2014: el verdadero inicio del sexenio

09/01/2014 - 12:00 am

El hombre inventó las mediciones del tiempo tanto para normar sus actividades como para definir épocas. Como tal, las fechas y años son arbitrarios y su validación depende más bien de la cultura que establece esos parámetros. De la misma forma un calendario no define el inicio o final de un proceso determinado.

Aunque el sexenio de Enrique Peña Nieto comenzó el primero de diciembre de 2012, se podría decir que su verdadero inicio fue el 15 de diciembre de 2013, al cerrarse el periodo de sesiones del Congreso de la Unión. La razón: para todo efecto y propósito el gobierno obtuvo lo que buscaba del Pacto por México.

A partir de este momento el PRI sólo necesitará de un puñado de votos para aprobar las leyes reglamentarias de las reformas constitucionales. Pero también es cierto que termina el periodo de cordialidad y negociación, entrándose en una dinámica de competencia normal en toda democracia.

Por otra parte durante 2013 se dejaron varios problemas pendientes, cuya atención deberá ser apremiante para este año. Incluso muchas de las reformas no mostrarán efecto alguno sino, como mínimo, finales del presente sexenio. ¿Qué capacidad tendrá el gobierno para sortear los retos por venir? Me gustaría aportar tres elementos para la discusión.

¿Ataques a los partidos de oposición?

Algunos analistas han estado hablando de la posibilidad de que el PRI, en el afán por ganar la mayoría de la Cámara de Diputados en 2015, comience a detonar escándalos sobre las administraciones del PAN. Incluso se llega a señalar que estos obuses podrían estar dirigidos a algunos contendientes en la luchas por la dirigencia de este partido. Si bien en la lucha por el poder todo se podría valer, ¿es una decisión inteligente?

Un ataque frontal es un arma de doble filo: si bien puede hacer daño al enemigo, también puede afectar al agresor. Las campañas negativas son un recurso, pero la experiencia muestra que el ciudadano también castiga al estratega que sólo se apoya en éstas. Para dar un ejemplo, el PAN fue exitoso con una serie de mensajes negativos contra López Obrador en 2006, pero fracasó cuando exageró en sus ataques en las intermedias de 2003 y 2009.

¿Le conviene al PRI pulverizar electoralmente al PAN? En realidad no: hacerlo fortalecería a las posiciones radicales del espectro político que esperan cualquier oportunidad para decir que todos en la clase política son lo mismo. En breve, hacer esto generaría complicaciones innecesarias a la segunda mitad del mandato de Peña Nieto.

Sin embargo es posible que algo de esta información salga dentro de la campaña interna del PAN en los próximos meses.

¿Gasto social?

Se prevé, con base en el presupuesto de 2014, que se liberará el gasto en programas sociales. Sin embargo esto tiene un doble filo: tanto la federación como los estados tendrán recursos de sobra para gastar. Y la reforma el Coneval, que podría llevar a una evaluación de las políticas en la materia, no entrará en vigor sino a partir de 2018.

¿Vamos a ver una aplanadora priísta en 2015 aceitada con programas sociales? Aunque los montos puedan impresionar, el clientelismo es un recurso que ha perdido crecientemente eficacia. También una de las grandes lecciones de las elecciones de 2013 fue que las agendas locales pesaron mucho más en la decisión del electorado que cuanto pudiera suceder a nivel federal. Consideremos con esto que en las intermedias serán concurrentes con varias entidades.

En breve, quizás el efecto pueda influir en algunas entidades, pero no sería prudente presumir que habrá un efecto electoral predecible y proporcional a los recursos gastados.

¿La muerte del PRI como lo conocemos?

Se formó en los años cuarenta del siglo pasado como un partido corporativista, clientelar, vertical y autoritario. Su estructura estaba diseñada para generar control sobre toda actividad política y económica, no para brindar condiciones de desarrollo basadas en la iniciativa del individuo o la competencia económica. Incluso se limitaron los derechos políticos a través de quitar al ciudadano la capacidad para premiar o castigar a sus representantes.

Esta estructura sólo se podía mantener si el entorno cambiaba lo menos posible: una alteración en los equilibrios podía implicar el fin del sistema. De ahí la creación de un discurso de identidad que fomentaba una imagen de predestinación y fatalidad: la mexicanidad como la plasmaron muchos pensadores a partir de los años 50. La razón: si había traumas históricos que condicionaban irremediablemente al mexicano, el único régimen político que nos podía gobernar era el que teníamos.

A partir de los años sesenta este sistema comenzó a entrar lenta pero irreversiblemente en crisis. El surgimiento de las clases medias impulsó reformas políticas y sociales. La apertura económica y las privatizaciones cambiaron radicalmente la forma en que producimos y competimos con las otras naciones.

Sin embargo algunos aspectos del pacto de los años cuarenta siguen en pie: el corporativismo sigue siendo un obstáculo. Y no tendremos una restauración de derechos políticos sino hasta 2018. Además, los cambios han erosionado también el poder del PRI. Incluso se podría decir que un régimen plenamente abierto y competitivo terminaría por desarticularlo como lo conocemos.

Otro problema es que los viejos discursos de legitimación del PRI ya no le pertenecen, pues han sido expropiados por los grupos que abandonaron a ese instituto a partir de los años ochenta. Esto quedó especialmente claro durante la discusión de la reforma energética, cuando el debate se centró en lo que quiso decir alguien en 1938, en vez de reflexionar sobre la relevancia geopolítica de este recurso y la manera en la que podríamos aprovecharlo mejor.

Podríamos aventurar incluso que dentro de unas décadas, cuando tengamos una mayor perspectiva de cuanto ocurrió, personajes como Cuauhtémoc Cárdenas y López Obrador pasarán a la historia como los últimos líderes de masas del nacionalismo revolucionario.

En este mismo sentido la discusión del paquete económico de 2014 mostró una sociedad movilizada tanto a favor como en contra de diversas medidas que se aprobaron, como los impuestos al tabaco y la comida chatarra. Puede que no sea una inquietud generalizada, pero la sociedad civil está ya muy lejos de la anomia y desarticulación que imperaba en los años de hegemonía priísta.

¿Qué significa todo lo anterior para el PRI? Que posiblemente durante los próximos años veremos a un gobierno con cada vez menores capacidades de acción que oscilará entre experimentar con viejas soluciones y tratará de posponer lo más posible aquellas decisiones que terminen de trastocar sus intereses. La eficacia de esta táctica dependerá en buena medida de su capacidad para proveer soluciones para problemas concretos como desempleo, seguridad y Estado de Derecho.

¿La vuelta de la aplanadora tricolor? Lo más probable es que veremos un gobierno que será la transición entre el viejo sistema y una posible aunque incierta democracia plena a partir de que entren en vigor las reformas políticas que se aprobaron hace unas semanas.

Fernando Dworak
Licenciado en Ciencia política por el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y maestro en Estudios legislativos en la Universidad de Hull, Reino Unido. Es coordinador y coautor de El legislador a examen. El debate sobre la reelección legislativa en México (FCE, 2003) y coautor con Xiuh Tenorio de Modernidad Vs. Retraso. Rezago de una Asamblea Legislativa en una ciudad de vanguardia (Polithink / 2 Tipos Móviles). Ha dictado cátedra en diversas instituciones académicas nacionales. Desde 2009 es coordinador académico del Diplomado en Planeación y Operación Legislativa del ITAM.
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