María Rivera
10/11/2021 - 12:00 am
Vacúnelos
Es irónico que el presidente que abandona a la niñez de su país, ande por el mundo promoviéndose como “humanista” y protector de los pobres.
No, no van a vacunar a los adolescentes, ni a los niños, ni pondrán refuerzos a adultos mayores y con comorbilidades. Como lo indicaba desde hace unas semanas en esta columna, el gobierno de López Obrador se niega a gastar un peso más en la vacunación. Esta decisión no tiene nada que ver con la ciencia sino con la política y más precisamente con la economía. No lo decidió el secretario de Salud, ni el subsecretario, lo decidió el presidente. Así como decidió que el coronavirus era muy leve, que había que seguir saliendo, o no hacer pruebas y seguimiento de contactos o no cerrar fronteras, o que los niños regresaran a la escuela sin estar protegidos. Han sido sus decisiones, motivadas por la ignorancia y la ceguera, las que han causado la peor tragedia de salud pública en el país.
La impugnación que su gobierno ha presentado contra la orden de un juez del Estado de México para vacunar a todos los mayores de 12 años, es solo la culminación de su negativa a usar los recursos públicos en la compra de vacunas de la farmacéutica Pfizer, que es la única autorizada para ellos. La noticia es indignante, por supuesto, pero no debería sorprender a nadie. Como él mismo explicó hace unas semanas, el motivo es económico: se niega a “enriquecerlas” a las farmacéuticas y gastar en cosas “superfluas”. Esto habla, elocuentemente, de lo que López Obrador cree, contrario a toda la evidencia científica. Está convencido de que los niños no necesitan las vacunas, ni los adolescentes, ni se necesitarán los refuerzos en poblaciones vulnerables. También cree que son preferibles las muertes por covid antes que gastar en prevenirlas, si son “pocas”. Para él, las personas que han muerto por la enfermedad son bajas colaterales, parte de los caminos de la vida, como ya nos cantó en uno de los shows musicales que ha montado en la mañanera, en el colmo del deshonor y la burla.
Es irónico que el presidente que abandona a la niñez de su país, ande por el mundo promoviéndose como “humanista” y protector de los pobres. Digo que es irónico porque la población que ha estado desprotegida y por ello ha fallecido en estos tiempos oscuros ha sido, mayoritariamente, la gente que carecía de recursos: para quedarse en casa, para atenderse en hospitales de calidad, e incluso para conseguir oxígeno. Esas personas a quienes no dio un solo apoyo económico, como sabemos, abandonó a su trágica suerte.
Tampoco han sido los niños ricos lo que han fallecido por falta de medicamentos oncológicos en el sistema público de salud, que su gobierno les retiró, sino los pobres. Así como los adolescentes y niños que se contagiarán no son los que podrán vacunarse en Estados Unidos o a través de un amparo, que son unos cuantos, sino el resto de la población. Pero eso no importa, el presidente va a Nueva York, a la ONU, a presentarse como benefactor de los pobres, con la misma retórica con la que engañó a una buena parte de los mexicanos que esperanzados votaron por él. Porque al presidente lo que le importa son las intenciones, los buenos deseos que él pueda mostrar, en otras palabras, su imagen como líder benevolente. Está convencido de que sus deseos, puros y desinteresados, son suficientes a la hora de gobernar y si la realidad le señala lo contrario, siempre podrá negarse a reconocerla, “campañas de mis enemigos” “zopilotes”, dirá, enfurecido.
Aún así, ni la propaganda, ni sus enojos y ataques contra los críticos de su gobierno, logran borrar lo que es ya una inocultable verdad: el presidente no solo no “ayuda” a los pobres, sino que desprecia profundamente sus vidas. No importa qué diga todas las mañanas, ni qué diga en Nueva York, ni que tuiteen sus fans y funcionarios, sino los datos duros e irrebatibles, constatables para cualquiera. Los niños enfermos de cáncer que han fallecido por el desabasto de medicamentos provocado por su gobierno; los niños y adolescentes que no están siendo contemplados en el Plan Nacional de Vacunación, aquellos que ya han fallecido por falta de una vacuna. No importa la enjundia y los afeites que se usen para ocultar la verdad, ahí están las tragedias, en miles de familias que han perdido a sus hijos.
Aún con la inmoralidad que los caracteriza, los propagandistas no lograrán que la historia no los juzgue y si no corrigen el camino y el presidente no vacuna a los menores, bien podría empantanarse en una batalla legal que podría desbarrancarlo, si es que el poder judicial sirve a los ciudadanos y no al poder ejecutivo. No sería la primera vez que le ocurre que su cerrazón y necedad lo lleva por caminos peligrosos, como ocurrió con el desafuero y el caso de El Encino. Solo que en esta ocasión, la injusticia claramente la estaría cometiendo él sobre los más vulnerables. Nadie, salvo los completamente ignorantes y fanatizados, podría defender dejar a niños y adolescentes vulnerables al covid. Nadie, con un gramo de decencia.
Tal vez, el presidente y sus asesores (si es que tiene alguno) no se den cuenta que esa batalla la tienen perdida, al menos en el terreno de la opinión pública, ese que tanto le importa. La aberración de no vacunar, es decir, proteger a niños y adolescentes de morir o enfermar gravemente, podría costarle más que una portada de los diarios y unas columnas.
Mientras, no queda sino decirle, de manera personal y ciudadana, a López Obrador, que no: los padres y madres de familia no llevaremos a nuestros hijos a la escuela, a contagiarse, indefensos como están. Hay que contestarle a sus llamados, “con todo respeto”, como él dice, con contundencia y claridad. No, señor presidente, hasta que vacune a todos los adolescentes de este país; cumpla con su obligación de garantizar su derecho a la salud y a la vida. Antes, no.
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