María Rivera
08/09/2021 - 12:03 am
Estado de ánimo
Cuando uno pensaba que no había nada peor que ver al presidente burlándose macabramente de padres preocupados por la vida de sus hijos, cantando los caminos de la vida, sale con que los investigarán.
Que dice el presidente que los padres de niños que se ampararon para recibir una vacuna en realidad responden a intereses de las farmacéuticas y que los va a investigar; que dice el subsecretario López Gatell que aquellos niños que acceden a las vacunas vía el amparo, en realidad le están quitando dosis a otras personas. Estos son los grados a los que está llegando el gobierno con tal de no aceptar, reconocer, que los adolescentes de 12 a 17 años deben ser incluidos a la brevedad en el Plan Nacional de Vacunación, por la sencilla y única razón de que están en riesgo de enfermar severamente y morir, o desarrollar secuelas si contraen el virus.
Es realmente amargo, querido lector, pensar en que este gobierno ha atacado sistemáticamente a padres de niños con cáncer, y ahora a los padres que, con toda justicia y derecho, exigen se inmunice a sus hijos. Digo que es amargo, porque si nos hubieran dicho hace cuatro años que tendríamos que presentar un amparo para conseguir una vacuna para los niños, no lo hubiéramos creído. Hubiéramos pensado que era parte de una campaña de miedo de la oposición. Si a mí me hubieran dicho que López Obrador iba a negarle el derecho a la salud y la vida a mi hija, hubiera pensado, muy probablemente, que se trataba de una campaña inmunda y me hubiera reído. Si además me hubieran dicho que el presidente diría que los padres obedecían a oscuros intereses de las farmacéuticas, hubiera pensado que era una total locura, no le hubiera dado ningún crédito. Si encima, me hubieran explicado que la negativa a vacunarlos obedecía a que el presidente no quería gastar, consideraba un desperdicio gastar en la vida de niños, de plano los hubiera tirado a locos.
Y ya ve, querido lector, a veces la realidad supera a la ficción con creces, o a las campañas del miedo, o a los peores temores. Yo no sé cómo se siente usted, pero yo cada día que pasa y sube el nivel de infamia, voy perdiendo la esperanza de que algo se corrija, así sea mínimo. O, mejor dicho, cada día que pasa corroboro que no, no hay esperanza de que este gobierno escuche algo que no sea su monstruoso eco. Y es que cuando uno pensaba que no podía ser peor, empeora, de hecho. Cuando uno pensaba que no había nada peor que ver al presidente burlándose macabramente de padres preocupados por la vida de sus hijos, cantando los caminos de la vida, sale con que los investigarán. Cuando uno pensaba que eso ya era realmente lo peor-peor, sale su portavoz a chantajearlos con el cuento de que están privando de vacunas a otras personas, como si proteger la vida de un hijo fuera algo indebido y los niños no tuvieran derecho a la salud y a la vida como el resto de la población ¿qué nos esperará mañana? Uno se pregunta, ya con el ánimo destrozado de saberse completamente abandonado, y sumido en la zozobra de la enfermedad y la muerte.
Mientras, el país se inunda, mi calle se inunda, mi patio se inunda, llueve, llueve, llueve, llueve. Navegamos en medio de un terrible diluvio, parece, que no ceja de día ni de noche. Somos como un Noé nocturno y sin brújula, navegando hacia quién sabe dónde. Entonces, claro, una se tropieza con todo, con la cama, la ropa, los muebles. Se entera de que nada más hoy se reportaron más de mil personas fallecidas, como si ya no fueran nada en esta epidemia monstruosa. Luego, llegan noticias de colegas artistas que se están muriendo de hambre, que no encuentran ni como levantar la cabeza. Luego, el gato maúlla desesperado por asomar la cabeza al aire sin lluvia. Las preocupaciones se acomodan como pueden, a veces caben, a veces, no; son como la lluvia que estos días desborda al país, sumerge hospitales y caminos, arrastra a personas, causa apagones que dejan sin aliento a enfermos que luchaban por sus vidas.
Disculpe el tono lírico, pero más o menos así se siente este devenir. Afortunado todavía, alcanzo a pensar, porque tenemos vida y un arca, pequeña y una última esperanza… puesta en el poder judicial. Me río irónicamente nada más de pensarlo, por supuesto. Nunca antes en mi vida había tenido que recurrir a él ni como pensamiento, pero ahora luce para muchos como un ancla de salvación frente a las arbitrariedades del poder ejecutivo. Y no dramatizo, créame, a ese nivel extremo este gobierno ha llevado a la gente: artistas demandando al gobierno ante instancias internacionales, padres gestionando amparos para que vacunen a sus hijos, investigadores amparándose de medidas arbitrarias, padres amparándose para conseguir medicamentos contra el cáncer…
Si me lo hubieran dicho, le decía, no lo hubiera creído. Así como no hubiera creído que una pandemia llegaría a cambiarnos la vida, mi hija estudiaría en línea durante más de un año, yo trabajaría solo en una pantalla, y saldríamos, todos, salvo el presidente, con mascarillas y caretas, con la esperanza de protegernos de un virus ubicuo. Tampoco, es verdad, hubiera creído que este gobierno sería capaz de sacrificar la vida de lo más preciado que tenemos, los niños, con tal de no gastar.
Y esta lluvia constante, que no cesa, inundándolo todo. Ay, querido lector.
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