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Alejandro De la Garza

09/09/2023 - 12:03 am

Cueca chilena triste y cincuentenaria

“Todo presagiaba el fin de esa esperanzadora lucha que había reanimado el impulso latinoamericano hacia un socialismo humano y generoso”.

“Apenas acontecido el coup de‘etat, el embajador mexicano en Chile, Gonzalo Martínez Corbalá, sacó de ese país, con presteza heroica, a doña Hortensia Bussi de Allende y a su familia en un avión del gobierno mexicano: el sueño había terminado. La experiencia marcó a una generación de jóvenes mexicanos esperanzados con el proyecto chileno.”. Foto: Especial

El sino del escorpión ha atestiguado cómo la Historia con mayúsculas deja huellas profundas en las historias personales y marca las vidas individuales. El golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 en Chile trastocó a ese país y marcó de forma trágica la vida de millones de sus ciudadanos. El terrible acontecimiento afectó además a miles de personas alrededor del mundo, quienes seguían con atención el proceso político en esa nación, el acenso de la Unidad Popular y el desarrollo del gobierno de Salvador Allende, electo en septiembre de 1970. El gobierno socialista enfrentó durante sus tres convulsos años a variadas fuerzas internas —élites económicas, empresas mineras, cúpulas militares, la iglesia católica, la oposición política, medios de comunicación— y a poderosas fuerzas externas —la CIA, los gobiernos de Estados Unidos y el Reino Unido, compañías transnacionales, gobiernos militares de la región y organismos financieros— una conspiración de fuerzas que generaron una grave crisis económica y política e impulsaron el golpe militar. En esta cueca chilena triste y cincuentenaria, el escorpión hace un recuento personal de algunos de aquellos hechos.

La mañana de mediados de septiembre brillaba fresca con el sol tierno del otoño. El rutinario café del desayuno, previo a salir hacia la Universidad, se vio interrumpido por la impactante noticia radiofónica y luego por la transmisión televisiva directa desde Santiago. A partir de ese momento todo fue azoro mientras el conductor televisivo no se atrevía a mencionar con todas sus letras lo que realmente sucedía. Ante el humo emergente del Palacio de La Moneda, el asedio de las tanquetas y los bombardeos aéreos, el comentarista finalmente debió describir con sigilo lo que el auditorio en vilo observaba en tiempo real: un golpe de Estado militar que derrocaba al gobierno de la Unidad Popular, llevaría a la muerte al presidente Allende y luego a miles y miles de ciudadanos chilenos en los siguientes años. Esas imágenes se grabaron en la juvenil sensibilidad política del escorpión, así como la figura del responsable: un militarote uniformado, de quijada trabada, mirada oculta por espejuelos ahumados y rodeado por jefes militares como perros en torno al amo: Augusto Pinochet.

Cuando el venenoso llegó a la Facultad de Ciencias Políticas (la original, entre Economía y la Torre de Ciencias), a la que recién ingresaba ese año, el activismo se desplegaba incesante. El comité de lucha, los miembros del PC, los del MES (estudiantes socialistas) y hasta los integrantes del Seminario de El Capital, programaban volanteadas, reuniones informativas, asambleas para coordinar actividades de solidaridad, mítines frente a la embajada estadunidense, protestas ante el artero asesinato y la violencia patrocinada por Estados Unidos que liquidaba así la alternativa socialista fraguada por la UP y Allende.

Miembros de la Junta Militar formada en 1973. De izquierda a derecha César Mendoza (director general de Carabineros) y los comandantes en jefe José Toribio Merino (Armada), Augusto Pinochet (Ejército) y Gus. Foto: Especial.

Las señales flotaban en el aire desde meses antes y el mismo Allende lo había advertido. El sabotaje económico organizado por la CIA, los rumores entre la casta militar, las presiones del cínicamente sonriente Henry Kissinger, las provocaciones a los mineros, a los transportistas, a los trabajadores públicos, las pugnas al interior de la izquierda, la desesperación del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y los enfrentamientos con los grupos derechistas, los empresarios y los altos jefes militares. Todo presagiaba el fin de esa esperanzadora lucha que había reanimado el impulso latinoamericano hacia un socialismo humano y generoso. Llegó entonces la oscuridad de la dictadura, el dolor por tanta vida segada. Apenas acontecido el coup de‘etat, el embajador mexicano en Chile, Gonzalo Martínez Corbalá, sacó de ese país, con presteza heroica, a doña Hortensia Bussi de Allende y a su familia en un avión del gobierno mexicano: el sueño había terminado. La experiencia marcó a una generación de jóvenes mexicanos esperanzados con el proyecto chileno.

