Author image

Jorge Alberto Gudiño Hernández

08/10/2016 - 12:01 am

Criticar al otro

Entonces el ritual cumple su ciclo. Salimos de ahí con un manuscrito lleno de marcas, de tintas de colores. Salimos, también, con anotaciones por doquier.

Entonces el ritual cumple su ciclo. Salimos de ahí con un manuscrito lleno de marcas, de tintas de colores. Salimos, también, con anotaciones por doquier. Foto: Cuartoscuro.
Entonces el ritual cumple su ciclo. Salimos de ahí con un manuscrito lleno de marcas, de tintas de colores. Salimos, también, con anotaciones por doquier. Foto: Cuartoscuro.

Desde hace un par de décadas un gran amigo y yo participamos de un ritual. En cuanto terminamos de escribir alguna de nuestras novelas (cuentos en ese entonces), le llevamos el manuscrito al otro haciendo una entrega cargada de solemnidad. Aprovechamos para conversar, tomar whisky y dejar que se asiente el ánimo por la reciente culminación de un trabajo que, en el mejor de los casos, llevó varios meses. Procuramos no hablar demasiado de la obra en cuestión. Es peligroso. Lo menos que deseamos es influir en la lectura del otro.

Ayer mismo, C vino a casa con una nueva encomienda. La terminó esa misma mañana. Así que el texto es aún virgen. No por nada decimos uno del otro que es nuestro primer lector. Hace tiempo acordamos que no nos ocuparíamos de la corrección de estilo. Hay mucha gente más capacitada que nosotros para esa labor. Además, lo que nos interesa es la lectura profunda, la que va más allá de los puntos, las comas y las erratas que se suelen multiplicar por doquier.

No llegamos con el manuscrito bajo el brazo esperando las palmadas del otro. Tampoco el aplauso. Ni siquiera una opinión. De ésas, de las unas y las otras, llegarán tantas como lectores se consigan. De los aplausos, la familia es la encargada. También algunos de los amigos. No nosotros. Lo que en verdad queremos es una lectura crítica. Hubo una época que, junto con la novela, silabeábamos una frase que era casi un mantra: ¡Destrózala!

Nuestra obligación era cumplir. Yo sé que a pocos les gusta que se les critique. Las razones se esconden en el ego, en la forma que tienen las personas de verse a sí mismas. Sé, también, que el manido concepto de la “crítica constructiva” es un refugio tan precario como el de la “envidia de la buena”. Sin embargo, a eso es a lo que apostamos. A una crítica dura, fuerte pero, sobre todo, sustentada.

Tras la entrega, resta esperar con impaciencia la lectura del otro. Esto nos mantiene ansiosos. No sólo porque somos los primeros lectores sino porque ya sabemos algo de lo que vendrá: una fuerte crítica. Yo, por ejemplo, prefiero no volver a mi novela hasta que llega la llamada de vuelta y la continuación del ritual.

Entonces nos reunimos de nuevo. Hay más whisky y varias horas por delante. Han llegado a ser hasta seis. Seis horas en las que se establece un diálogo complejo. Parte de la crítica. Pero no es un ejercicio despiadado con la intención de destrozar el trabajo del otro. Al contrario, es una forma de abonar a éste. Así, cuando se encuentra una falla en el narrador, por mencionar algún caso, no sólo se menciona, también se ofrecen soluciones. De ahí que el diálogo sea tan enriquecedor. La perspectiva del otro abre posibilidades que, quizá, no habíamos considerado. El ejercicio es extraño, sobre todo, porque no solemos responder a las críticas que otros hacen sobre nuestra obra. Los escuchamos, con todo el respeto del mundo, dando como válida su lectura. Estamos lejos de creer que lo escrito es perfecto.

Entonces el ritual cumple su ciclo. Salimos de ahí con un manuscrito lleno de marcas, de tintas de colores. Salimos, también, con anotaciones por doquier. Ha habido ocasiones en las que el diagnóstico no es prometedor. Por fortuna, más en el pasado remoto que en épocas recientes. Ya después será el turno de cada uno de nosotros, del escritor en turno, de atender o no, los señalamientos del lector.

En todos estos años, nunca nos hemos enojado por algún comentario del otro. Quizá porque sabemos que siempre está arropado por la mejor de las intenciones. Por eso, a veces resulta tan difícil opinar sobre otros manuscritos que también llegan. Algunos también son de amigos, más susceptibles a las críticas, que no siempre están de acuerdo con lo que se dice de sus novelas. En contraparte, también le he enviado mis originales a otros lectores mucho antes que a mi editor. Y he sabido aquilatar cada uno de sus comentarios. Es cierto, no siempre hago los cambios que sugieren, pero no suelo echarlos por la borda. A fin de cuentas, también es un favor que yo he pedido.

Me molesta, a veces, que alguien me critique a mí como persona. No demasiado. Dichas críticas suelen ser por defectos de personalidad o por posturas frente al mundo. Las escucho sin problema pero no les doy demasiada importancia. Se la doy, en cambio, a los comentarios que me hacen mis más violentos lectores. La consigna sigue viva: destrozar mi novela es una condición de posibilidad para su arreglo; cuando lo tiene.

Eso sí, al margen de que se haga caso o no de las recomendaciones, en público siempre hablaré de las virtudes del libro de marras. Dicho lo cual, me dispongo a leer una gran novela. Eso sí, con las plumas de colores muy a la mano. Ojalá siempre esté en condiciones de ver en este tipo de críticas como una parte de mi propio proceso de escritura.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

Los contenidos, expresiones u opiniones vertidos en este espacio son responsabilidad única de los autores, por lo que SinEmbargo.mx no se hace responsable de los mismos.

en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video

más leídas

más leídas