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Jorge Alberto Gudiño Hernández

09/12/2017 - 12:00 am

Leer entendiendo

Este preámbulo viene a cuento porque, durante esta semana, he sido testigo de varios problemas de lectura, de comprensión lectora. Por ejemplo, durante le FIL, las personas encargadas de comunicación del Premio Lipp pusieron alguna foto mía para promover la entrega de la nueva edición de dicho premio (yo lo obtuve hace ya varios años).

Mi incomprensión ante lo leído ha funcionado como acicate para intentar ampliar la calidad de mi proceso lector. Foto: Especial

Confieso, sin nada de pudor, que en diferentes momentos de mi vida no he entendido lo que leo. Algunas porque mis conocimientos no alcanzaban para descifrar el texto en cuestión, ya sea que me hubiera metido en temas que me son ajenos, ya que estuviera entrando en complejidades de alto nivel del campo que me interesa; otras por cansancio, por costumbre o porque, en ocasiones, también me he dejado llevar por el automatismo de la lectura mecánica y he creído estar leyendo una cosa cuando, en realidad, es otra. Al margen de las razones, mi incomprensión ante lo leído ha funcionado como acicate para intentar ampliar la calidad de mi proceso lector. No ahondaré más en ello.

Este preámbulo viene a cuento porque, durante esta semana, he sido testigo de varios problemas de lectura, de comprensión lectora. Por ejemplo, durante le FIL, las personas encargadas de comunicación del Premio Lipp pusieron alguna foto mía para promover la entrega de la nueva edición de dicho premio (yo lo obtuve hace ya varios años).

Al poner mi nombre en Facebook, varios de mis amigos virtuales se tomaron el tiempo para felicitarme. No habían leído toda la noticia o el año. Yo lo agradecí muy contento. En los comentarios de mi columna anterior, sin ir más lejos, planteé un escenario hipotético en el que una computadora se dedicare a mezclar palabras hasta llegar a una extensión determinada (algo, cuando menos, viable). Se me criticó por el ejercicio e, incluso, me comentaron que los libros no requerían una extensión precisa. Así que el carácter hipotético del experimento planteado se leyó como una aseveración a rajatabla.

Varios de mis amigos, colaboradores de algunos medios impresos, han vivido en carne propia estas lecturas equívocas. No es parte de un proceso de interpretación (que podría validar diferencias entre la intencionalidad de quien escribe y de la quien lee) sino de una lectura deficiente. Lo sé porque, como ya lo dije, yo mismo lo he vivido.

Tal vez la causa de estos malentendidos o malalecturas (el término “misreading” es muy bueno pero no he dado con una traducción adecuada) sea la distracción. Estamos demasiado acostumbrados a leer rápido, a desplazar la vista sobre el cúmulo de letras sin detenernos a pensar en las sutilezas o a seguir los argumentos en toda su amplitud.

Si permanezco en el terreno de lo personal, algunas de estas malas lecturas se integran al mundo de lo anecdótico. Las pláticas nos llevan a burlarnos de nosotros mismos, por nuestro precario entendimiento de lo leído. El problema se acentúa cuando esta pequeña burbuja se trasciende. Es común, por ejemplo, ver a un político diciendo que no dijo lo que dijo, incluso cuando haya constancia de ello en su timeline. También lo es lo contrario: imputarle un dicho o una aseveración a quien no la hizo. Si ésta proviene de una persona pública, si tiene una o dos palabras incendiarias, si obliga a otros a hacer cosas, entonces nuestras limitaciones lectoras abonan a hacer grande un problema que era chico.

A veces me pasa, lo confieso, pero intento leer con atención. Tanto, que cuando me descubro pasando sólo la vista, regreso para no quedarme con una idea parcial o errada del texto. Me parece que, si esto se puede hacer en el ejercicio de la trivialidad cotidiana, debería acentuarse en el de las cosas que nos afectan a todos. De lo contrario, seguiremos opinando sin razón y condenando a quien, quizá, no dijo lo que creemos.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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