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Fabrizio Mejía Madrid

10/03/2022 - 12:05 am

Operación odio

Los golpes blandos nunca son contra un Gobierno de derecha. Se organiza contra los gobiernos de izquierdas y se emplea a los otros poderes, distintos del Ejecutivo, para debilitar, denostar, y hasta destituir al Presidente.

El inicio de este 2022 será recordado por la exacerbación del sabotaje al Gobierno de la 4T. Y de su fracaso. El pasado martes las mujeres marcharon por toda la República mexicana en el Día Internacional de las Mujeres Trabajadoras y no hubo las refriegas, destrozos y policías martilladas por la espalda de otras manifestaciones. Tampoco la transmisión en directo por parte de las televisoras corporativas. Meses antes, se había especulado sobre algunos grupos de provocadoras que buscaban un muerto en la Ciudad de México. Pero, gracias a las mujeres policías y a la casi totalidad de las 75 mil asistentes, la amenaza no se cumplió. La imagen que atrapó el relato: las feministas de la 4T repartiendo flores a las mujeres encargadas de la seguridad pública en la capital de la República.

Unos días antes, después de la trifulca en el estadio Corregidora entre las porras de futbol de Querétaro y Jalisco, se difundió la noticia falsa de que allí habían muerto 17 aficionados. El mismo número que, una semana antes, se había falsamente contabilizado en un supuesto “fusilamiento” de personas en el Pueblo en Vilo, San José de Gracia, Michoacán. En éste evento criminal no existió evidencia de un ajusticiamiento en un paredón –como difundieron los medios–, sino una venganza del cártel de Jalisco en un funeral. Y en el partido de futbol, si bien se registraron decenas de heridos, no hubo muertos.

De estos tres sucesos se trató de extraer una idea ilusoria y deshonesta: México está en llamas. Ya en los últimos días de enero otra idea falaz y engañosa se había pretendido instalar por ciertos medios corporativos: que la corrupción era peor ahora que con Peña Nieto y, para probarlo, fingieron tener pruebas de un “conflicto de interés” del hijo del Presidente López Obrador. La idea se explotó hasta niveles grotescos, pero tampoco permeó como percepción generalizada. Sin embargo, creo que la intención no era que se creyera como cierta sino contribuir a un clima extendido de distorsión informativa para generar un malestar incierto, una desazón imprecisa, y vaga sobre el futuro. O, como lo dicen los comentaristas editoriales cada vez que pueden: “Veo pura destrucción, nada que se esté contruyendo”.

El golpe blando en los países de América Latina ha tenido estos componentes: acusaciones de autoritarismo; internacionalización de denuncias de falta de libertad de expresión o violación a derechos humanos; manifestaciones callejeras que terminan en trifulcas contra la policía; guerra psicológica de que viene un peligro inminente, como la inflación, o uno que no se ve como la corrupción; una percepción de ingobernabilidad; y, finalmente, el aislamiento internacional, es decir, de Estados Unidos. Eso ocurrió, en distintos niveles, en el Brasil con Lula y Dilma, en Ecuador con Correa, con Lugo en Paraguay, Cristina Kirchner en Argentina y, por supuesto, en el caso emblemático de Evo Morales. En este instante está sucediendo en el Perú de Pedro Castillo y, de alguna forma, se trata de instrumentar en México. Los golpes blandos nunca son contra un Gobierno de derecha. Se organiza contra los gobiernos de izquierdas y se emplea a los otros poderes, distintos del Ejecutivo, para debilitar, denostar, y hasta destituir al Presidente. La idea es impedir que los procesos democráticos creen alternativas viables al neoliberalismo. Para entorpecer el nuevo proyecto nacional intervienen los jueces, las organizaciones civiles ligadas a los empresarios, los medios de comunicación ligados a las fundaciones internacionales de los Estados Unidos, la academia universitaria, y los legisladores de oposición. Tras el triunfo electoral de las izquierdas latinoamericanas, todos estos sectores se agruparon en el boicot al nuevo gobierno, al que le negaron cualquier cooperación política, económica o simbólica. Pero veamos lo que ha quedado del intento de golpe blando en nuestro país.

Las acusaciones de “autoritarismo” comenzaron desde el desplegado de los intelectuales, Krauze y Aguilar Camín, el del llamado “deriva autoritaria” donde convocaban a los partidos del Pacto por México a defenderse de la mayoría de los ciudadanos. Según esta tesis indemostrable, el Presidente apabullaba a los demás poderes, el Legislativo y el Judicial, a la cultura y los universitarios, a las mujeres, a los ambientalistas, y a las organizaciones de la sociedad civil, donde se incluían a los institutos autónomos como el electoral, energético, y el de la información. Este tema tuvo su momento más álgido durante el inicio de la huelga estudiantil en el Centro de Investigación y Docencia Económicas, el CIDE, cuando varios profesores muy socorridos compararon a López Obrador con Díaz Ordaz; a la publicación de un acuerdo entre oficinas del Gobierno para agilizar las obras de infrestructura con un “golpe de Estado”; y a la contratación de ingenieros y médicos militares para asuntos de gestión y construcción como “militarización” del país.

