Óscar de la Borbolla
10/12/2018 - 12:03 am
Instrucciones para un balance
Sin embargo, no todos tienen no digamos la capacidad de autocriticarse, sino siquiera los arrestos como para cobrar distancia de sus certezas.
Sería deseable que de cuando en cuando o, por lo menos -como lo hizo Descartes- una vez en la vida, tomáramos las opiniones recibidas, todo lo que pensamos que es de un modo, y lo sometiéramos al poder de la duda. Un mundo muy distinto sería el nuestro si este ejercicio se generalizara: las creencias serían menos feroces y nuestras convicciones más flexibles y el mundo un espacio más habitable donde la relatividad haría posible una convivencia pacífica.
Sin embargo, no todos tienen no digamos la capacidad de autocriticarse, sino siquiera los arrestos como para cobrar distancia de sus certezas. Por ello, lo que sí es posible al menos es efectuar un balance existencial: unas simples cuentas aritméticas de lo que tenemos y de lo que nos falta.
En este inventario personal notaríamos, si lo hiciéramos honestamente, que hay en el haber más de lo que regularmente contamos y que también en el deber hay más ausencias de las que nos gustaría.
Ver la propia vida de cerca por el lado de los dones es difícil, pues solemos ser ciegos a las presencias continuas: lo que está ahí siempre lo damos por descontado, por obvio y, literalmente, parece no contar; por ello insisto: en el haber siempre hay mucho más de lo que creemos. Percatarnos de nuestro lote particular no es fácil. Y otro tanto ocurre con las faltas: solo notamos las carencias toscas, no tenemos una mirada analítica, desglosada y eso entorpece el poder remediarlas: no vamos paso a paso subsanando las fallas que sería el camino adecuado para resolver nuestros huecos.
Ver con cuidado y preguntarse: ¿qué hice?, ¿hasta dónde llegué?, ¿qué quisiera?, ¿qué ya no quisiera? son algunas de las preguntas que cada quien tendría que formular para poner su vida sobre la mesa. La vida desarmada en las piezas que la forman y uno con lente de relojero, pinzas de relojero, ánimo de relojero y, sobre todo, con esa paciencia, ver lo que hay para contabilizarlo y para solucionarlo.
La fecha, además es propicia: se está acabando el año y, aunque no es más que un cambio de nomenclatura, un 18 por un 19, estrenar calendario siempre implica un ritual de comienzo. Estamos por inaugurar otra cosa, parece conveniente intentar un balance.
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