Susan Crowley
10/02/2024 - 12:04 am
Marcel Duchamp, artista, sin más
El peso de su obra se tradujo en la manera de “hacer”. Como lo dice su biógrafo, Calvin Tomkins, “su influencia ha sido liberadora: abrió puertas, eliminó barreras y demostró con su propio ejemplo que la meta del arte no es la obra en sí sino la libertad de crearla”.
https://youtu.be/ObzEO0jyGpI
Para Marcel Duchamp (1887-1969), el sentido último de la creación está en la relación entre el artista y el espectador. No existe uno sin el otro. En esta semana del arte en la que los pasillos se abarrotan de espectadores y dentro de los booths los artistas son exhibidos, vale la pena, más allá de egos y frivolidad, reflexionar sobre la importancia de ambos.
En abril de 1957 en la American Federation of Arts de Houston, se llevó a cabo una sesión dedicada al “acto creativo”. Entre los ponentes se encontraba, como él mismo se presentó, Marcel Duchamp, el artista, sin más. En esos años el francés ya era considerado el más influyente del siglo XX, aunque también el más criticado y el menos comprendido. No importa el tiempo que pase, sus procesos e ideas siguen siendo motivo de debate y hasta sospecha para sus detractores; pasión y nuevas lecturas para sus seguidores. Duchamp solía presentarse con su acostumbrada sencillez y franqueza que contrastaba con el halo del genio con el que se le identificaba. Su inglés, aprendido hasta llegar a Estados Unidos, fluía con una singular entonación que le agregaba algo encantador y enigmático, contradictorio y lúdico, como lo fue su personalidad siempre:
“Consideremos dos factores importantes, los dos polos de la creación del arte: el artista, por una parte, y, por otra, el espectador que con el tiempo pasará a ser la posteridad”. Para Duchamp: “el artista actúa como un ser-médium que, metido en un laberinto más allá del tiempo y del espacio, intenta llegar a un claro” para poder convertirse en medio, el artista debe colocarse por encima de la razón, negar el estado de conciencia y dejarse guiar por la intuición. Difícilmente se puede ser teórico y creador a la vez. Para Duchamp son muchos los artistas que crean, pero solo unos pocos miles y aún menos los que el espectador llega a consagrar. No se trata de que el artista “proclame a los cuatro vientos que es un genio”; será el espectador el que tenga la última palabra, es quien lo define como parte de la Historia del Arte.
En su carácter de creador el artista no puede ofrecer un análisis objetivo de su obra, digamos que piensa-haciendo. Es imposible separarse de su propio fenómeno y convertirse en crítico de su trabajo. Duchamp, el creador de los ready mades criticados por no haber sido fruto de su creación, sino objetos ordinarios trasladados al espacio extraordinario del arte, explica algo que no pareciera ser parte de su tan descalificada forma de crear. Para él, en el acto creativo lo que cuenta es “el esfuerzo, los intentos, satisfacciones, descartes, y decisiones”, que para nada son conscientes ya que deambulan en el plano estético donde puede, incluso, ocurrir una alquimia o, en otras palabras, la transformación de la materia (objeto) en obra de arte. Objeto en latín es objectum, quiere decir expuesto. Con su exposición se exhiben también los sueños, los miedos, las intenciones y, a fin de cuentas, lo realizado. Un objeto es un pensamiento inédito y es distinto a lo que se planeó.
Duchamp nombra “coeficiente artístico” a “la relación aritmética entre lo no expresado pero pretendido y lo expresado sin querer”, en esta dialéctica al artista le corresponde la intención. “Con la transformación de la materia inerte en obra de arte se produce una auténtica transubstanciación, y el papel que corresponde al espectador es el de determinar el peso de la obra según una escala estética”. El objeto es asumido como arte gracias a la percepción y a la reacción crítica del espectador. Es la “transferencia del artista al espectador en forma de ósmosis estética que se produce a través de materia inerte”. Para Duchamp “el arte puede ser malo, bueno o indiferente, pero, cualquiera que sea el adjetivo que empleemos, es arte”. Compara el arte bueno o malo con el sentimiento que no importa si es bueno o malo, es sentimiento.
