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Catalina Ruiz-Navarro

10/03/2015 - 12:05 am

“Working Girl”

Atrás quedaron las empresas que ofrecían “cursos de maquillaje” para todas las empleadas en el Día de la Mujer y ya más o menos se entiende que esos que regalan “una rosa para otra rosa” son unos pelmazos. Después de muchos años el mundo finalmente empezó a entender que el 8 de marzo, Día de […]

Fotografía: película “Working Girl”
Fotografía: película “Working Girl”

Atrás quedaron las empresas que ofrecían “cursos de maquillaje” para todas las empleadas en el Día de la Mujer y ya más o menos se entiende que esos que regalan “una rosa para otra rosa” son unos pelmazos. Después de muchos años el mundo finalmente empezó a entender que el 8 de marzo, Día de las mujeres, no es una variación del día de las madres o del día de San Valentín, que no se trata de que nos regalen flores y nos “agradezcan” por ser mujeres -algo que nos tocó en una lotería genética- al son de la canción de Arjona (que entre otros horrores nos deja en el papel de musas y pone a los hombres en un rol activo y todopoderoso). La sociedad -pero sobre todo el comercio- entendieron por fin que lo que se conmemora son años de lucha por nuestros derechos y que nuestro trabajo sea por fin reconocido. Es un avance.

Eso dicho, ahora nos enfrentamos con el reto de aclarar otra cosa: en el Día de la Mujer Trabajadora se está conmemorando que entraramos a la fuerza laboral, sino que por fin pudiéramos diversificar nuestros oficios con un sueldo con remuneración. Porque trabajar, lo que se dice trabajar, venimos haciéndolo desde siempre, a menos que antes del siglo XX los platos se lavasen solos o los bebés salieran de lechugas o cigüeñas y no del poderoso cuerpo de una mujer.

Son las mujeres las que históricamente se han encargado, gratis, del trabajo doméstico, de todos los trabajos de cuidado y de la reproducción. Estos son trabajos que han quedado sin remuneración, invisibilizados y que no tomamos en cuenta en la magnitud de su importancia. Esto es lo que señalaba en una ponencia reciente dictada en D.F. en el ciclo de conferencias organizado por la UNAM “Tres días del género en la economía” (del 24 al 26 de febrero), la doctora Amaia Pérez Orozco, autora del libro Subersión Feminista de la Economía (recomendadísimo).

En el mundo capitalista en que vivimos el trabajo ha venido a equipararse con empleo, una acepción en la que es explícito el intercambio salarial, y esos trabajos, como los de los cuidados, que suelen pagarse con “amor” no caben en una hoja de vida tradicional. Dice Pérez Orozco “Los cuidados serían esas actividades residuales a las de mercado: aquellas actividades imprescindibles para arreglar los desaguisados provocados por la lógica de acumulación y/o cubrir los espacios que los mercados dejan vacíos por no ser rentables; actividades que se caracterizan por estar sometidas a la ética reaccionaria, por hacerse de forma oculta, desde una noción multidimensional de la invisibilidad entendida como subalternidad y sustracción de la capacidad para cuestionar el conjunto del sistema que se contrapone a la plena visibilidad de los mercados y su lógica heteropatriarcal de acumulación.”

Así, cuando las mujeres empezaron a tener empleos, en el siglo XX, no dejaron de hacer todos los trabajos domésticos, de cuidado, y reproducción, que sí, quitan mucho tiempo y energías y que las mujeres siguieron realizando sin remuneración alguna y sin poder quejarse siquiera, a riesgo con encontrarse con la acusación de “¿y no que lo querían todo?”

Vivimos en un mundo en donde la gente está definida por su trabajo y el trabajo, a su vez, se equipara, o solo existe, cuando es externo y hay un salario de por medio. Durante muchos años eso significó que solo los hombres tenían acceso a esas identidades diferenciadas, y las mujeres eran “solo” madres o amas de casa. Las comillas son porque ni crear personas, ni criar niños, ni cuidar de enfermos y ancianos, ni limpiar la casa, son actividades sencillas o fáciles, o que requieran poco tiempo o energía, sin contar con que muchas ni siquiera son placenteras. Cuando Virginia Woolf habla de que las mujeres necesitan un cuarto para ellas solas en realidad está hablando de que para la creación intelectual las mujeres necesitan un espacio de trabajo que esté libre de las imposiciones domésticas, de trabajos de cuidado y de maternidad que le consumían y consumen la mayoría del tiempo a la mayoría de las mujeres.

