Artes de México

REVISTA ARTES DE MÉXICO | El amor por las cosas mexicanas

10/06/2017 - 12:04 am

Entre 2003 y 2004, en Artes de México preparábamos un libro sobre la colección de Ruth D. Lechuga. Lamentablemente, con su muerte, éste quedó trunco. En esta ocasión queremos compartir con ustedes el fragmento de un manifiesto, preparado en aquellos momentos, en el que ella esboza algunos de sus puntos de vista sobre el arte popular.

Por Ruth Lechuga

Ciudad de México, 10 de junio (SinEmbargo).- Cuando la gente sabe a lo que me dedico, con frecuencia me pregunta qué es para mí el arte popular, cómo lo definiría yo después de tanto trabajar con artesanos. Yo les digo que hay que tener en cuenta tres consideraciones.

La primera es que el arte popular es un arte vivo, y por eso está en constante transformación. He escuchado a algunas personas quejarse indignadas de que se incorporen materiales modernos a las piezas artesanales porque dicen que se “pierde la tradición”. Lo mismo me he topado con personas a quienes no les gusta que se incluyan motivos de la realidad política, como hacen a veces algunos mascareros en sus piezas de carnaval. Pero quienes tienen una visión tan idílica del arte popular en realidad no comprenden su naturaleza.

Yo les diría que el arte popular es un arte vivo porque da voz a las inquietudes de una comunidad en un momento determinado. Por eso los artesanos incorporan los materiales que tienen a la mano o que pueden adquirir fácilmente, incluyendo latas de refresco, corcholatas y otras cosas que, de otra forma, terminarían en la basura, pero que encuentran una salida más creativa y más noble.

El arte popular da cuenta de las preocupaciones y las fantasías de cada comunidad. Por eso, es lógico que, en sus piezas, veamos algunos personajes de la vida pública como estrellas de cine, políticos y actores de televisión. Pero esto no mata la tradición, sólo le da una voz actual. En mi colección tengo, por ejemplo, una máscara que es la cara de José López Portillo. Fue hecha en la comunidad de Huazolotitlán, Oaxaca, en la zona mixteca de la Costa. Si, en cambio, pretendemos que el arte popular siga siendo lo que era tiempo atrás, entonces sí lo condenamos a morir porque la creatividad de los pueblos no es estática, sino que está siempre en movimiento.

El arte popular da cuenta de las preocupaciones y las fantasías de cada comunidad. Foto: RAM

En segundo lugar, hay que tener presente que el arte popular es un arte de uso, ya sea cotidiano o ritual. Cuando ciertas piezas se ponen de moda, hay quien las compra para usarlas como elementos decorativos. Y eso está bien, pero no es suficiente para comprender el arte popular. Las obras de los artesanos, además de ser de una gran belleza, fueron creadas para ser útiles, tanto para su vida diaria, como para sus celebraciones religiosas. Sus formas siempre están vinculadas con su función y con la creatividad de la que los artesanos echan mano para resolver sus problemas del día a día. Por ejemplo, hay cajetes de cerámica de la Sierra de Puebla en los que uno aprecia un rasgado en el fondo. Éste se hacía porque estas piezas servían para moler. Lo mismo sucedía con cierto tipo de jarras que tienen dos bocas, aunque sólo una de ellas se usa para servir. La otra es para permitir la entrada del aire y que no se genere un vacío que impediría al agua fluir.

Esto es en cuanto a la forma. Ahora, la decoración suele estar relacionada con las cosas que los artesanos encuentran en su entorno, como los animales, los ranchitos, los árboles. Pero también hay otros elementos que provienen de su fantasía, y hay motivos que combinan ambos mundos. Por ejemplo, en Huazolotitlán, Oaxaca, se hacen con frecuencia máscaras de tigre que se usan en la danza de tejorones. Anteriormente, los artesanos hacían un tigre inmenso y de unos colores increíbles, que correspondía a lo que imaginaban ellos como un tigre. Pero un día fueron al zoológico y se dieron cuenta de que los tigres no son así. Desde entonces, las máscaras cambiaron. Ahora tienen otros encantos. Son imaginativas de otra manera, pero responden más a los tigres de la realidad.

Hay una tercera consideración que es fundamental para comprender el arte popular: se trata de un arte comunitario. Sus formas han sido depuradas por generaciones y son, por ello, patrimonio de cada pueblo. Por eso, desde mi punto de vista, no es tan adecuado nombrar a “grandes maestros”. Ciertamente hay artesanos que se distinguen por su talento y dedicación, pero un título así trae más daños que beneficios a una comunidad. He observado que, después de que se nombra a algún “gran maestro del arte popular”, los compradores llegan sólo con este artesano, cuando suele haber en los pueblos algunos otros igual de talentosos. Esto, en ocasiones, desemboca en pleitos innecesarios entre familiares o vecinos que, muchas veces, lejos de compartir sus secretos en torno a ciertas soluciones técnicas, los guardan celosamente en detrimento de la calidad de las piezas de la comunidad.

Por eso, yo pienso que, en lugar de distinguir a los “grandes maestros”, habría que señalar a las “grandes tradiciones”, aquellas que se distinguen por su vitalidad y que, sin duda, nos permiten conocer no a uno, sino a varios artesanos talentosos. Por eso insisto en que no hay que perder de vista que el arte popular es una expresión comunitaria.

Fragmento tomado de Los otros rostros de México, Artes de México, número 100, homenaje a Ruth D. Lechuga. Disponible en esta página. Una sección de Artes de México para SinEmbargo.

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