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Jorge Alberto Gudiño Hernández

09/05/2015 - 12:01 am

El escritor mercadólogo

Hace un par de días un alumno me preguntó de qué vivía yo antes de publicar mis novelas. La pregunta era sincera; no la hacía sólo por molestar. Mi respuesta fue casi automática: “de lo mismo que vivo ahora”. Luego ahondé un poco: “ser novelista es un pésimo negocio”.             Estoy convencido de ello. Si […]

Hace un par de días un alumno me preguntó de qué vivía yo antes de publicar mis novelas. La pregunta era sincera; no la hacía sólo por molestar. Mi respuesta fue casi automática: “de lo mismo que vivo ahora”. Luego ahondé un poco: “ser novelista es un pésimo negocio”.

            Estoy convencido de ello. Si uno suma las horas que invierte en la escritura de una novela, en las correcciones, en el arduo proceso de la edición, en la espera misma para que la novela se encuentre en librerías, verá que ha gastado un tiempo muy valioso que bien podría ser mucho más redituable si lo dedicara a otras cosas. Sobre todo, si cuando, uno o dos años después de haber puesto el punto final a su manuscrito, recibe las primeras (y, a veces, últimas) regalías. El resultado de la división de esa cantidad entre las horas invertidas puede llegar a ser ridículo. Incluso mucho menor al salario mínimo.

            En verdad, no exagero. Salvo que uno sea de esos autores consagrados que pueden vivir de lo que escriben, hacerlo es un pésimo negocio. Y, en este país, deben ser menos de diez los novelistas que pueden vivir de ello.

            La pregunta de mi alumno no sólo estaba motivada por un interés literario. Tras la publicación de mi más reciente novela (“Justo después del miedo”) a principios de este año, me han hecho muchas entrevistas. Las hay para todos los medios, incluidos los digitales. Es parte del proceso de promoción de la novela: aviso en redes sociales que seré entrevistado, soy entrevistado, comparto la entrevista. No es nada glamuroso aunque podría parecerlo por causa de algunas fotos con personajes conocidos.

            Me queda muy claro que, debido al estado actual de la industria del libro, la promoción es necesaria. Así que me esfuerzo en dar respuestas congruentes, en intentar que mi novela sea el centro de la plática, en decir maravillas de ella sin ser petulante. Me esfuerzo, pues, en venderla.

            Pero soy un pésimo vendedor. Siempre lo he sido. Y sé de muchos colegas escritores que también lo son. Podría decir, con cierta lógica, que en algún momento de nuestras vidas decidimos encauzar nuestros talentos hacia la escritura y no hacia las ventas. Suena bien, incluso congruente. El problema es que hay muchos otros escritores que se venden bastante bien. Y no es un asunto de decir que unos escriben mejor que otros. Eso lo decide el público. Tiene más que ver con la personalidad. Incluso con el personaje que uno consigue construirse sobre sí mismo.

            Pocas cosas más difíciles de modificar que la personalidad, si es que acaso se puede. De ahí que tenga que resignarme un poco. Claro está que me gustaría vender millones de ejemplares de mis libros. Claro está que eso no será posible. Ni millones, ni cientos de miles, ni decenas de miles. Así pues, tendré que resignarme y responder, de nuevo, que vivo de todas mis otras actividades, trabajos y chambitas. No de la escritura. Y no me quejo, aunque eso parezca. A fin de cuentas, cuántos están dispuestos a invertir un montón de horas en una actividad difícil y poco productiva. Esa idea basta para que valga la pena escribir el siguiente capítulo. Quién sabe, en una de ésas el boca a boca se convierte en la mejor estrategia mercadológica.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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