La misma fe en todas partes

08/09/2015 - 12:03 am
Al Gauchito se le deja una vela roja encendida, vino tinto y cigarrillos. Foto: Facebook
Al Gauchito se le deja una vela roja encendida, vino tinto y cigarrillos. Foto: Facebook

El día 8 de cada mes se festeja al Gauchito Gil en varias partes de Argentina. Estoy en el inicio de Avenida Corrientes, en Buenos Aires, Capital Federal. Aquí hay un parque donde se encuentra el santuario al Gauchito Antonio Gil. Desde muy temprano, sus seguidores vienen a encender una vela para darle gracias por algo que les cumplió y algunos aprovechan para pedir algo más. El origen del culto al Gauchito lo encontramos en la ciudad argentina de Mercedes, en la provincia de Corrientes. Dicen que Antonio Gil fue el Robinhood de esta región, dicen que fue tomado prisionero por el Coronel Salazar y a pesar de la movilización del pueblo para que fuera liberado lo ejecutaron un 8 de enero. No se sabe con exactitud el año de su muerte, dicen que ésta sucedió en el siglo XIX. Dicen, que el hijo de Salazar estaba enfermo de gravedad y todo apuntaba hacia su muerte; pero el Gauchito le dijo al Coronel que al volver a casa encontraría sano a su hijo. Dicen que cuando el Coronel Salazar regresó a casa, después de ejecutar a Antonio Gil, encontró a su hijo sano y salvo. Dicen, dicen. En la actualidad cada vez son más los fieles a este personaje que aseguran es muy milagroso.

El día está bueno para festejar en la calle. Hace frío pero no cala los huesos, además el sol está a pleno pues no hay ni una nube en el cielo invernal. Al principio del día vi entrar al recinto a unas cuantas personas; pero conforme avanzan las horas son más los que se acercan al santuario. Al Gauchito se le deja una vela roja encendida, vino tinto y cigarrillos. Hay quienes dejan una cinta color rojo y se llevan a manera de pulsera otra cinta que recogen de las que anteriormente alguien dejó. “Esto asegura que vengas otra vez, para que dejes la cinta que te llevas y tomes otra” dice un chico que no habla más pues tiene que salir corriendo a la confitería donde trabaja. A las 12 del día una camioneta blanca se estaciona en avenida Corrientes, bajan dos señores con bolsas grandes de pan, carne y vino de caja. Van a hacer el asado por el Gauchito y me invitan a comer. Ellos son Miguel y Omar. Nadie les da dinero para este abundante asado. Omar es dueño de una panadería y ferviente seguidor del Gauchito, lo hace en agradecimiento. Poco a poco se acercan más personas, algunas atraídas por el olor de la carne asándose a cielo abierto. Llega una chica joven con sus dos hijos y también a ellos los invitan a comer el asado. En realidad todo el que pasa por ahí está invitado a servirse un vaso de vino y a comer un choripán y un trozo de carne. Llega el momento de entrevistar a algunos seguidores del Gauchito, las preguntas son sencillas, ¿desde hace cuánto que lo sigues?, ¿Qué cosas le pides y qué le das a cambio? Las personas entrevistadas se enorgullecen de dar unas palabras en honor a su ícono, se les nota en el rostro la alegría y en la voz se nota el cariño que le tienen.

Juan Manuel 31 años, “le pido que cuide mi trabajo y que me ayude, que aleje todos los peligros que tengo encima” ¿Qué le das a cambio? “Que yo voy a estar siempre y le prometí que voy a venir todos los 8 y que me voy a hacer un tatuaje en el brazo derecho para mostrarle mi agradecimiento y seguimiento”.

Mariano “El Gauchito es un compañero que lo acompaño por intermedio de Dios y de la Virgen de Luján, y siempre le pido por la salud y por la familia”.

