Algunas aclaraciones

09/07/2016 - 12:00 am
Supongo que queda resignarme. Tras los comentarios de mis lectores ahora sé que en todos los bancos pasa lo mismo, que es mejor tomarlo con paciencia y buen talante y, sobre todo, que no debo sentirme especial. Foto: Cuartoscuro
Supongo que queda resignarme. Tras los comentarios de mis lectores ahora sé que en todos los bancos pasa lo mismo, que es mejor tomarlo con paciencia y buen talante y, sobre todo, que no debo sentirme especial. Foto: Cuartoscuro

La semana pasada escribí un texto en torno a ciertos problemas que tuve con mi banca electrónica. Me habían bloqueado mi acceso por Internet y tardé una semana en que lo reestablecieran. A partir de lo escrito, recibí varios comentarios. En la mayoría de ellos, los lectores se sumaban a mi queja: contaban experiencias propias, sugerían que me cambiara de banco, hacían ver cómo el sistema era burocrático, inflexible y cansino. Era la solidaridad de quienes tenemos que aguantarnos porque no existen alternativas.

Como también escribí lo mucho que cambió mi estado de ánimo dependiendo de las diferentes etapas del proceso, hubo quienes se burlaron de la fragilidad del mismo. Yo ya lo había hecho: así titulé mi colaboración de la semana anterior. Lo cierto es que, más que una simple queja contra el banco, quise explicar cómo el humor a veces depende de pequeñas cosas y no siempre de grandes acontecimientos.

Hubo, también, un lector más violento. Entre otras cosas, me reclamó que me sintiera especial y que creyera merecer un trato preferente. Me parece que dejé en claro que trato preferente no tuve, toda vez que acudí a la sucursal cinco días consecutivos. Eso no implica, empero, que no me sienta especial. De hecho, una de las obligaciones del banco para con sus clientes es hacerlos sentir especiales. No sólo es parte de eso que llaman “servicio personalizado” sino que constituye un valor agregado al simple hecho de guardar y prestar dinero. Y eso no implica que no entienda sus procedimientos de seguridad. Incluso los agradezco. Pero hasta los ejecutivos de la sucursal terminaron reclamando a los de atención telefónica.

Al margen de mis limitaciones para expresar lo que quería la semana pasada, debo decir que el problema se arregló. Ese problema. Esta semana me ha tocado lidiar de nueva cuenta con el banco. Ahora el asunto es una tarjeta de crédito bloqueada. Nadie sabe por qué se bloqueó. Tampoco responden a la hora de liberarla o, en dado caso, de cambiar el número de la misma.

Como mi hijo mayor ya está de vacaciones, le ha tocado acompañarme al banco. El miércoles pasó casi dos horas sentado mientras el ejecutivo amable, amabilísimo, se enojaba con su contraparte telefónica. De nada sirvió hablar con supervisores. Salí de la sucursal con mi hijo aburrido, cansado y de malas. Por fortuna, a su edad es sencillo cambiarle el estado de ánimo. Así que pronto tuve un pequeño feliz aunque, debo decirlo, la tarjeta de marras sigue bloqueada.

Supongo que queda resignarme. Tras los comentarios de mis lectores ahora sé que en todos los bancos pasa lo mismo, que es mejor tomarlo con paciencia y buen talante y, sobre todo, que no debo sentirme especial. Al contrario, el banco puede tratarme como quiera. Ni hablar. Por lo pronto, la gran ventaja es que no puedo gastar dinero.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.
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