LICHI: NARRADOR ETERNO Y CON VIENTO A FAVOR

08/09/2012 - 12:00 am
Foto: Notimex

En tres volúmenes, la editorial Cal y Arena ha rescatado las crónicas periodísticas del consagrado poeta y narrador Eliseo Alberto de Diego García Marruz, Lichi para sus amigos. Una noche dentro de la noche (2006), La vida alcanza (2010) y, ahora, tras más un año de su fallecimiento –31 de julio de 2011– aparece Viento a favor, que recupera la columna que Lichi publicó en el suplemento “Laberinto” del periódico Milenio.

En el prólogo de este libro, del cual SinEmbargo.mx reproduce una de esas crónicas gracias a la cortesía de esa casa editorial, Rubén Cortés plantea que Eliseo Alberto se hizo novelista en México, pues en Cuba había sido básicamente poeta (Importará el trueno, 1975; Las cosas que yo amo, 1977; Un instante en cada cosa, 1979), periodista y guionista de cine, aunque en 1985 publicó una novela para jóvenes, La fogata roja.

Su debut, añadé Cortes, se produjo en México, con La eternidad por fin comienza un lunes (1992) y cinco años después Informe contra mí mismo, “que lo entronizó como escritor imprescindible de la literatura cubana, con un timbre exclusivo: el de la nostalgia sin lágrimas, a partir de la naturalidad y la elegancia de una prosa con la que inventó una Cuba de bolsillo para los que comparten ese tipo especial de melancolía: la del emigrado que regresa a casa siempre que tenga dinero y ganas para pagarse el boleto, reconstruyendo su tierra desde la remembranza o la metáfora”.

Para Cortes, La Habana que recrea Eliseo Alberto es una ciudad idílica que heredó de su entorno familiar de villa en las afueras, primero; y casa y departamento, después, en la zona distinguida de la capital, rodeado desde pequeño del recuerdo y la presencia física de hombres y mujeres fundacionales de la nación y la cultura cubanas. Una Habana apacible de boleros y deleites conmovedores.

¿Por qué la literatura de Eliseo Alberto alcanza tanta popularidad entre los cubanos del exilio?, pregunta Rubén Cortes. Para él, lo sabe mejor que nadie otro de sus amigos de todos los días, el musicólogo Carlos Olivares Baró:

La respuesta hay que buscarla en sus gestualidades extraliterarias, sus atributos humanos, sus afanes de tener siempre un amigo a su lado, su calidad de cuentacuentos natural que le granjeó grandes lectores incondicionales. Gran conversador, anfitrión desmedido, quizás sus mejores novelas fueron las que escribía de tarde en tarde con su tropa, como a él le gusta llamarnos. La novela como la extensión de un bolero (Esther en alguna parte), como un columpio de maromas y magias (La eternidad por fin comienza un lunes), como ritmo de son montuno (Caracol Beach), como mirada impertinente (La fábula de José), como un vodevil (El retablo del conde Eros), como épica de la devoción (La fogata roja) y siempre como poeta heredero de los folios formales de Cintio Vitier (De peña pobre) y Lezama Lima (Paradiso)”.

“Vale, pues, otra pregunta: ¿es Eliseo Alberto un gran novelista? Sí, pero algo más: Eliseo Alberto es el mejor narrador de Cuba desde Alejo Carpentier, un logro mayor si se tiene en cuenta que lo consigue a partir del sentimiento menos popular: la tristeza. Sólo que Eliseo Alberto la convierte en un tema novedoso y singular, tanto que hace pensar que la literatura cubana es sólo melancolía, dolencia, exilio y congoja de personajes abandonados o huérfanos que buscan redimirse.

“Las novelas de Eliseo Alberto defienden de manera persistente el derecho al amor desesperado, infortunado, rugoso, húmedo, perdido, arrollador, fantástico”, afirma el autor del prólogo de Viento a favor.

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HABANA GAY

La débil pero significativa apertura del tema gay (lésbico, travesti, transgénero) en la sensual isla de Cuba, después de tantas décadas de asechanza, cobró inesperada presencia en los medios de comunicación cuando la periodista Carmen Lira le recordó al Comandante Fidel Castro que hace cincuenta años se marginó a los homosexuales cubanos y a muchos se les envió a campos de concentración (UMAP, Unidad Militar de Ayuda a la Producción), acusados de contrarrevolucionarios. La directora del diario La Jornada le dijo entonces al veterano guerrillero: “Todo el encanto de la Revolución, el reconocimiento, la solidaridad de una buena parte de la intelectualidad universal, los grandes logros del pueblo frente al bloqueo perdieron reconocimiento por causa de la persecución a los homosexuales”.

