Antonio Salgado Borge
11/03/2016 - 12:00 am
Matar al dios PRI
Si verdaderamente queremos liberarnos del PRI, y de todo lo que este representa, primero hay que entender por qué un mero cambio de partido en el poder ha sido hasta ahora claramente insuficiente.
Para ser un anciano de 87 años recién cumplidos, el PRI goza de cabal salud y se encuentra en plena forma. Recientes encuestas muestran que a pesar de toda la corrupción que se le ha documentado, y de que más de 2/3 de la población rechaza al desastroso gobierno de Enrique Peña Nieto, este partido continúa en posición de competir rumbo a la presidencia en 2018.
En el año 2000, algunos pensábamos que nos habíamos librado de una vez y para siempre del PRI. Fuimos ingenuos. Gracias a Vicente Fox y al PAN, esto claramente no ocurrió. La posibilidad de un cambio real se abrió de nueva cuenta en 2006, año en que el PRI terminó tercero en las preferencias electorales; pero durante seis años Felipe Calderón se encargó de tender una larga alfombra roja y terminó eligieindo ser el portero que diera la bienvenida al retorno priista. Las magníficas investigaciones publicadas por SinEmbargo a lo largo de esta semana dan cuenta de la fuerza que hoy posee el “Revolucionario Institucional”.
Si verdaderamente queremos liberarnos del PRI, y de todo lo que este representa, primero hay que entender por qué un mero cambio de partido en el poder ha sido hasta ahora claramente insuficiente. Acabar con el PRI pasa por aceptarlo como lo que realmente significa; y es que los atributos del PRI le llevan a no operar como un simple partido, sino como una suerte de dios que informa nuestro sistema político. Es preciso recordar que hablar del PRI es hablar del creador de nuestro corrosivo sistema. Si este parrido parece eterno es porque está ahí desde el principio, y porque como van las cosas seguramente estará ahí en caso de que haya final. El PRI todopoderoso se autodeificó desde su etapa de partido hegemónico, pero nuestra fallida transición no solo no le llevó a perder ese estatus, sino que en muchos aspectos reforzó sus atributos de deidad.
Para demostrar que el PRI aún hace las veces de dios –monoteísta, claro- en nuestro actual sistema político podemos empezar considerando su omnisciencia. En 2016, el Revolucionario Institucional parece conservar su capacidad de estar en todas partes al mismo tiempo; pero como el número de “partes” es actualmente mayor que las que había hace 87 años, en realidad el PRI está en más lugares. Así, el PRI se mueve con comodidad al interior de todos los demás partidos, cuenta representantes en todas “instituciones autónomas” y con cuadros juveniles deformando la cultura política en muchas preparatorias y universidades. Si bien es probable que este año el PRI como marca sea derrotado en estados como Quintana Roo o Veracruz -estados cuyos gobernadores son impresentables– y en algunos municipios importantes, estas eventuales derrotas pueden ser engañosas: en muchos lugares el PRI solo sucumbirá en el papel, y lo hará ante escisiones de su propio partido transmutadas en enjundiosas neooposiciones.
Recordemos que en Nuevo León, el PRI solo pudo ser derrotado por un candidato sin partido que recién había renunciado a décadas de militancia priista. Carlos Joaquín González o Miguel Ángel Yunes son producto del PRI y gobernarán con cuadros, intereses y formas emanados del PRI. Supuestamente Morena sería la excepción, pero el nuevo partido rápidamente ha copiado esta misma fórmula y postulara a ex priistas en varios estados . A este ritmo nos acercamos cada vez más al punto en que todos los partidos y candidatos podrán ser considerados oficialmente hijos del priismo.
Además, comparado con los demás partidos el PRI ha dado sobradas muestras de sapiencia. De una forma u otra este partido siempre se encarga de que su influencia no se vea alterada y cae de pie las pocas veces que tropieza. Sin duda el PRI ha probado ser el amo de las negociaciones y tiene una capacidad de cooptación mayor a la de los demás. No hay mejor ejemplo de ello que el “Pacto por México”, una alianza esperpéntica mediante la cual el PRI se hizo del aval del PAN y el PRD con el fin de realizar las reformas estructurales que tanto anhelaba, y de obtener la legitimidad que tanto le urgía. No solo logró el PRI todo lo que quería, sino que las monedas con que terminó pagando los servicios de estos partidos estaban forradas de papel dorado, pero rellenas de chocolate .
Tampoco es descabellado aceptar que nuestros otros partidos políticos se han ido moldeando a imagen y semejanza del PRI. No es que el PRI haya creado al PAN o al PRD –aunque una fracción de este partido sí provino del PRI-, sino que éstos han aceptado ciegamente el mito de que para “trascender” o “salvarse” es preciso parecerse al creador del sistema. Si la falta de verdaderas democracias internas, la compra de votos, los acarreos descarados, el nepotismo, los gobernantes corruptos, o los legisladores que defienden intereses distintos a los de sus representados llevan la voz cantante en todos los partidos del sistema mexicano, es porque a pesar de que esto les lleva al desprestigio, también les conduce a amasar más poder y a ocupar más espacios. Es decir, a ser más parecidos al PRI.
Me parece que no habrá mejor prueba de ello que la elección presidencial de 2018. Es probable que, a pesar de toda su maquinaria, el PRI no logre repetir en la presidencia. Pero todo parece indicar que esto no le hará perder su estatus divino. Sus principales rivales serán MORENA, que postulará a varios ex priistas -incluyendo a su candidato presidencial-; el PAN, que será representado por la esposa del ex Presidente que inició la descarnada violencia en México y que prefirió apostar al PRI antes que a su propio partido; “El Bronco”, quién hizo toda su carrera en ese partido; y el PRD, qué tendrá como representante a Miguel Ángel Mancera, un jefe de gobierno que ha bailado al son que el PRI le ha indicado y qué incluso entregó en charola de plata la cabeza de Marcelo Ebrard, su muy bien calificado predecesor y quién entonces principal activo político de su partido rumbo a 2018.
La trayectoria de estos personajes y partidos nos dice a gritos que pase lo que pase en las próximas elecciones el PRI se encarnará en los ganadores, logrando así conservar por seis años más sus atributos divinos. Matar lo que el PRI significa es una tarea larga y trabajosa que exige la sustitución de la fe en un cambio de partido en el poder por la construcción desde debajo de una cultura democrática y de empoderamiento ciudadano. O, para ponerlo en términos Nietzscheanos, es necesario desenmascarar al PRI y a todas sus formas, el engaño supremo de nuestro sistema político vigente, para darnos autónomamente nuevas metas y nuevas normas de conducta verdaderamente democráticas.
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