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Adela Navarro Bello

10/07/2012 - 12:01 am

Dos caminos: el necesario deslinde de EPN, o el priísta que todos esperan que sea

Suponiendo sin conceder que la elección del 1 de julio de 2012 sea validada por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación; que el equipo jurídico de Andrés Manuel López Obrador no logre comprobar fehaciente y claramente la compra de votos, la indiscriminada utilización de dinero de procedencia no clara por parte del […]

Suponiendo sin conceder que la elección del 1 de julio de 2012 sea validada por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación; que el equipo jurídico de Andrés Manuel López Obrador no logre comprobar fehaciente y claramente la compra de votos, la indiscriminada utilización de dinero de procedencia no clara por parte del equipo de Enrique Peña Nieto, y no logren, como buscan, que los comicios sean anulados o invalidados, y por tanto el priísta del Estado de México pase de ser virtual presidente a convertirse en presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, éste tiene dos caminos frente a sí.

Uno, ser el representante del PRI que todos esperan de él. El primer priísta del país como ya lo adelantó Pedro Joaquín Codwell, lo cual significa un Presidente sin cuya venia las hojas de los árboles no se moverán y cuyo poder alcanza a propios y extraños en un abuso del ejercicio.

Dos, responder a los millones –poco más de 30- de mexicanos que no votaron por él pero que serán gobernados por él, en cuyo caso resultaría de suma importancia, necesidad y urgencia que Enrique Peña Nieto se deslinde de todo aquello que representa lo que los electores rechazan. Monopolios, transas, corrupción, inseguridad, injusticia, abuso de poder y privilegios a unos cuantos en detrimento de la gran mayoría.

Si el candidato electo eligiera el primer e hipotético camino, nada habrá cambiado en México durante los últimos doce años. Estaríamos entonces siendo testigos del regreso del PRI que nunca se fue, que nunca cambió, que nunca dejó de existir. El del disfrute indiscriminado del poder, el de las corruptelas a partir del presupuesto, el de la injusticia como base para la riqueza inequitativa.

Sería entonces como si los dos últimos sexenios jamás hubiesen existido, como si representaran un impase en el tiempo del ejercicio político y de gobierno en México, algo así como una pausa en la evolución de la clase política mexicana. Si Enrique Peña Nieto decide ejercer el poder de la presidencia de la República como en el pasado inmediato de ese partido, muchos mexicanos correrán peligro de ser reprimidos por sus ideales políticos, por sus aspiraciones sociales y su activismo; incluso por perseguir el sueño financiero. La migración incrementaría y la inseguridad disminuiría a razón de acuerdos, ceguera jurídica, mudez indagatoria y apócrifos pactos empeñando la seguridad social y la integridad física de los mexicanos.

El primer priísta de México como se conoce al Presidente del país emanado de ese partido, es el poseedor del dedo que designa candidatos, que mueve gobernadores, que nombra interinos, que promueve y paga campañas, que hace y deshace reputaciones, que libera, exonera y también encarcela a razón sólo de la voluntad de ser el primer priísta y el único autor de las decisiones.

Sin embargo, si en un momento de sensatez y verdadero compromiso con la nación, la democracia, y la alternancia política, Enrique Peña Nieto decide corresponder a todos los mexicanos y esforzarse por ser el Presidente que México necesita más allá de sus compromisos individuales, entonces sus primeras acciones como mandatario de este país deberán ser de deslinde.

Imagine usted que Peña decide no ser el primer priísta del País, y lo primero que hace es deslindarse de ese partido. Erigirse Presidente de México y no del PRI. Entonces deberá mandar una señal clara de que él no representa a ese viejo PRI, la encarcelación de un ex gobernador emanado de ese partido sería una excelente señal de independencia política de un presidente constitucional. Elementos hay y hartos para hacer justicia y castigar el exceso, la corrupción y el daño a la sociedad en Tamaulipas y Coahuila, por ejemplo. Tomás Yarrington ya es un prófugo de la justicia norteamericana, buscarlo para castigarlo en nuestro país en la presidencia de Peña, enviaría un mensaje de cero tolerancia a la impunidad de la que hoy día gozan gobernadores, además de hacer justicia y sentar el precedente de que México no tolera a quienes desde el poder arropan a criminales o favorecen la acción ilegal. Que en este país a los criminales se les encarcela sin importar ideología o partido.

