Julieta Cardona
09/01/2016 - 12:00 am
Las personas enamoradas enceguecen a placer
Tuve una novia loca. Hace más de un año escribí –muy por encimita– de otra también algo chiflada porque la verdad es que no estaba lista para hablar de esta.
Tuve una novia loca. Hace más de un año escribí –muy por encimita– de otra también algo chiflada porque la verdad es que no estaba lista para hablar de esta, pero ahora, por fin reconciliada con esa parte de mi pasado que es ella, siento que necesito expulsarla por la manera que más nos unía: la escritura. Cuando digo loca me refiero a que estaba, te juro, demente. Decía que los muertos no solo le hablaban sino que se le colgaban y le decían cosas como: quiero cogerte. Eso, de entrada, significaba una sola cosa pese a mi ego: que yo no le era suficiente en la cama: que no la chupaba, no sé, lo suficiente. O inventaba historias divertidas: que mi mejor amigo, en nuestras reuniones en casa, le paseaba la mano en la entrepierna sugiriéndole todo excepto amistad, o que mi madre le hablaba por teléfono para pedirle la receta del pastel que, ¿te digo algo?, siempre le quedó mal, o que le había negado una cena a Fernando Delgadillo, o que en nuestro departamento había una mujer que había muerto de amor y que todos los días, a las tres veinte de la mañana, la despertaba el lloriqueo inquieto de Julieta, la mujer fantasma de nuestra pieza. Eso también significaba otra sola cosa pese a mi ego: que yo no le era suficiente, digamos, en ningún sentido. Sin embargo la amé muy profundamente a pesar de su insania.
Loca y aburrida. Y aburrida, pese a mi ego, aburrida de mí. No hacía falta mentir tanto tiempo, mi amor, bastaba que me dijeras que no me querías, le dije el último día que la vi sin comprender todavía que el amor no es blanco y que muchas veces la mentira fue nuestra mejor forma. No sé, a mí me gusta pensar que me amaba tan hondo que por eso me mentía tanto: «¿Cuánto tiempo te vas a quedar conmigo?, ¿preparo café o preparo mi vida? », me decía; yo, mi amor, yo contigo me quedo, me repetía y me escribía canciones de amor. Porque cantaba, maldición, cantaba tan bien y tocaba la guitarra tan mal. Y la guitarra, muy a su pesar, era todo lo que tenía. Y yo que la amé tan hondo a pesar de su insania.
Pero nos quisimos un montón. Yo me dejé ir porque las personas enamoradas hacen eso todo el tiempo: las personas enamoradas enceguecen a placer y a voluntad todo el tiempo. Y ella, qué se yo, quién soy para juzgar a alguien cuando está cansada de una realidad color sepia, una realidad que pude ser yo.
Y yo, que antes creía que si no me alimentaba de fantasmas se me secaría el corazón, me reconcilio con ellos para que caminen libres y lejos, muy lejos de mí.
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