6 cosas simples con las que me harían feliz los políticos

09/01/2013 - 12:02 am

No pido gran cosa. Ni siquiera que se dejen de hacer millonarios. Ni que dejen de pelearse en los medios para luego desayunar todos juntitos, muy risueños, en el Sheraton de La Alameda capitalina. Ni que acaben por arte de magia con la injusticia, la corrupción, la desigualdad, la pobreza o la violencia. Todo eso sería fantástico y, por supuesto, me encantaría. Pero lo que se me ocurre pedir ahora son asuntos más o menos simples que, creo, sí serían capaces de hacer y que harían mi vida más agradable (y, supongo, también la de muchos otros).

1. Que cada que llame de mi celular me digan cuánto me va a costar el minuto a ese número. Y que me den mi saldo, gratuitamente, antes y después de la llamada. Así sucede en otras partes del mundo. Es mi derecho como consumidor y es el deber de mis diputados y senadores hacer valer mis derechos. No es tan difícil, ¿cierto?

2. Que todos los artículos tengan a la vista su precio en los supermercados. Es mi derecho saber cuánto cuesta lo que voy a comprar y no, no me gusta andar buscando lectores ópticos que no funcionan ni tenerle que preguntar el precio a una cajera que pone jetas cada que lo hago. Basta con que la Profeco lo exija.

3. Que la disposición de efectivo y la consulta de saldo en los cajeros automáticos de los bancos sea gratuita siempre. Es mi dinero. Además, la mayoría de los bancos son extranjeros, ¿desde cuándo es justo, soberano y constitucional que un banco extranjero se lleve parte de nuestro dinero sólo por consultar el saldo o por sacar efectivo?

4. Que haya mapas de las rutas de transporte colectivo en cada parada. Para saber a dónde va uno sin tener que anunciar “asáltame, por favor, soy un chico fresa o un turista que no sabe dónde está”. (Si, aparte, también regulan las concesiones y las cuotas a los choferes para que estos no se vayan medio matando, mejor).

5. Que haya una forma simple, pública y económica de llegar a los aeropuertos y terminales de autobuses. En todas las ciudades, del centro a la terminal o a la central. Sin tener que lidiar con las mafias de taxistas que te asaltan legalmente. Ojo: con esto se incentivaría el turismo interno, pues hoy día es más caro e incómodo viajar de Puebla a Campeche que de Puebla a Chicago.

6. Que las autopistas cuya concesión ya venció vuelvan a ser públicas. Y gratuitas. O que, por lo menos, anuncien en cada caseta cuánto cuestan las siguientes del viaje. Para saber si me alcanza o me voy por la libre. Para que no cambien las tarifas cada que se les antoje. Son nuestros caminos y, si están concesionados, lo mínimo que pueden hacer nuestros diputados y senadores es velar porque sí estén a nuestro servicio (y no al servicio de la codicia de las empresas).

Yo supongo que lo que pido no es tan complicado. Ahora, si esto les parece muy fácil y quieren hacer mucho más (ya parece cartita a los Reyes Magos), sería fantástico que Semarnat sí revisara concienzudamente los estudios de impacto ambiental de todas esas mineras que quieren destrozar nuestro país, que se incentivara el empleo digno y bien remunerado para los mayores de 40 años, que se respetaran e hicieran valer los logros laborales del último siglo, que dejaran de pensar en el país como un coto privado, etcétera. En fin, tantas cosas, si de veras tienen ganas: basta con que salgan de su oficina y le pregunten a su taquero de confianza.

Luis Felipe Lomelí
(Etzatlán, 1975). Estudió Física y ecología pero se decantó por la todología no especializada: un poco de tianguero por acá y otro de doctor en filosofía de la ciencia. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y sus últimos libros publicados son El alivio de los ahogados (Cuadrivio, 2013) e Indio borrado (Tusquets, 2014). Se le considera el autor del cuento más corto en español: El emigrante —¿Olvida usted algo? —Ojalá.
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