Un, dos, tres por mí y todos mis compañeros

10/08/2012 - 12:00 am

 

 

Primero vinieron a buscar a los comunistas, y yo no hablé porque no era comunista. Después vinieron por los socialistas y los sindicalistas, y yo no hablé porque no era lo uno ni lo otro. Después vinieron por los judíos, y yo no hablé porque no era judío. Después vinieron por mí, y para ese momento ya no quedaba nadie que pudiera hablar por mí

–El Pastor Martin Neimöller, 1945

 

Ni solidaridad ni compasión parecieran palabras de nuestro léxico. No todos los lectores habrán vivido el terremoto del 85 en la ciudad de México.

El sismo ocurrido el 19 de septiembre dejó unos 10 mil muertos y fracturó algo más que los edificios que se vinieron abajo o quedaron tambaleándose.

Ante la destrucción y el dolor de los muertos, así como de la ineptitud de las autoridades por actuar con velocidad y ética para rescatar a víctimas fatales y heridos bajo los escombros generó un sentimiento de enojo primero, y de solidaridad después, entre los habitantes de la metrópoli. Se decía, había surgido la sociedad civil.

La palabra solidaridad se extendió entre la población que en ese momento no tenía ni celulares, ni internet.  Una sociedad que a través de la radio, artículos que tenía en sus despensas o clósets y se organizó con palas, picos y uñas para ayudar a quienes habían perdido desde sus familiares hasta sus propiedades.

Sin embargo, poco nos ha durado la consolidación del movimiento social. Hoy entre la violencia, la displicencia de las autoridades por resolver los casos, la cerrazón de los medios a reportear la realidad pareciera que la solidaridad está ausente.  La gran nube de indiferencia nos gana en el país.

Es claro que hay un cierto desprendimiento o desapego que son saludables para el equilibrio emocional y mental, pero la indiferencia nos conduce a la insensibilidad, la frialdad emocional como una gran anestesia nacional que nos hace paraliza, que nos impide la identificación con los que sufren.  No hay afecto ni compasión por el otro y nos aislamos.

Después de los sismos del 85 comenzamos a escuchar de secuestros en la ciudad de México y era común escuchar: “Ah, pero eso sólo les pasa a los ricos”.  Ahora los secuestros ocurren hasta por 500 pesos. Participan hombres, mujeres y hasta adolescentes.  La extorsión se ha vuelto modus videndi para muchos que desde sus casas, la cárcel o de una cuadra a otra, exigen dinero a cambio de la libertad del vecino.

Después escuchamos de los feminicidios en Ciudad Juárez.  Lo mismo ocurría.  “Ah, pero eso es en el norte.  Acá no pasa nada” o “Bueno, pero ve tu a saber dónde andan luego metidas esas muchachitas para que les termine pasando eso”.  Y no hubo compasión por las muertas de Juárez, ni se intentó terminar con los ritos de iniciación de narcotraficantes y satánicos que se argumentaba eran los móviles en la frontera.

Podemos decir lo mismo de nosotros mismos cuando nos estacionamos en la banqueta frente al paso de las rampas para gente con capacidades diferentes.  “Ay… son sólo unos minutitos, no creo que nadie pase ahora por aquí”.  Y bueno… no es nuestro espacio. ¿Cuál es el afán de tomar hasta un espacio para alguien que ya tiene doble trabajo de andar en las calles?”.

Y ni qué decir cuando hay una protesta en la calle.  Sólo pensamos en que la gente nos estorba para llegar a nuestros trabajos o escuela, cuando muchos de los que están protestando es porque no tienen ni empleo, escuela o servicios de salud, cuestiones a las que como mexicanos también tienen derecho.

Lo mismo pasó con los periodistas. “Ah… pero eso sólo pasa en la frontera.  Además, ve tú a saber en qué andan metidos o si son ellos mismos los voceros de los narcotraficantes”.  O incluso sobre la periodista Lydia Cacho, quien ha denunciado la pederastia y de loca no la bajan porque se metió con el poder.

Y qué decir del proceso electoral. “Ay, ya van a comenzar a quejarse del resultado porque no les favoreció. Ya que se vayan a su casa”.  Sin importar los resultados, estamos claros que hubo elecciones amañadas, compra de votos, partidismo de medios y que gane quien gane, se necesita también denunciar y limpiar los procesos que garanticen la credibilidad y confianza en un sistema o en una sociedad que cada vez se ve más porosa y sin cohesión.

Y así podemos poner un sinnúmero de ejemplos. De todo lo que les pasa a los demás y a nosotros no nos va a ocurrir porque lo sentimos muy lejos.

Pareciera que nos anestesiaron y que no podemos solidarizarnos con los migrantes desaparecidos, con las jovencitas explotadas sexualmente o desaparecidas, ni con las causas de periodistas, sacerdotes, ciudadanos con conciencia cívica o padres de familia que luchan todos los días por denunciar las injusticias o dolor.

Esta semana pareciera que lo que les pasaba a otros en el Norte o en otros estados de la República ya pasa también en la ciudad de México.  Ya llegó, dicen, la violencia al centro y ahora parece más cercana a lo que muchos estados de la República vienen viviendo de manera sistemática desde hace unos  20 años y que en el último sexenio se han recrudecido.
La indiferencia es muchas veces una actitud de autodefensa, pero al a vez nos vuelve desconsiderados, miedosos y en ocasiones hasta arrogantes.   En este acaso de violencia y de indiferencia necesitamos hablar por nuestros conciudadanos y por nosotros mismos.  Vale recordar la frase infantil Un, dos, tres por mí y por todos mis compañeros.  Pero pareciera que ya no es así.  Un dos tres por mí y por mí y por mí.  Pero en algún momento nosotros tendremos que hablar por los otros y a la vez, otros por nosotros.

Soy feliz cuando gana la selección mexicana, me encanta ver que ganemos medallas o que nos condecoren en el extranjero por alguna investigación.  Me da orgullo también saber que tenemos grandes escritores, directores de cine, artistas, científicos y que hasta el Chavo del Ocho trasciende fronteras, pero no puedo dejarme de doler por los muertos por la violencia, por los muertos por la guerra contra el narco, por los desaparecidos políticos. Me duelen ver cada vez más autos negros convertidos en un ficticio escudo contra los bandoleros del siglo XXI, me duele leer que colgaron 14 cadáveres, que apilaron a otros 24 en una carretera o que simplemente no tenemos ya ni números claros de los migrantes centroamericanos que en su paso de sus países de origen a Estados Unidos, han desaparecido en México.

Recordando al Pastor Martin Neimöller, debemos apoyarnos en las causas justas. Debemos hacer notar nuestra voz denunciando la persecución de quienes lucha a favor de los desprotegidos con sus acciones cívicas, con le letra de sus reportajes o su vida cotidiana apoyando a los demás.  No dejemos que un día terminemos diciendo…  “Después vinieron por mí, y para ese momento ya no quedaba nadie que pudiera hablar por mí”

 

Hilda García
Estudio Periodismo en la Universidad Nacional Autónoma de México, obtuvo el grado de Maestría en la Univ. de Miami con el tema de los “Weblogs y la mediamorfosis periodística”.
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