#PosMeSalto

09/12/2013 - 12:01 am

Existen tres maneras de cruzar un torniquete de metro sin pagar:

Saltando el aumento: ideal para l@s jóvenes y para quienes tienen buena condición física.

Bajando el precio: adecuado para aquell@s cuya estatura o habilidad motriz les permite escabullirse bajo el molino.

La Fina: jalar un poco uno de los brazos de acero hacia nuestro cuerpo, hacernos espacio y regresar al estado inicial, mientras pasamos simultáneamente hacia el otro lado.

Si los modos son tres, la razón es una: es injusto y lesivo el incremento al costo del transporte.

Ya se ha explicado detalladamente que la mejor manera de reestructurar el Sistema del Metro es eficientar su gestión y disminuir sus costos operativos, sin elevar los precios para los usuarios. Ya se han realizado los estudios estadísticos que demuestran como el aumento a su valor unitario en relación con el salario mínimo vuelve a nuestro Metro proporcionalmente el transporte más caro de los países de la OCDE. Ya también se ha explicado el absurdo de convertir una encuesta marginal y sin observadores en criterio vinculante para tomar una decisión gubernamental. Ya se ha comentado hasta el cansancio que el diseño aplicado a los formularios da pie a preguntas inducidas. ¿Y ahora?

Pasa que aunque tengamos los mejores argumentos, en la clase política se han asegurado de que les entreguemos nuestro poder. Así pongamos de nuestra parte la legitimidad y el derecho, ellos se han agenciado la legalidad y el uso de la fuerza pública. Y están unidos en una alianza perversa conocida como “Pacto por México”. El país tiembla en manos del PRI, que tiene el control de las cámaras y del Distrito Federal.

Porque Miguel Ángel Mancera es el mejor priísta sin afiliación que haya gobernado esta ciudad.

Ya sabemos que la lucha por la democracia real no está en los partidos, sino en tener métodos y mecanismos para que lo ejerzamos como ciudadanía. Esto no significa que nos abstengamos de ir a ganar todas las capas sociales en disputa, sino que debe servir como advertencia: bien vale guardarnos de ser atrapados por los cantos de sirena de la ilusión representativista.

Entonces, ¿qué hacemos?

-Desobediencia. Pero no solo desobediencia civil, sino social. Es razonable saltar los torniquetes ante una injusticia que han pretendido legitimar con la más burda simulación. Pero hay que encontrar medidas para que el descontento se socialice y pase de ser un acto de indignación a una conciencia de lo público: no se trata de saltar en las tres primeras personas del singular -hasta por seguridad- sino que lo hagamos todos la próxima semana como una táctica de resistencia, con plena conciencia de lo que significa desobedecer a un régimen ciego y sordo.

-Defendamos la democracia y los derechos humanos. En un enfrentamiento social abierto es fundamental la estrategia: en nuestras condiciones, antes de utilizar ideologías más refinadas es necesario que acudamos a la democracia. Tengamos en cuenta que siempre se puede estar peor: ellos tienen poder, armas, dinero y aparatos ideológicos. Nosotros podemos hallar las formas de ganar posiciones con lo que hay. No se trata de refugiarnos en narrativas victimistas: usemos lo que tenemos para defendernos. Hoy son los derechos humanos.

-Debemos ser pacíficos. La idea es movernos astutamente en el espacio de lo permitido, desbordando un poco lo legal sin estar del lado del conflicto armado ni de la clandestinidad. Seamos border-line para hacer visibles las necesidades sociales, así como pacíficos para defendernos mejor y poder avanzar. Acepto que históricamente hay “tiempos de la ira” en donde no ha quedado otra opción que utilizar la violencia. Defiendo que estos son tiempos de edificar y organizarnos de nuevas maneras: tiempos de superar los límites de la imaginación política.

-Hemos de utilizar la alegría, no el martirologio. Lo divertido tiene el mismo valor que lo solemne. Las legislaciones contra la protesta social quieren instalar el miedo y poner puertas al campo: buscan convertir la frustración en resignación. Volvamos al carnaval.

-Los manifestantes no somos el problema. Sabemos que las políticas represivas son una farsa porque atacan el síntoma, no la enfermedad: estamos en la calle por el empobrecimiento democrático, económico y social, que son el tema de fondo. La única forma de que las detenciones de manifestantes ayuden al gobierno es por los miles de pesos de las multas.

-Trabajemos con la gente que se moviliza. Muchos estamos cansados porque nos juntaron las reformas y los esfuerzos se han distribuido. En ocasiones podemos ser multitud, quinta columna o foco de trabajo. Vale hacer lo que podemos con los que estemos. La historia nos enseña que un pequeño acto puede ser desencadenante y que las movilizaciones masivas no siempre logran sus metas. No nos desanimemos por el número si el ambiente invita a trabajar en tribus que pueden sumar.

#PosMeSalto. Tú y yo, nosotros y ustedes, ell@s y aquell@s, evadiendo los torniquetes de Bellas Artes la próxima semana. No sé, piénsalo.

@CesarAlanRuiz

César Alan Ruiz Galicia
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