Al Gauchito lo siguen personas de distintas edades. No importa si son católicos o si sólo son devotos de Gil. “El Gauchito Gil es del pueblo, él no hace distinción por nadie”, dice un chico que se tomó unos segundo  en su trabajo que consiste en mantener limpio el parque donde está el santuario.

Avanza la tarde y el vino se termina, pero sólo por un momento, porque Mauricio y Omar traen más vino Termidor en tetra brik.

Jorge y Pedro son quienes cuidan el Santuario. Cuentan que antes aquí sólo había una estatuilla del Gauchito, que con el tiempo se fue construyendo la pequeña capilla y el resto del espacio. Esto hace no más de 10 años. “Han venido a querer tirar esto, pero lo que tiran yo lo vuelvo a levantar, mientras yo esté aquí, el santuario seguirá de pie y con la ayuda de todos seguirá creciendo”, dice Jorge.

Ya son las 2 de la tarde y por primera vez veo a una persona que cuelga una placa con su nombre. La placa es en agradecimiento al milagro cumplido. Fernanda, 25 años “Nosotras el año pasado fuimos a Corrientes, hicimos un viajecito hasta allá. Le hicimos unas peticiones, de arreglar la casita, de poder tener salud, trabajo y bueno, hasta ahora viene funcionando como quien dice la creencia de uno, ¿no? De que él está cumpliendo con nosotras y eso nos llevó a nosotras a prometerle una plaquita en agradecimiento. Yo lo conozco al Gauchito desde los 12 años. Es como un ciclo, viste, uno pide, recibe y devuelve”.

Rubén, 28 años. Es profesor de Muay Thai y le pide por sus alumnos, que los cuide en los combates y de paso que ganen. Rubén, cuando visita al Gauchito, no deja vino o cigarrillo, deja comida “Yo vengo, ponele, una vez por mes y le dejo diez kilos de arroz. Yo prefiero de alguna manera dejar comida porque otra persona lo va a comer, es para otro. Y realmente el Gaucho en sí era eso, era un bandido que le robaba a los que más tenía y se lo daba a los pobres.” ¿Cómo fue que comenzaste a seguirlo?  “Un primo me empezó a contar de lo que es el Gaucho, de toda la magia que hay alrededor de él. Y nada, después, a través de viajar y de conocer, me ha pasado de cruzarme la imagen del Gaucho y bueno, de a poco cuando me quise dar cuenta me encontré envuelto en toda la mística de venir y un día pedirle algo y recibir algo a cambio. Subí una montaña y vi una imagen chiquitita ahí; he cruzado pueblos que habían 200 personas y había una imagen así, en un árbol”.

A las 5 de la tarde ya han pasado más de 100 personas por el santuario y siguen llegando seguidores del Gauchito. El vino sale casi como por arte de magia de las manos de Mauricio y de Omar. Un poco más tarde veo una imagen que me sacude: una chica de unos 28 años carga en brazos a un niño de apenas unos meses de nacido. Ella se hinca, mira la figura de Antonio el Gauchito Gil y comienza a llorar. Esta es, sin duda, la imagen más fuerte que veo en toda esta jornada.

A las 6 de la tarde Mauricio y Omar se llevan el asador a la camioneta. Su vehículo estuvo estacionado todo este tiempo sobre Avenida Corrientes. Ningún policía levantó infracción por esto. Supongo que de algún modo está protegida por el Gauchito, quizá sólo por el día de hoy. En un rato más caerá la tarde y ya es momento de ir a festejar con una cerveza. Llevo en la cartera una estampita del Gauchito, que más tarde regalaré a otros seguidores de este singular personaje.

Gerardo Grande
Gerardo Grande (Ciudad de México, 1991). Poeta. Publicó La edad atómica (La Bella Varsovia, Córdoba, España, 2014), Fiesta brava (Neutrinos, Entre Ríos, Argentina, 2015), Seguir (Eloísa Cartonera, Buenos Aires, Argentina, 2016). Es co-compilador de Astronave, panorámica de poesía mexicana 1985-1993 (UANL-UNAM, México, 2015).
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