Calero y los servicios de Salud en México

10/12/2012 - 12:00 am

Consternados por la repentina crisis de salud del ex futbolista Miguel Calero, del Club Pachucha, a nadie le sorprendió que haya sido trasladado de emergencia a un hospital privado en la Ciudad de México desde la capital del estado de Hidalgo en el helicóptero del gobernador. Confirmada la gravedad de la trombosis cerebral que terminó por quitarle la vida, a todo mundo le parece lógica la decisión que se tomó en su momento para garantizarle la más confiable atención médica.

En un país como el nuestro, se descarta por default la posibilidad de que el colombiano hubiera sido atendido hasta el final en un hospital público y mucho menos en uno de provincia como la ciudad de Pachuca. Más allá de la propaganda oficial, desconfiamos de la atención médica en las instituciones de salud pública, excepto, quizás, en las de alta especialidad, como los institutos de Cardiología, Neurología y Nutrición, por ejemplo, todos asentados en la capital.

En el diario Récord se publicó la noticia de esta manera, en una nota de Álvaro Cruz: “El colombiano arribó a Médica Sur a las 19:50 horas en el helicóptero del gobernador de Hidalgo, quien autorizó su préstamo para el traslado de Miguel a la Ciudad de México, ya que había sido atendido en un hospital de Pachuca, pero se decidió su traslado al DF para procurar la mejor atención médica inmediata”. Más claro, ni el agua. Y se merecía la mejor atención, por supuesto, como se la merece cualquier ser humano que se vea en una situación crítica que comprometa su salud y su vida.

¿Por qué vale la pena detenerse en esta parte de la historia? Cuando recién ha concluido el autodenominado “Sexenio de la Salud” caemos en la cuenta de que: 1) la capital mexicana sigue concentrando los mejores servicios de salud; 2) se sigue confiando más en los hospitales privados que en los  públicos; 3) no hay en la capital de Hidalgo un servicio suficientemente confiable para atender un accidente vascular cerebral.

Insisto en que no estoy diciendo que el hoy fallecido Miguel Calero no mereciera la mejor atención médica ante la crisis que se suscitó, sino que esa misma calidad en atención se la merecen todos los habitantes de México porque es un derecho constitucional, pero sobre todo porque en foros internacionales el ex presidente Felipe Calderón se cansó de afirmar que ya se había alcanzado el 100 por ciento de cobertura en salud y en la millonaria propaganda oficial nos mostraban cada cinco minutos a padres sonrientes, niños felices, madres agradecidas, por la atención médica que recibían gracias a la inversión pública en ese ramo.

Y realmente lo digo sin ironía. La llamada “cobertura total” es un asunto de élite. Es otro reflejo de la desigualdad en un país donde los funcionarios y legisladores tienen seguro de gastos médicos para la atención en hospitales privados aún cuando trabajan y gestionan presupuestos para servicios públicos. El club Pachuca pidió el helicóptero que usa el gobernador para trasladar al atleta repentinamente enfermo, y tratándose de un destacado jugador, el mandatario no dudó en prestarlo. Bien por el operativo y por aliviar la angustia de la familia Calero. Pero ¿qué hace un hidalguense común en una crisis de salud? Sólo puede confiar en que la atención que le darán en el hospital al que acuda en Pachuca, ya no en los municipios de menor tamaño, será la adecuada.

Hay que saber que la Enfermedad Vascular Cerebral (EVC) ya era en 2009, la tercera causa de mortalidad en México, en cifras cercanas a los fallecimientos por diabetes mellitus, tan de moda en estos tiempos. De acuerdo con datos del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía “Manuel Velasco Suárez” en ese año hubo 27 mil 954 muertes por EVC. Es además la primera causa de discapacidad en personas en edad productiva –el ex portero tenía 41 años– porque cuando no lleva a la muerte deja graves secuelas en la autonomía de quien la padece. De modo que las emergencias por trombosis, embolias o hemorragias cerebrales son comunes en México. Y no siempre hay un helicóptero oficial a la mano ni los recursos suficientes para atender al paciente en un hospital privado.

Es tan natural considerar que fuera de la capital del país los servicios de salud pública –incluso los privados– no son los más confiables, que aún el gobierno de Calderón demostró que no se creía sus propios spots cuando desplegó todo un dispositivo de atención médica de la mayor calidad en la ciudad de Los Cabos, Baja California, ante cualquier imprevisto que pudiera presentarse en la Cumbre del Grupo de los 20 o G20 que tuvo lugar en junio de este año.

Por si algo se les llegara a ofrecer a los líderes de las principales economías del mundo, fueron llevados a ese destino de playa equipos de alta tecnología para atender afecciones cardiacas, sobre todo, neurológicas y todo lo necesario para una cirugía de emergencia. Así lo mostró Noticieros Televisa en un reportaje en torno a los preparativos de la Cumbre. Los líderes mundiales podían estar tranquilos, su salud estaba blindada. Quien sabe si algún bajacaliforniano con una emergencia habría podido acceder a esos servicios de primer mundo en esos días, pero al menos pudo presumir que por unas horas  contaba con el mejor centro de salud en el país.

Si al menos una parte de esos 6 mil 860 millones de pesos que el ex Presidente destinó sólo en 2012 para publicitar sus logros de gobierno, en especial los del “Sexenio de la Salud”, se hubieran destinado a dotar al estado de Hidalgo de un hospital de alta especialidad con médicos bien pagados y los equipos de la tecnología más avanzada, habría sido innecesario recurrir al gobernador y su helicóptero. Y ni soñar con la posibilidad de una inversión por el total de ese monto para dotar a cada uno de los 32 estados del país con servicios de salud de calidad. Menciono lo del personal bien remunerado, porque ocurre que en hospitales de provincia sí se cuenta con tecnología de punta, pero no con el personal para operarla porque los más capacitados no se quedan a trabajar ahí por los bajos salarios. Se vienen al Distrito Federal.

Sin embargo, la realidad es muy distinta. Afuera del Instituto Nacional de Cardiología, al sur de la Ciudad de México, por citar un ejemplo, se sigue viendo gente que llegan de Puebla, Chiapas, Guanajuato, de la provincia pues, durmiendo sobre sus maletas porque debieron traer a un familiar a la capital a recibir atención médica especializada.

La otra opción era quedarse en sus lugares de origen a esperar su suerte.

Libertad Hernández / dis-capacidad.com
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