Author image

Sandra Lorenzano

08/10/2023 - 12:02 am

La nana de la hierbabuena

“Y a lo mejor sólo leo y escribo para repetir esa sensación arcaica, primigenia. ¿Quién puede saberlo? A lo mejor para sentir cerca esa tibieza que me daba seguridad frente al mundo”.

La madre acuna a la criatura recién nacida. El arrullo suena dulce y quebrado en su voz.

La escena es de una belleza dolida, conmovedora, pero también brutal, porque la canción, la niña y la madre están tras las rejas. La última será fusilada en apenas unos minutos más. El momento de intimidad más fuerte entre ambas, ese momento que representa el más intenso amor, será también el último que vivan juntas.

Se me pone la piel chinita cada vez que escucho la “Nana de la hierbabuena”, que creó la poeta y compositora andaluza (nacida en Córdoba) Carmen Agredano, para la película “La voz dormida”.[1] En 2012, Agredano recibió el Goya a la mejor canción original por este arrullo, que es a la vez pacto amoroso y despedida. Regálense unos minutos para escucharlo, por favor:

Tras los hierros de mi pena este lamento del alma…Y al amanecer tus ojos…que otro día me regalan… Duerme niña duerme…La luna te mira…Tu madre te quiere…Cuando llegue la mañana…Y esta boca que te canta…Se abrirá en una sonrisa y florecerá en tu cara. Duerme niña duerme…La luna te mira tu madre te quiere…Y, ay, mi rosa morenita…No te asustes con mi pena…que las lágrimas que corren riegan a la hierbabuena. Duerme niña duerme…La luna te mira.. ..Tu madre te quiere.

¿Cómo no pensar, al escucharla, en las miles de mujeres encarceladas o asesinadas por el franquismo? Esas mujeres cuyas vidas fueron destruidas, y de las que habla Dulce Chacón en la novela en que se basa la película.[2] ¿Cómo no pensar en las niñas y niños condenados a la orfandad? ¿O en Miguel Hernández y sus “Nanas de la cebolla”? ¿O de este lado del mar, en nuestro “Duerme, duerme negrito”?

Lo cierto es que, a pesar de estos ejemplos, las nanas no suelen ser oscuras o tristes, sino dulces y luminosas, pero incluso así, ¿no les provocan, como a mí, cierta melancolía? Será porque nos recuerdan el paso del tiempo, a nuestra madres y abuelas, o el momento en que aún podíamos cargar en brazos a nuestros hijos y cantarles. Será porque llevamos inscrita en la memoria aquella voz suave con que nos dormían.

Dicen que los bebés “leen” con la piel y con los oídos. Hermoso, ¿verdad?

Este andar por los caminos de las canciones de cuna me ha llevado a leer una bella conferencia de Federico García Lorca, llamada simplemente “Las nanas infantiles”. En ella el poeta, siempre enamorado de la cultura popular, empieza declarando la estética de las palabras que leerá en público:

Antes de pasar adelante debo decir que no pretendo dar en la clave de las cuestiones que trato. Estoy en un plano poético donde el sí y el no de las cosas son igualmente verdaderos. (…) Procuro evitar el dato erudito que, cuando no tiene gran belleza, cansa a los auditorios, y en cambio, persigo subrayar el dato de emoción…[3]

Y es en esa búsqueda de subrayar el dato de emoción que comienza a reunir arrullos de las distintas regiones de España y nota la aguda tristeza de las canciones de cuna de nuestro país, aun cuando no haya en las mujeres que las entonan ni la menor sombra de pesar.

Salpicada de ejemplos -¡qué bello hubiera sido escuchar a Federico cantarlos!- la charla va siguiendo el camino de las voces, las palabras y los ritmos que durante siglos han convocado el sueño de los pequeños de aquellas tierras. No falta allí el elemento mágico que tanto gustaba al granadino:

El año de 1917 tuve la suerte de ver a un hada en la habitación de un niño pequeño, primo mío. Fue una centésima de segundo, pero la vi. Es decir, la vi… como se ven las cosas puras, situadas al margen de la circulación de la sangre, con el rabillo del ojo, como el gran poeta Juan Ramón Jiménez vio a las sirenas, a su vuelta de América: las vio que se acababan de hundir.

