Derechos humanos, causa y efecto

09/10/2015 - 12:00 am
Alguien le vendió a Peña Nieto que llegando el PRI podían restaurar el viejo sistema de control del narco, obviando las profundas transformaciones que sufrió el crimen organizado en los últimos 15 años. Foto: Cuartoscuro
Alguien le vendió a Peña Nieto que llegando el PRI podían restaurar el viejo sistema de control del narco, obviando las profundas transformaciones que sufrió el crimen organizado en los últimos 15 años. Foto: Cuartoscuro

Cuando no está claro si un fenómeno es la causa o  efecto es señal de que algo anda muy mal y resulta muy difícil resolver el problema. La crisis de derechos humanos por la que está atravesando el país es uno de ellos. A estas alturas no sabemos si hay un problema político porque existe una violación sistemática de las garantías individuales en el ejercicio de la autoridad, o más bien estamos antes una política sistemática de violación de los derechos humanos como parte de una mal diseñada estrategia de seguridad. Me temo que ni siquiera el gobierno tiene certeza de qué está pasando.

Peña Nieto tenía muy claro que no quería continuar con la estrategia de seguridad de Felipe Calderón. Los priistas, y él mismo durante la campaña, fueron muy críticos, no sin razones, de la mal llamada guerra al narco, pero, lo hemos comentado infinidad de veces, vamos a medio sexenio y es momento que el Presidente no han podido establecer con claridad qué política de seguridad nos propone.

La falla de origen está en el diagnóstico. Alguien le vendió a Peña Nieto que llegando el PRI podían restaurar el viejo sistema de control del narco, obviando las profundas transformaciones que sufrió el crimen organizado en los últimos 15 años. Así la famosa nueva estrategia se convirtió en realidad en una falta de estrategia: no quieren parecerse ni hacer lo mismo que el gobierno panista, pero no tienen una propuesta distinta. El resultado ha sido una política igual de represiva que la del gobierno anterior pero vergonzante y sobre todo desarticulada donde nadie tiene claro lo que tiene que hacer y todos están molestos: el Ejército, la Marina, la Policía Federal y los gobiernos estatales.

La crisis de derechos humanos que plantea el comisionado de la ONU y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos no es inventada, ahí está e involucra a todas las corporaciones: no se puede tapar el sol con un dedo.  Tlatlaya, Tanhuato o Ayotzinapa son parte de esta crisis, pero son también efecto de un probema primario que es político: la falta de definiciones. De nada sirve negar o matizar la crisis; esto ya no se resuelve con discursos, promesas o firma de tratados, requiere un cambio completo en la estrategia de seguridad.

Tenemos que comenzar por entender y aceptar que sí tenemos un problema de abusos sistemáticos de autoridad y que estos se derivan de una falta de claridad en las políticas de seguridad. Esto no se resuelve con discursos no con “nuevas narrativas”.

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