Susan Crowley
09/03/2024 - 12:04 am
El misterio de la reina Bangwa
Queda como parte de su fantástica colección durante treinta años en los que se convirtió en una estrella admirada en los salones de la millonaria en los que circularon famosos artistas, élites y socialités. Todos a los pies de la reina.
Para poder adentrarnos al misterio de la reina Bangwa, primero hay que conocerla y ubicar su destino, por lo menos tratar de hacerlo. Esto convierte la tarea en casi un imposible. Esa labor la ha tomado como algo personal Benedicte de Savoy, profesora de Historia del Arte de la Universidad Técnica de Berlín y especialista en “traslocaciones” de arte, incluidos saqueos y robos. En 2018 fue la encargada de redactar el informe sobre la “restitución del patrimonio cultural africano” para el Presidente Macron. Una mujer polémica ya que afecta a los que intentan impedir que el arte del continente africano sea devuelto a sus verdaderos dueños y se quede en los museos europeos y en colecciones particulares.
La reina Bangwa atrapó la atención de la investigadora y la ha incluido en su libro À qui appartient la beauté? (¿A quién pertenece la belleza?), un profundo estudio sobre cómo ciertos objetos “bellos” han sido atrapados y secuestrados de su sitio de origen, entre ellos Nefertiti y la reina Bangwa. Con ello, no solo arrancaron su arte a un pueblo, también lo despojaron de sus creencias y rituales. Para quienes adoraban a la reina de la región de Fontem, Camerún, ésta era mucho más que una obra interesante o de una estética relevante. En su cuerpo de madera estaban guardados, como si de un relicario se tratara, los deseos, los miedos y los anhelos de un pueblo que fue destruido por la ambición de los imperios.
La reina Bangwa es una figura conmemorativa. De ochenta centímetros, erguida, con las piernas dobladas, en movimiento, lo que la hace mucho más viva. Los labios rojos, como si se los hubiera pintado, dientes afilados, la boca muy abierta como si cantara o tal vez soplara. Tiene el brazo roto lo que impide saber si sostenía un instrumento musical o quizás una campana.
Savoy cuenta cómo en la Conferencia de Berlín de 1885 se decidió la repartición de África entre las potencias de Europa, “en un espíritu de comprensión mutua, las condiciones más favorables para el desarrollo del comercio y la civilización de ciertas regiones de África”. Sin un solo representante de los pueblos originarios, “las instituciones (…) tendientes a educar a los nativos y a hacerlos comprender y apreciar las ventajas de la civilización”. Y continúa Savoy “desde 1880, una carrera loca comenzó, no solo para apropiarse de las riquezas naturales del continente africano, sino también de sus riquezas culturales”. En 1919 entraron a Europa 55 mil piezas, de las cuales el diez por ciento eran de Camerún. Entre ellas la Reina Bangwa.
Gustav Conrau de quien se sabe muy poco, nos dice Savoy, cazaba elefantes y estaba involucrado en empresas comerciales. Murió de un disparo en 1899 en aquellas tierras. Fue él quien hizo contacto con el Museo Etnológico de Berlín para describir las maravillas encontradas. En medio de las numerosas y sangrientas “expediciones llamadas punitivas del ejército alemán”, pacta con el rey Asunganyi quien le ofrece hombres para la mano de obra de sus empresas extractivas. Ambicioso, Conrau busca objetos preciosos. El reciente avance de la fotografía fue una forma de hacer llegar las imágenes asombrosas con precisión y rapidez. Conrau abrió el apetito de los compradores. A distancia fueron elegidos valiosos objetos artísticos. En 1898 recibe 410 marcos que, como Savoy explica, equivalen al sueldo mensual de un maestro en Alemania en aquella época. Se teme que haya sido asesinado en venganza por el maltrato y muerte de los hombres que el rey le había confiado. Una sangrienta expedición militar se desata en contra de Asunganyi y los Bangwa. Resisten furiosos durante meses. Los saqueos durante este periodo se multiplican, el reino Bangwa es arrasado
Savoy transcribe una carta de 1900 en la que el Museo Etnológico de Berlín “por motivos de interés científico se desea encarecidamente que al menos los pilares y vigas talladas se conserven y se transporten a Berlín.” Además, se pide que se hagan planos de los edificios y que se envíen “tambores, (…) así como todo lo que esté en su poder en forma de esculturas, fetiches, etc.”
La dificultad para trasladar los objetos, especialmente en épocas de lluvia, nos permite imaginar la participación de hombres, mujeres y niños esclavos; igual que el alto costo para los compradores. Una verdadera faena cuya intención era conservar restos materiales que permitieran estudiar a “las culturas amenazadas de desaparición por el acto colonial”.