Lo sucedido entonces en el Estadio Nacional de Santiago, la aprehensión de disidentes políticos, jóvenes y trabajadores; las mortales torturas, los asesinatos, la actuación criminal de la policía secreta (DINA), “La Caravana de la Muerte” con su extensa lista de asesinados; la Operación Cóndor, instrumentada entre los gobierno de Chile y Argentina para perseguir a los disidentes, desaparecer a cientos de personas, traficar con sus hijos menores y eliminar toda disidencia; el posterior asesinato en 1978 de Orlando Lettelier en Washington, los sufridos años de represión y asesinatos, el papel de la CIA, todos hechos claros hoy comprobados que pertenecen la historia de la infamia universal. Mientras corrieron los años setenta y ochenta las dificultades parecieron interminables. Llevó años de lucha política al pueblo chileno poder avanzar penosamente hacia la posibilidad de un camino democrático. Apenas en 1989 comenzó a perfilarse con mayor claridad una vía democrática para Chile, luego del famoso plebiscito del “No” a Pinochet y la victoria de Patricio Alwyn sobre el militar en las elecciones. A partir de entonces, las denuncias sobre tortura, represión, corrupción y enriquecimiento ilícito se multiplicaron contra Pinochet, quien salía airoso de las acusaciones gracias a su fuero como Senador, al apoyo militar y de las élites, e incluso al de gobiernos como el del Reino Unido, donde Margaret Tatcher recibió al dictador.

Otra mañana otoñal de octubre de 1998, el alacrán tuvo que detenerse un momento en la calle para leer con calma la noticia y observar la foto en el periódico. A petición del juez español Baltasar Garzón, el general Augusto Pinochet había sido detenido en una clínica médica de Londres para responder por los delitos de genocidio, terrorismo y torturas. El gesto de Pinochet lo decía todo: arrogante pero amargo, prepotente pero inseguro, torvo pero impotente. El hecho hizo que el mundo fuera un poco mejor para muchísima gente. El gobierno chileno, la batería de abogados del general, sus médicos, seguidores y los militares de su país reclamaron la inmunidad diplomática, pero la causa se mantuvo e incluso se incautaron algunas cuentas bancarias suizas del general. Enmedio de escándalos y una creciente cantidad de denuncias por tortura y desaparición de personas, Pinochet pudo ser retenido en Londres hasta marzo del año 2000, cuando las autoridades decidieron deshacerse del problema y el ya octogenario enfermo voló de vuelta a Chile en un avión militar.

Aprehensiones ilegales del ejército chileno durante el golpe de Estado de 1973. Foto: Especial.

Otra mañana, esta fría de diciembre, el alacrán se irguió sobre la silla de la redacción del periódico donde trabajaba para revisar la noticia que leía. Era el 10 de diciembre de 2006 y Pinochet acababa de morir. Había cumplido 91 años cuando a principios de ese mes tuvo que ser hospitalizado por complicaciones que lo llevaron a la muerte. Los últimos años de este dictador sangriento fueron de batallas legales, problemas de salud, intervenciones quirúrgicas y más y más acusaciones, pero siempre evitó la cárcel. Dejó atrás una orden de aprehensión y pendientes más de 400 denuncias en su contra por todo tipo de violaciones a los Derechos Humanos. Lamenta el alacrán que Pinochet haya muert impune. “El exdictador chileno Augusto Pinochet escapó de la justicia pero no de la historia, que ya lo condenó”, dijo el expresidente brasileño Fernando Henrique Cardozo.

A medio siglo de aquella barbarie, el escorpión saluda a sus muchos amigos chilenos y a ese país sudamericano a través de esta cueca chilena triste y cincuentenaria.

Alejandro De la Garza
Alejandro de la Garza. Periodista cultural, crítico literario y escritor. Autor del libro Espejo de agua. Ensayos de literatura mexicana (Cal y Arena, 2011). Desde los años ochenta ha escrito ensayos de crítica literaria y cultural en revistas (La Cultura en México, Nexos, Replicante) y en los suplementos culturales de los principales diarios (La Jornada, El Nacional, El Universal, Milenio, La Razón). En el suplemento El Cultural de La Razón publicó durante seis años la columna semanal de crítica cultural “El sino del escorpión”. A partir de mayo de 2021 esta columna es publicada por Sinembargo.mx

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