 

Todo está allí -también las hadas y las sirenas- desde antes del nacimiento.  Dice Estela Carlotto, presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo, que encontrara a Guido, su nieto, más de cuarenta años después de la muerte de su hija Laura, asesinada por los mismos militares que le robaron al recién nacido: “Nuestros nietos, que han estado en cautiverio junto a su mamá en la panza, han recibido cantos, cuentos, voces, nombres, todo hacia dentro, porque eran ellos dos solos, y mientras viviera el hijo, vivían ellas, eso es lo que llevan adentro los chicos sin darse cuenta.”[4]

Eso es lo que todas y todos llevamos dentro, dulce y luminoso, a pesar de los dolores que tantos han vivido.

Como para muchos de ustedes, el arrullo es uno de mis primeros recuerdos. Aunque en realidad no me acuerdo ni de la música ni de la letra, sino que las he reconstruido después, claro, al ver a mi madre cantándoles a mis hermanos pequeños, sí tengo la sensación de su abrazo tibio. Es increíble, pero cuando estoy en una situación que me hace sentir en riesgo –por ejemplo, el avión que se mueve o un temblor- y así como otros rezan, yo tarareo bajito, bajito, Arrorró mi niña…

Y a lo mejor sólo leo y escribo para repetir esa sensación arcaica, primigenia. ¿Quién puede saberlo? A lo mejor para sentir cerca esa tibieza que me daba seguridad frente al mundo.

Recuerdo la historia de aquel general que decidió crear un ejército de hombres fuertes, sin ataduras afectivas de ningún tipo. Tomó a cientos de niños sanos, hijos de familias sanas, para educarlos en la disciplina, la rigidez y la obediencia. Cientos de bebés que murieron al poco tiempo por no haber recibido jamás contacto físico alguno con otro ser vivo. Sin calidez, sin abrazos, sin arrullos, no sobreviviríamos.

La voz y la piel. De ahí venimos. Para mí, una de las cosas más dolorosas de la muerte de alguien querido es olvidar su voz. La voz es cueva protectora, refugio para la intemperie, ancla en medio de las tormentas. Como la palabra poética.

Por eso tal vez seguimos cantándonos aquel primer arrullo cuando nos parece que el mundo se derrumba. Simplemente para sentir que “todo va a estar bien”. Ése es el verdadero sentido de los arrullos, transmitirle al bebé la certeza de que todo va a estar bien. Se acompasan los ritmos del corazón y llega la calma. Sístole, diástole.

Así la madre que canta la “Nana de la hierbabuena”, en medio del horror, de la cárcel, de la condena a muerte: el último gesto de amor es regalarle el ritmo de su corazón para que sepa siempre que -a pesar de los pesares- todo va a estar bien.

Ay, mi rosa morenita…No te asustes con mi pena…que las lágrimas que corren riegan a la hierbabuena. Duerme niña duerme…La luna te mira…Tu madre te quiere.

 

[1] “La voz dormida” (2011), dirigida por Benito Zambrano. Puede verse en Filmin Latino.

[2] Dulce Chacón, La voz dormida, Madrid, Alfaguara, 2002.

[3] Federico García Lorca, “Las nanas infantiles”. https://federicogarcialorca.net/obras_lorca/las_nanas_infantiles.htm

[4] Citado en Carlos Ares, “25 años buscando nietos”, El País, 26 de diciembre de 2002

https://elpais.com/diario/2002/12/27/internacional/1040943614_850215.html

Sandra Lorenzano
Es "argen-mex" por destino y convicción (nació en Buenos Aires, pero vive en México desde 1976). Narradora, poeta y ensayista, sus libros más recientes son "Herida fecunda" (Premio Málaga de Ensayo, 2023), "Abismos, quise decir" (Premio Clemencia Isaura de Poesía, 2023), y la novela "El día que no fue" (Alfaguara). Académica de la UNAM, se desempeña como Directora del Centro de Estudios Mexicanos UNAM-Cuba. Es además, desde 2022, presidenta de la Asamblea Consultiva del Conapred (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación). sandralorenzano.net

Los contenidos, expresiones u opiniones vertidos en este espacio son responsabilidad única de los autores, por lo que SinEmbargo.mx no se hace responsable de los mismos.

en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video

más leídas

más leídas