La internacionalización de las denuncias ha sido reiterada y ha ido desde la visita de un candidato del PRIAN al Gobierno de Nuevo León a la OEA –sí, con Luis Almagro–, hasta la acusación del entonces líder de Coparmex, Gustavo de Hoyos, el 8 de junio de 2020, ante el rey de la Corona Española. Desde las páginas del Washington Post, el New York Times, The Guardian, The Economist, El País, otros intelectuales también muy socorridos han pedido la intervención del Presidente de los Estados Unidos, o del Departamento de Estado para que “moderen” el populismo del Presidente de México. Enrique Krauze suplicó una intervención extranjera el 15 de marzo de 2021 en el New York Times. Puedo acreditar que, en los días del primer encierro por la pandemia, una reportera de una agencia internacional me contactó para hacerme tres preguntas: “¿Qué rasgos psicológicos puedes decirme del Presidente López Obrador? ¿Qué piensas de que crea en la brujería para evitar la COVID? ¿Y cómo te ha afectado el que propicie los asesinatos de periodistas?” Soy una persona normalmente cordial pero ese día no fue el caso.

El calentamiento de la calle se ha intentado, también, de diversas formas. Se ha tratado de generar un movimiento feminista que está contra los derechos reproductivos pero a favor de las guarderías subrogadas como la ABC de Sonora. Se ha intentado por el lado de los estudiantes de posgrado, los becarios del Conacyt, y los del ya mencionado CIDE, usando el argumento de que el Presidente es enemigo personal de La Ilustración. También con los ambientalistas que merecen sus autos eléctricos para entrar a toda velocidad al Primer Mundo, y que ven la pobreza en la Península Maya como parte de la reserva ecológica que debe ser resguardada en su pureza. Pero ninguno de estos grupos existe más que en desplegados, memes, abajo firmantes, peticiones de que termine el cambio general de las coordenadas de la indignación.

La guerra psicológica ha recaído en los medios corporativos y en algunos youtubers que, desde antes de diciembre de 2018, fecha de la toma de protesta presidencial, recomendaban a la gente “cambiar sus ahorros a dólares”. Previeron un desastre económico que no ocurrió. Entonces, les quedó la violencia generalizada y el “me dueles, México”. Eso es lo que se trató de detonar, cada vez, con en este inicio de año, tomando como noticias explotables la casa del hijo del Presidente, el supuesto “fusilamiento” de Michoacán y los supuestos muertos del estadio en Querétaro. Todo debía confluir en la Ciudad de México con una gresca entre encapuchadas y policías. Pero privó la causa de la equidad de género y la seguridad preventiva sobre la agresión obtusa. Creo que fracasó la operación de odio detrás de la intención de que haya muertos, una obsesión de muchos ciudadanos desde el sexenio de Felipe Calderón.

La mentalidad de guerra es la creencia de que si el otro desaparece, tu vida mejora. No es la llamada “polarización”, que es poner en el debate público nuestros conflictos y articularlos en un proyecto de país. No. La mentalidad de guerra busca resolver la confrontación política y el disenso intelectual eliminando a una de sus partes. Esta es una herencia de Felipe Calderón que tuvo una base social en las calles hace ya casi 20 años. Ya nadie la recuerda, pero el 27 de junio de 2004 a muchos nos sorprendió una llamada marcha “blanca” contra la delincuencia, convocada por las cúpulas empresariales, las organizaciones filantrópicas, y los medios de comunicación. Esa marcha multitudinaria le sirvió, dos años después, a Felipe Calderón como base para transformar deliberadamente la violencia que generaba la desigualdad en una arrebato de guerra. La llamada marcha “blanca” de 2004 fue convocada durante el Gobierno de Vicente Fox por México Unido contra la Delincuencia, horno de donde salieron personajes como Isabel Miranda de Wallace, María Elena Morera y Fernando Martí. Hay que recordar que, en el momento en que Calderón inicia su guerra, dos años después, el 11 de diciembre de 2006, los homicidios llevaban una tendencia del 20 por ciento a la baja y los delitos eran el robo, el asalto y el secuestro. No había justificación para esa guerra, salvo esa marcha que sí demandó cosas como la pena de muerte y la militarización del país. Fue un auténtico “cacerolazo”, alentado desde el Gobierno de Vicente Fox y Martha Sahagún.

Diez años más tarde, en la Casa del Lago de la UNAM, se hizo un acto conmemorativo de esa marcha que convirtió un problema de impunidad y desigualdad de oportunidades en una acción de guerra, dislocación, y ejecuciones sumarias. Al acto enviaron sus cápsulas del tiempo con sus buenos deseos para el futuro –la conmemoración consistió en enterrarlas en terrenos de la UNAM– el entonces Presidente Enrique Peña Nieto, Miguel Ángel Osorio Chong como Secretario de Gobernación, y Miguel Ángel Mancera, Jefe de Gobierno del DF. Presidido por el Rector de la Universidad Nacional, José Narro, el acto fue adornado con la presencia inevitable de Claudio X. González, Roy Campos, y María Amparo Casar.

Ahora, esos mismos personajes han extendido su mentalidad de guerra contra el Gobierno legítimo de Andrés Manuel López Obrador. Pero aquellas masas vestidas de blanco, que trataban de pagar un boleto de metro con tarjetas de crédito, que fueron con sus sirvientas uniformadas a su marcha en el 2004, aun no aparecen en escena. Al menos en este inicio de 2022, las operaciones de odio y los apetitos de guerra han sido atajadas por una inédita prudencia.

Fabrizio Mejía Madrid
Es escritor y periodista. Colabora en La Jornada y Aristégui Noticias. Ha publicado más de 20 libros entre los que se encuentran las novelas Disparos en la oscuridad, El rencor, Tequila DF, Un hombre de confianza, Esa luz que nos deslumbra, Vida digital, y Hombre al agua que recibió en 2004 el Premio Antonin Artaud.

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