El espectador es el encargado de ofrecer al mundo la experiencia del artista, en tanto que es un observador del fenómeno. Para Duchamp, la verdadera trascendencia es lograr ese diálogo: creación-percepción. Los ready made no pueden cobrar sentido más que con la intervención del espectador; ¿de qué otra manera funcionaría en el arte una pala de nieve, un colgador de botellas, un perchero sin nuestra percepción y crítica? Con nuestra participación, comprensión o incomprensión, odio o gusto, contribuimos a la exégesis.
Considero a Duchamp el gran artista-arcano de la contemporaneidad y, por tanto, de todos los tiempos. Explico un poco más mi argumento. Sin manifestar su secreto, el francés lo echa a andar como forma de conocimiento artístico. Rebasa los conceptualismos, las vanguardias y, como el mismo dijo, el único “ismo” que acepta es el erotismo. Sabio, de mil interpretaciones posibles, todas acertadas o todas equívocas, según quiera vérsele, camina en el tiempo y a pesar del tiempo. Sin explicitar su secreto porque no es necesario desvelar nada, es eterno enigma sin solución, aplicable a todo. Como aquellos koanes del budismo zen, enigmáticos, opacos, crípticos (los maestros no resuelven categóricamente, suelen responder con una aparente incongruencia).
Sabiduría de significado abierto, múltiple, quien obtenga el secreto no tendrá la solución, pero se convertirá en propagador de esa práctica aceptando que no es su dueño. Como un don, la versatilidad y ambigüedad lo convertirán en el escapista de las definiciones. Tal vez esa sea una de las razones por las que después de un siglo Duchamp sigue vigente.
El peso de su obra se tradujo en la manera de “hacer”. Como lo dice su biógrafo, Calvin Tomkins, “su influencia ha sido liberadora: abrió puertas, eliminó barreras y demostró con su propio ejemplo que la meta del arte no es la obra en sí sino la libertad de crearla”. Por eso se extiende a lo largo del siglo XX y del XXI, como una fuente de información que no se desgasta ni prostituye.
El quehacer de ciertos artistas es una continuación de las prácticas de Duchamp. Justo la “alquimia inconsciente”, de la que habla. Me vienen a la cabeza dos de ellos que han sido criticados, amados, y por lo general no entendidos, tal y como su maestro: Joseph Beuys y Gabriel Orozco, especie de arcanos que parecen haber recibido el impulso creativo y, que más allá de explicarlo, lo han compartido con el espectador de una forma no premeditada, es intuición pura.
La asimilación del médium (artista) brinda la posibilidad de aprehender (con h intermedia) el conocimiento sin tener que traducirlo en teorías e inevitablemente traicionarlo o reducir la libertad creadora a determinados paradigmas. Beuys encarnó en alma y espíritu la libre elección de materiales, centrándose en la miel, la grasa, las piedras, la energía eléctrica. Una práctica ecléctica, motivo de relación con el espectador. Somos nosotros y nuestra percepción los que abrimos el diálogo con las acciones beuysianas.
En el caso de Orozco, el arcano le llegó como ese don que se otorga y que, sin explicarlo, se asume como la práctica necesaria, más allá del conceptualismo o de cualquier sectarismo del arte. Es suyo y no lo es, lo utiliza y lo muestra en su eterno ajedrez tan duchampeano; en su fotografía, que más bien parece ser una colección de peculiares arcanos; en su Caja vacía, que permite construir un espacio desde la mirada del espectador. Con su abordaje en tan variadas formas, Orozco renueva el lenguaje sin agotarlo y ha hecho de su práctica un sistema de intuiciones en las que el ojo establece estrategias y reta a la técnica. Su reciente vuelta al pintor es un reto al espectador. Entre Coatlicue y el hombre de Vitruvio estamos nosotros, los espectadores, jugando con las ideas de Orozco. Valdrá la pena visitar su exposición Diario de plantas, en Kurimanzutto un traslado de sus cuadernos de notas al plano pictórico, para poner en práctica el juego del que Duchamp nos habla.
Si la obra de arte se completa con nuestra percepción, durante Art week habrá que detenerse en medio de los pasillos, el bullicio, el consumismo, la trivialidad y plantearnos la posible trascendencia de nuestra participación completando la obra del autor, ¿somos libres delante de la obra?, ¿nos dejamos conducir por nuestras pulsiones internas o condicionamos nuestra percepción por el efecto combinado, mercado, moda, lectura de los profesionales?¿somos clientes de un producto o la otra punta necesaria para una real comunión? @Suscrowley
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