Fidel respondió con astucia al reconocer y a la vez justificar su responsabilidad en dichos atropellos:

Fueron momentos de una gran injusticia… ¡Una gran injusticia!, la haya hecho quien sea. Si la hicimos nosotros, nosotros… Estoy tratando de delimitar mi responsabilidad en todo eso porque, desde luego, personalmente, yo no tengo ese tipo de prejuicios. Teníamos tantos problemas de vida o muerte que no le prestamos atención… Piensa cómo eran nuestros días en aquellos primeros meses de la Revolución: la guerra con los yanquis, el asunto de las armas, los planes de atentados contra mi persona… Si alguien es responsable, soy yo… En esos momentos no me podía ocupar de ese asunto. […] Fui homofóbico porque los cubanos lo eran.

Una confesión de ese tamaño era lo que necesitaba su sobrina Mariela Castro, “ministra de ultramar”, directora del oficialista Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), hija del hoy presidente Raúl Castro, para tomar por asalto una calle de La Habana y en intemperante manifestación enarbolar por igual banderolas con los colores del arcoiris, fotos de los cinco famosos espías cubanos prisioneros en cárceles de Estados Unidos, retratos de su tío barbudo, consignas contra el bloqueo y globitos de preservativos, pocas semanas después de que sus parientes le autorizaran desfilar sin pelucas ni coloretes excesivos, mezclados “locas y travestis” entre la disciplinada clase obrera de la isla —un sector tan dócil que esa mañana del primero de mayo, Día Internacional del Trabajo, sus líderes sindicales celebraban como “una victoria” la anunciada cesantía de un millón y medio de agremiados.

En la entrevista con Carmen Lira, el Comandante asumía con perspicacia su cuota de responsabilidad en aquella cacería de pájaros, pero, una vez más, terminaba culpando al imperialismo yanqui de todos los errores ideológicos y todas las catástrofes económicas y todas las persecuciones morales que (una a una) fueron ordenadas en La Habana, nunca en Washington.

El periodista cubano Armando López, cronista excepcional de la “farándula habanera”, conocedor en carne viva de la profundidad de aquellas viejas cicatrices, respondió a tío y sobrina desde su exilio en Nueva York con un esclarecedor artículo:

Cuando les cuentan a los congueros de Mariela que hace 46 años existieron en Cuba campos de trabajos forzados para homosexuales; que los expulsaban del magisterio, de la televisión, de los grupos teatrales, de las universidades, para que no contagiaran con sus depravaciones al Hombre Nuevo; que en 1980 las turbas revolucionarias apedrearon sus casas, vociferando “¡Que se vayan, los maricones!”, les sucede lo que a mí cuando me hablaban de los crímenes de Machado. ¡No les interesa! […] Estos travestis, transgéneros, lesbianas, homosexuales, que arrollaron en la conga con la hija del general, sólo practican la doble moral imperante en Cuba. No tienen la culpa. Crecieron en una economía de guerra, aprendieron a mentir para sobrevivir. Son víctimas de una absurda Revolución. Como tú y como yo, amigo lector.

El 13 de marzo de 1963, en escalofriante discurso que recuerdan Armando López y el poeta Félix Luis Viera (de joven confinado a una barraca de la UMAP), Fidel Castro apela a la ironía para abordar un tema que en verdad le produce extraña rabia:

Muchos de esos pepillos vagos, hijos de burgueses, andan por ahí con unos pantaloncitos demasiado estrechos [risas del público]. Algunos de ellos con una guitarrita en actitudes elvispreslianas, y que han llevado su libertinaje a extremos de querer ir a algunos sitios de concurrencia pública a organizar sus shows feminoides por la libre. […] Hay unas cuantas teorías, yo no soy científico, no soy un técnico en esa materia [risas], pero sí observé siempre una cosa: que el campo no daba ese subproducto.

Y al campo los envió.

Casi cincuenta años después, un grupo de no más de veinte “subproductos” independientes desfilaron por un paseo peatonal de La Habana para celebrar el Día del Orgullo Gay, y marcar su distancia con Mariela Castro. El evento atrajo una fuerte presencia policial pero transcurrió en paz. Caminaron ochocientos metros. Se abrazaron en el malecón. Regresaron a casa con ese alivio, pasajero pero espiritual, que daba (es sólo un mal ejemplo) tragar en seco la Primera Comunión.

en Sinembargo al Aire

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