En este escenario de un Peña Nieto que se deslinda para acabar con todo aquello que impidió que más de 30 millones de mexicanos votaran por él, Humberto Moreira, el priísta que lo ungió candidato a la Presidencia de la República y que es señalado de haber defraudado al pueblo de Coahuila por más de 34 mil millones de pesos, también encontraría castigos. Su investigación y probable consignación sería un hecho que no sólo mostraría la mano dura de un Presidente sino que lo haría ver implacable ante la comisión de delitos por parte de funcionarios o ex funcionarios de su propio partido.

Otro deslinde pertinente y necesario para construir una presidencia independiente y que sólo razona y acciona a favor de los mexicanos, sería de las televisoras. Que Enrique Peña Nieto haga realidad la tercera –y la cuarta si va en serio– cadena nacional, le enviaría el mensaje al duopolio televisivo de que nada les debe, nada les ha comprometido y que pugna por la mejora de contenidos y el crecimiento de los medios electrónicos a partir de la diversidad. Transparentar los gastos de la comunicación de la Presidencia y no concentrarlos en dos escenarios electrónicos, sería también saludable no sólo para la administración pública, sino para medios que desde la pequeña infraestructura no pueden competir porque no pueden crecer. Además que le quitaría el título que en el ámbito internacional le han dado de “Señor Telenovela”.

Enfrentar a Televisa y TV Azteca con una tercera cadena nacional, y con un reparto más diverso de los presupuestos de propaganda política, independizaría a Peña del estigma de producto mediático y al servicio de las televisoras, además le daría a los mexicanos todos más opciones y regulación en la asignación de presupuestos con dinero de todos.

Deslindarse de Arturo Montiel, de Jorge Hank Rhon, de Eugenio Hernández, de Mario Marín, de Javier Duarte conminando a la justicia la actuación precisa y expedita en los casos en los que se sospecha de estos hombres de tráfico de influencias, de comisión de delitos, atraería un ambiente de imparcialidad y equidad que los mexicanos todos necesitamos para creer en un sistema que huele a podrido de tanto favoritismo por unos y tanta saña contra otros, contra los que menos tienen.

Si Enrique Peña Nieto empieza –en el probable caso que la elección del 1 de julio de 2012 sea validada y que los hombres de la izquierda no puedan con sus argumentos y pruebas jurídicas invalidar los comicios demostrando la cínica compra de votos y el excesivo dinero extraño utilizado para adquirir voluntades a cambio de explotar las necesidades de los mexicanos pobres– por deslindarse de su partido, de los funcionarios y ex funcionarios deshonestos y criminales, y de las televisoras, el ambiente en el México del 2013 sería completamente diferente y promisorio en relación al vivido antes del año 2000. En esas condiciones de seguridad, imparcialidad, transparencia, justicia y diversidad, “El Chapo” cae solito.

Pero claro, todo eso sería posible si el virtual Presidente de México iniciara una administración de manera inteligente, porque de seguir como hasta ahora –con limitaciones intelectuales, sin ideas, sin conceptos, sin proyectos claros, profundos y sustanciales– Peña será sólo, como lo dijo Pedro Joaquín Codwell, el primer priísta de México, o sea el que todos esperan que sea. El digno representante de la presidencia comprada, del hombre bajo el influjo de las televisoras, bajo la dominancia de los priísta de dudosa calidad moral. Y ahí sí, a padecer los primeros seis años del regreso del PRI de siempre. ¿No?

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