, el autoritarismo, la corrupción y desigualdad.
El capítulo final es “El otro muralismo” que se aproxima a la obra pública de Chávez Morado. Propone que para entenderla hay que partir de la idea de la integración plástica que se alejaba de los principios del muralismo. Chávez Morado, posiblemente influido por las ideas de Carlos Mérida y Clara Porset, planteó la necesidad de que la arquitectura y el muralismo se integraran desde su concepción como un todo. Creía que el arte pequeño también era arte. En diversas entrevistas, como la realizada por José de Santiago Silva, se refirió a sí mismo como un diseñador de obras escultóricas que le han sido encomendadas para complementar con cuerpos arquitectónicos contemporáneos.
Cabe destacar el desempeño de Chávez Morado como militante del Partido Comunista Mexicano, donde vivió las luchas internas y las purgas protagonizadas por sus distintas facciones. Participó en diferentes proyectos editoriales con dibujos cargados de ironía que tenían un profundo conocimiento político, un discernimiento histórico y compromiso social. Para el artista mexicano dibujar era mucho más que un ejercicio académico y circunstancial. Su contribución cesó hasta su muerte en diciembre de 2002. El legado de José Chávez Morado está vigente en este libro y en las grandes aportaciones que realizó en vida, dejando un debate abierto para comprender y explorar la mexicanidad.