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Jorge Alberto Gudiño Hernández

10/01/2015 - 12:01 am

Llorar y llorar

En fechas recientes he tenido la oportunidad de platicar con varios alumnos de Letras. A diferencia de las ocasiones en que les doy clase, ahora no me veían como una autoridad. Así que no había simulacros ni falsas posturas. Éramos personas platicando. Eran estudiantes de Letras en una charla informal con un escritor. Les hice […]

En fechas recientes he tenido la oportunidad de platicar con varios alumnos de Letras. A diferencia de las ocasiones en que les doy clase, ahora no me veían como una autoridad. Así que no había simulacros ni falsas posturas. Éramos personas platicando. Eran estudiantes de Letras en una charla informal con un escritor.

Les hice una pregunta que he vuelto recurrente en los últimos años: ¿cuándo fue la última vez que lloraron leyendo un libro? Las respuestas fueron similares a otras, a las de mis alumnos: me miraron con cierto escepticismo, menearon la cabeza de un lado a otro y alguno confesó que nunca.

Cambié la pregunta: del llanto pasé al pasmo, al temblor de las manos, a la necesidad de ponerse de pie, a esa desolación máxima que sólo puede ser producto de la empatía, a tantas y tantas emociones que puede producir la literatura. De nuevo hubo negativas.

Quise preguntar: ¿Por qué estudian Letras? ¿Por qué leen si no es para eso? Sin embargo, preferí no discutir con ellos. La razón fue simple: mientras la mayoría negaba con la cabeza me topé con varias sonrisas. No de ésas burlonas que me hacían ver como a un sujeto cursilón sino más bien cómplices. Sabían de lo que estaba hablando.

Debo confesar, ahora, que he sido injusto con mis preguntas. Sobre todo, porque el trabajo y las lecturas obligadas me permiten poco llanto, pasmo, estremecimiento… Tampoco lo posibilita la academia. Quiero pensar que cada vez soy más analítico, que libro tras libro estoy más capacitado para comprender su funcionamiento (aunque, cada tanto, me vuelve a sorprender la técnica empleada). Es la excusa de los que ya no somos lectores ingenuos o el costo que tenemos que pagar por el acumulamiento de lecturas.

Por eso mi propósito de año nuevo no tiene que ver con aumentar el número de lecturas ni con acercarme a ciertos autores con quienes tengo deudas pendientes, tampoco retomar a los clásicos o plantearme un riguroso listado con una finalidad específica. No, mi propósito está más relacionado con leer más como antaño: buscando el estremecimiento, abriéndome a la posibilidad de que un libro determinado me cambie la vida. Sé bien que esto no es un asunto de voluntad. Al menos, no del todo. Sin embargo, sí hay una predisposición a ello. Volver a la búsqueda del placer original y hacer un poco de lado la inercia lectora.

Así que ahí está mi propósito de año nuevo y, también, mi deseo para sus próximas lecturas. Lo digo pese al enorme riesgo que corro de que me tachen de cursi y sensiblero: ojalá que nos topemos con muchos de esos libros de los que nos provocan llanto y todo lo demás. No se me ocurre mejor manera de seguir en la lucha e iniciar este nuevo ciclo.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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