 Ahora, digamos que con los avances del feminismo ahora tenemos opciones y podemos salir a trabajar. Trabajar para que nos pregunten “¿cómo es que balanceamos nuestra vida profesional y privada?” una pregunta que no le hacen a los hombres porque se asume que no tienen nada que balancear, muchos siguen teniendo solo una vida profesional y su privada es problema de alguien más, probablemente una mujer: su pareja, su madre, su hija, su secretaria, su empleada doméstica su su su y “todas sus mujeres” que están “a su servicio” porque él “no sabe ni hacerse una sopa”, “pobrecito, me necesita para planchar su ropa”. A pesar de esa supuesta inutilidad (reforzada probablemente por familias machistas) los hombres sí están capacitados para limpiar, críar, cocinar, y cuidar porque en su abrumadora mayoría no son mancos ni emocionalmente tarados. Entonces, ¿por qué no lo hacen?

Sí, algunos lo hacen. Y cuando lo hacen el mundo entero se los aplaude como si no fuera su obvia responsabilidad como hijos, nietos, esposos o padres de familia. Cuando una mujer dice que tiene que salirse del trabajo para atender a su hijo sus colegas y jefes le tuercen los ojos ¡¿otra vez?! En cambio, cuando un hombre dice que tiene que salir para atender a su hijo o su familia, parece tierno, compasivo, progresista, ejemplar, “un bacán”, “buena onda”.

Un ejemplo de lo dramáticas que pueden llegar a ser estas divisiones está en las familias de desplazados de Colombia que llegan a las ciudades a vivir en un contexto económico radicalmente diferente al rural. Las habilidades de los hombres campesinos (arriar ganado, arar la tierra), son innecesarias en la ciudad mientras que las de sus compañeras (limpiar la casa, cocinar, cuidar niños) sí pueden usarse en la ciudad para ganar un salario como niñera, cocinera o empleada doméstica. Esto ha provocado fuertes crisis en el interior de las familias y los casos de depresión en los hombres, que en muchos casos desembocan en una injustificable violencia contra sus familias.

Aunque por una carambola -bastante desafortunada- del destino estas mujeres se convierten en cabezas de familia, la división de trabajo persiste. Los trabajos de cuidado, domésticos y de reproducción siguen siendo realizados, en la mayoría de los casos si no en todos, por las mujeres. Y cuando las mujeres (en las clases más altas) salen a estudiar y/o a trabajar, le relegan en otras mujeres estas responsabilidades. Entonces, la mujer trabajadora, “independiente”, llega a serlo no porque haya una revolución de género en el mundo laboral sino porque tiene las capacidades, afectivas o adquisitivas, para que otra mujer resuelva su vida personal, familiar, privada y doméstica y ella pueda dedicarse a trabajar en un mundo que sigue teniendo las mismas lógicas patriarcales. Las mujeres que desempeñan estos cuidados son las que están “al final de la cadena alimenticia” que son las pobres, las migrantes, las jóvenes y las viejas. Por eso, en su presentación Amaia Pérez Orozco pregunta por esas abuelas (como mis abuelas) que se dedicaron a criar a sus nietos cuando sus hijas salieron a trabajar. Estas abuelas, que lo hicieron “todo” por “amor” a su familia, son mujeres que cansadas, que no tuvieron el derecho a jubilarse sino hasta la llegada de la extrema senilidad o la muerte.