Más adelante Savoy cuenta cómo la llegada de las miles de piezas a Europa pasa inadvertida. En cajas, inventariadas superficialmente, encerradas en bodegas, son sometidas a tratamientos químicos para ser “desinfectadas con potentes insecticidas”. De la reina Bangwa se sabe muy poco, no fue estudiada ni expuesta, no hay fotografías ni testimonios de su existencia durante décadas. Ante el valor de los fantásticos bronces del reino de Benin en Nigeria, comparados a las mejores obras del Renacimiento italiano, todo lo demás ensombreció.
En 1923, dice Savoy, el historiador Eckart von Sydow encuentra a la reina y la fotografía sin mayor comentario. Los Lefen y su alteza pasaron tres décadas desparecidos. Pero el mundo cambia y llega el boom del arte africano impulsado por las vanguardias ávidas de explorar otros lenguajes artísticos. 1914, en Estados Unidos se celebra la primera exposición, hoy considerada legendaria, en la que las piezas son colocadas en conjunto para mostrar “el ingenio” de los pueblos lejanos. Savoy transcribe un texto en el que se puede leer que el continente africano está dividido en dos grandes regiones, una “habitada por la raza blanca”, la otra “poblada por habitantes de piel oscura, a los que acostumbramos a llamar negros”.
Aquí empieza el otro reinado de la pieza y también se consolida su misterio. En 1929 fue vendida a un comerciante etnográfico. En 1934 el artista Man Ray la inmortalizó en París fotografiándola al lado de su amante, desnuda, abrazada entre sus piernas, resaltando los atributos sensuales de ambas. En 1935 un galerista la vende a la magnate de la cosmética mundial Helena Rubinstein. Queda como parte de su fantástica colección durante treinta años en los que se convirtió en una estrella admirada en los salones de la millonaria en los que circularon famosos artistas, élites y socialités. Todos a los pies de la reina. Y no solo eso, su paso por varias exposiciones le permitió llegar a nutrir un curriculum impresionante. Y como dice Savoy, la perspectiva de los museos norteamericanos fue valorar la carga artística del arte africano como si se tratara de piezas contemporáneas. Por lo tanto, se colocan en pedestales individuales y, “de repente se convierten en objetos singulares de disfrute estético”.
Pero la historia continúa. Y Savoy sigue la pista de la reina. A la muerte de Rubinstein en 1966 fue vendida en una subasta en Nueva York. El coleccionista Harry A. Franklin, que ya posee la pieza conocida como el rey Lefem, la adquiere. Por fin se reúnen los nobles. Expuestos como pareja en los años setenta, además son estudiados y documentados. Se les confiere el título de “artes reales de Camerún”. Los ochenta, una década de independencia de las colonias africanas y revolucionaria para las comunidades afroamericanas en Estados Unidos, el rey y la reina Bangwa se convierten en un símbolo de empowerment, libertad, confianza autonomía, dice Savoy.
En 1990 la reina fue fotografiada para la portada del catálogo de la subasta en Sotheby´s en Nueva York. Alcanza un valor de 3 millones 400 mil dólares. La suma más alta pagada por una pieza africana. La adquiere el Museo Dapper de París. La figura masculina pasa por manos de un coleccionista japonés y poco después la adquiere el importante coleccionista francés Marc Ladreit de Lacharriere que en 2017 la dona al museo del Quai Branly de París. ¿Y la reina?
Durante mi estancia en París he tratado de dar con ella. Me dirigí al museo Dapper aún en las guías. El edificio que albergaba al museo está convertido en un elegante SPA exclusivo para mujeres (de muy alto presupuesto). En la página del museo no hay información alguna sobre el paradero de la reina y las otras piezas de la colección, simplemente cerró.
Hoy se conservan más de 40 mil objetos repartidos en los museos etnológicos de Alemania. El Museo Quai Branly de París conserva 8000 objetos camerunenses.
Mi visita al Branly tampoco ayuda a despejar la pesquisa. Cubierto por un bellísimo capelo, que prefiere llamar aura, diseñado por el famoso arquitecto Jan Nouvel, el rey permanece en una habitación apartada en un rincón del segundo piso. Al entrar, en los sillones dormitan tres jóvenes preparatorianos, fugados de la visita escolar que recorre el museo. A media luz, la belleza de la pieza asombra. El rey Bangwa danza en el tiempo y en contra del tiempo. Con su postura de guerrero con los dientes de fiera, grita en silencio. O quizá sea una carcajada que estalla delante de las pesimistas predicciones sobre las muchas crisis de Occidente ¿Pero, la reina Bangwa, ¿dónde está?
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