Korengal, o ¿por qué sabemos nada de nuestros militares?

09/07/2014 - 12:03 am

No supe qué pensar al terminar de verlo. Recordé las escalas en el aeropuerto de Atlanta cuando me tocó ver a los efectivos estadounidenses volviendo del frente, de Irak o de Afganistán, de donde fuera, con sus uniformes y sus mochilas, sus rostros que me parecían de niños: “no son niños, ya estás viejo”, me repetía a mí mismo y me saltaba a los ojos el subtítulo de Matadero 5 de Kurt Vonnegut, “La cruzada de los niños”, porque invariablemente había algo que los delataba, que los regresaba a una edad anterior como si se tratara de una inocencia interrumpida: algún monito de plástico de los Monsters Inc. colgando de la mochila, una calcomanía de Hello Kitty pegada al celular. Y no eran niños, aunque sí mucho más jóvenes que yo: varios de ellos habrían celebrado allá, en el frente, su fiesta de los 21 años, el momento en que, si volvían a su patria, ya podrían comprar alcohol de forma legal. En el documental que terminé de ver sin saber qué pensar, los soldados jugaban Guitar Hero.

El documental se intitula “Korengal” y es la continuación de “Restrepo”, otro largometraje del mismo director, Sebastian Junger. Ahí nos narra la experiencia de 15 meses de un grupo de militares en una zona montañosa, verde y nevada, de Afganistán donde han muerto más de 40 efectivos estadounidenses: uno de ellos, Juan Restrepo, en su “memorial” pidió que tocaran “I will survive” en español… y todos sus compañeros soltaron la risa, esa risa que en realidad es llorar a carcajadas. Y por aquello del nombre, “Restrepo”, un apellido colombianísimo, recordé también mis pláticas con exmilitares en Colombia hace años, el montón de documentales que vi al respecto para tratar de entender otra de las aristas del conflicto armado de este país hermano. Y entonces la pregunta: “¿Y de México?”.

“Es cierto que el uniforme de los bomberos es el menos hijo de puta de todos los uniformes”, escribió Julio Cortázar en Un tal Lucas, y por muchos años yo también me compré la idea. Tanto así que cuando fue el levantamiento zapatista ni siquiera me preocupé por imaginarme que los soldados mexicanos en Chiapas también eran seres humanos. Hasta que un día, mientras yo hacía mi consabida oda al Sub, uno de mis mejores amigos perdió los estribos y me puso una regañiza marca Llorarás: su padre era soldado, y sí, estaba en Chiapas, y no, no supo de él por días y días. Esa noche volví a mi cuarto de servicio sintiéndome estúpido: cómo era posible que me las diera a mí mismo de ser un estudiante preocupado por las causas sociales, de ser un humanista, de considerarme tolerante y plural y demás y ni siquiera haber caído en cuenta de que un soldado es una persona igual a mí y a cualquier otra, con hijos, madre, esposa, padre, primos. Y no, ni el argumento de que les hacen “lavado de cerebro”, de que “los manipulan”, o tantos otros aún peores (porque ni siquiera se preocupan por la persona, porque los discriminan y tachan de un plumazo), son suficientes. Es más, no considero posible argumento alguno para borrar la humanidad de un grupo de personas. Lo malo es que nuestra tradición intelectual parece seguir la línea de Un tal Lucas y poco o nada se sabe de las historias de vida de los mexicanos que han estado en el frente en estos casi diez años de guerra contra el narcotráfico.

Después de ver Korengal me he pasado buscando en internet algo similar pero desde nuestra propia realidad. No he encontrado gran cosa. ¿Cómo son los programas de asistencia sicológica para quienes han sido heridos en combate? ¿Cómo es la ayuda a las familias de los militares fallecidos en el cumplimiento del deber? ¿Existen grupos de autoayuda? ¿Programas de capacitación para dedicarse a otras labores después del retiro? ¿Dónde están los testimonios?

Casi todo lo que encontré fueron narraciones donde varios analistas (que nunca han estado en el frente) hacen una crítica feroz al gobierno de Felipe Calderón, confesiones de sicarios, videograbaciones de balaceras, escándalos de corrupción o teorías de la conspiración, es decir, lo que los medios saben que vende pero que dicen poco de los seres humanos que han combatido en esta guerra. Incluso –y puede hacer usted mismo la búsqueda—hay más entradas en internet acerca de los problemas que tienen los veteranos de guerra de origen mexicano que sirvieron en el ejército estadounidense (y han sido deportados o no), que entradas sobre los militares mexicanos en retiro.

¿Y de los nuestros? En 2010 el personal activo de las Fuerzas Armadas de México superaba los 250 mil, ¿ningún periodista o intelectual mexicano es pariente de uno de ellos?, ¿a nadie se le ha ocurrido hacer un documental al respecto? ¿Será que a nuestros creadores, que hacen películas críticas contra el gobierno, no les interesa la vida de tantos mexicanos? ¿No los conocen? ¿Tendrán miedo de que, si hacen eso, sus amigos intelectuales les dejen de hablar por “vendidos al sistema”?

¿O será que nuestras fuerzas armadas no permiten ese tipo de trabajos?

No lo sé. No he encontrado la respuesta. Lo que sí sé es que documentales como Korengal sí ayudan a los familiares de los veteranos de guerra a entender a sus seres queridos. Y aquí llevamos alrededor de 10 años de conflicto armado y miles de mexicanos que sirven o han servido en combate, son nuestros familiares o nuestros vecinos, y si queremos construir la convivencia pacífica en nuestro país para los años venideros, más vale comenzar un acercamiento entre todos los sectores de la sociedad.

Post Scriptum: Existen algunos foros o blogs de militares en retiro, por ejemplo, el de la Federación de Mlitares Retirados “Gral. Francisco J. Mugica” A.C. , el Foro de Militares Retirados de SIPSE.com que nació a partir de una nota periodística y, por supuesto, el blog del Estado Mayor.

Luis Felipe Lomelí
(Etzatlán, 1975). Estudió Física y ecología pero se decantó por la todología no especializada: un poco de tianguero por acá y otro de doctor en filosofía de la ciencia. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y sus últimos libros publicados son El alivio de los ahogados (Cuadrivio, 2013) e Indio borrado (Tusquets, 2014). Se le considera el autor del cuento más corto en español: El emigrante —¿Olvida usted algo? —Ojalá.
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