🙁

Para Pérez Orozco, “Si bien es cierto que los cuidados tienen un impacto directo en el bienestar, no es menos cierto que las motivaciones y sentimientos tras ellos no son tan idílicos. En ese sentido, hemos pasado a hablar de la ética reaccionaria del cuidado, que impone la responsabilidad de sacar adelante la vida en un sistema que la ataca como definitoria del ser mujer y como algo a resolver en los ámbitos invisibilizados de la economía, allí donde no se mira y desde donde no se genera conflicto político. Desde esta óptica, hablamos de cuidados para referirnos al conjunto de actividades que, en última instancia, aseguran la vida (humana) y que adquieren sentido en el marco de relaciones interpersonales (es decir, los sujetos involucrados en una relación económica interactúan, establecen vínculos entre sí; gestionan una realidad de interdependencia).”

Muchas mujeres hablan desde un ciego privilegio cuando dicen que “quizás hay desigualdad pero yo nunca la he sentido, he podido trabajar, estudiar y hacer todo”. Lo más probable es que estas mujeres al decir “todo” no toman en consideración el trabajo mal remunerado o gratis que otras mujeres hicieron para permitirles ese privilegio.

La propuesta de Pérez Orozco para resolver este problema, que ha desembocado en crisis internacional, es “poner la sostenibilidad de la vida” en el centro, es decir, atender los procesos de satisfacción de necesidades humanas o los de ampliación de capacidades y libertades. “Por sostenibilidad de la vida nos referimos al sostenimiento de las condiciones de posibilidad de vidas que merecen la pena ser vividas. Y en esta (¿simple?) enunciación se nos abren al menos dos preguntas básicas. Distingámoslas de la siguiente manera: primero, el qué, cuál es esa vida cuyo sostenimiento vamos a evaluar, qué entendemos por vida digna de ser vivida; segundo, el cómo, cómo se gestiona dicho sostenimiento, cuáles son las estructuras socioeconómicas con las que lo organizamos.”

Todas las personas en todos los momentos de la vida necesitan cuidados porque nuestras vidas son vulnerables. Este cuidado no es una actividad residual, es la actividad más importante. No somos sujetos autosuficientes y todas las personas necesitan cuidado y autocuidado. Por otro lado, todas las personas también están en capacidad de cuidar a otras. Sin embargo, en nuestra economía son las mujeres las que cuidan, la gran mayoría de las veces sin pedir nada a cambio y sin reconocer que ellas mismas necesitan cuidados. Por otro lado, los hombres (y algunas mujeres) son cuidados simplemente por estar en un lugar de privilegio, pero no están dispuestos a reconocer la crucial importancia de este apoyo. El cuidado de la vida es una responsabilidad colectiva de toda la sociedad y todas las responsabilidades y esfuerzos para sostener la vida privada deben estar repartidos por igual entre todos los adultos capaces, hombres y mujeres.

Para conmemorar el Día de la Mujer Trabajadora debemos hacer una reflexión crítica y revolucionaria sobre el papel histórico de las mujeres como fuerza laboral, y plantear un futuro desde una economía feministas. Este es quizás de los campos más marginados de la crítica feminista porque está muy bonito que las mujeres hablemos de cultura pero mejor que no preguntemos cómo y por qué se distribuye así la plata. Como dijo alguna vez Gloria Steinem, “el feminismo está liberando a la fuerza laboral no paga más grande del mundo y está tomando control del poder de la reproducción. Y la reproducción es incluso más importante que la producción. Así que hay que entender que es una amenaza seria. Algunas personas están en contra del feminismo porque no entienden qué significa. Otros porque lo entienden demasiado bien.”

Que el Día de las Mujeres sirva para que se reconozca y valore la importancia del trabajo de todas, que sirva para plantear cambios radicales en nuestras prácticas sociales, laborales y económicas pero sobre todo humanas. La verdad es que esta marginación es absurda, pues el trabajo que se ha “relegado” a lo femenino, el cuidado y la reproducción, son trabajos sin las cuales esta civilización ni siquiera existiría.

@Catalinapordios

Catalina Ruiz-Navarro
Feminista caribe-colombiana. Columnista semanal de El Espectador y El Heraldo. Co-conductora de (e)stereotipas (Estereotipas.com). Estudió Artes Visuales y Filosofía y tiene una maestría en Literatura; ejerce estas disciplinas como periodista.

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