Se reúnen una serie de opiniones de algunos trabajadores de la a industria del turismo de lujo en Grecia, Francia y España respecto a la vida ostentosa de las personas millonarias y sus hábitos.
Ciudad de México, 9 de agosto, (SinEmbargo/Vice).- En términos generales, la gente rica puede ser terrible. Es difícil que te caiga bien alguien que recibe bonos obscenos por sustituir orfanatos con rascacielos o vender armas al tercer mundo. Pero los ricos pueden ser aún más insoportables cuando están de vacaciones —relajarse del estrés de haber vendido su alma al diablo es difícil ¿no crees?
Le preguntamos a algunos amigos que trabajan en la industria del turismo de lujo en Grecia, Francia y España sobre las peores cosas que han visto hacer a los millonarios.
RACISMO EN EL CLUB DE GOLF
Una vez, un banquero estadounidense de cuarenta y tantos años llegó a nuestro hotel con su mayordomo, que era afroamericano. El banquero no levantaba un dedo, excepto para jugar al golf. Al principio, asumí ingenuamente que el mayordomo la tenía bastante fácil, teniendo en cuenta lo rico que era su jefe, pero entonces, en algún momento, el banquero pronunció la frase más grosera que he escuchado en mi vida: acababa de perder su pelota en la arboleda después de un mal tiro, cuando se volteó hacia mí y me dijo en voz alta: «voy a decirle a mi labrador que vaya por ella». Entonces el mayordomo se precipitó a la arboleda para encontrarla.
En otra ocasión, un alemán reservó una suite para él y tres habitaciones más para sus guardaespaldas. A su llegada, me preguntó si podía mostrarle las instalaciones del hotel en un carrito de golf. Se sentó en el asiento del pasajero, sosteniendo una botella de vino entre las rodillas y, a pesar de que el carrito podía albergar dos personas más, le pidió a sus guardaespaldas que corrieran detrás de nosotros. Corrieron durante 45 minutos. De vez en cuando me pedía acelerar sólo para verlos correr —durante todo el recorrido estaba doblado de la risa.
Christophe, recepcionista y gerente de un club de golf — Deauville
UN CUMPLEAÑOS MUY ESPECIAL
En una ocasión una familia rusa llegó a Madrid para celebrar el cumpleaños de su hija menor. Tan pronto como llegaron —ni siquiera se esperaron a hacer el check-in— me pidieron que contratara un pequeño avión o un helicóptero que los recogiera en la azotea del hotel esa misma noche, para realizar un breve vuelo sobre la ciudad. Durante el vuelo, querían lanzar globos al aire, en los que habían escrito sus mejores deseos para su querida hija. Además tenía que sonar la canción pop favorita de la cumpleañera en loop. Por supuesto, no iban a aceptar un no por respuesta y estaban dispuestos a pagar lo que fuera necesario para llevar a cabo sus planes.
Gloria, atención personalizada — Madrid
FINALES FELICES EN EL EGEO
Cuatro sujetos rusos rentaron dos de nuestros yates para un viaje por las islas griegas. Un barco era para ellos y el otro era para un grupo de mujeres, que también habían alquilado. El asunto se convirtió pronto en lo que parecía ser el set de una película porno. Desde el momento en que dejamos el puerto, los invitados comenzaron a caminar completamente desnudos frente a la tripulación, hasta que finalmente comenzaron a tener sexo delante de nosotros. Me sentí muy incómodo durante todo el viaje, pero técnicamente, el barco es el espacio privado del cliente y siempre y cuando no te pidan que participes en el acto, no tienes otra opción que ser discreto.
Cada mañana, el barco entero se convertía en una gran orgía que duraba hasta altas horas de la noche, cuando se enviaba a las chicas de vuelta a su yate en un bote inflable. Puede sonar excitante, pero no es una situación ideal cuando estás trabajando. Pero el punto es que el cliente se vaya feliz. Y felices se fueron.
Michael, capitán — sobre todo en las Cícladas
COMO EN CASA
El hotel donde trabajo ofrece un servicio «de hogar a hogar» para los huéspedes que pasan mucho tiempo con nosotros. Por lo general, implica cambiar algunas alfombras, sillones, cortinas y cosas por el estilo, para que se sientan más a gusto durante su estancia, que a veces puede durar algunos meses. Pero la cosa cambia completamente cuando los huéspedes son árabes o miembros de la realeza. Recientemente tuvimos que cambiar la tina de un baño en una de nuestras suites por una que estuviera chapada en oro con diamantes incrustados.
María, directora de Servicios al Cliente — Madrid
COCAÍNA A BORDO
En los veranos, trabajo como primera oficial en yates de lujo —lo que algunos llaman «pequeños yates». Estos juguetes para gente adinerada normalmente cuestan varios millones de dólares. Mi trabajo es mantener un equilibrio adecuado entre las expectativas de los clientes y las operaciones a bordo —y también supervisar a los miembros de la tripulación cuando están fuera de control.
Una vez, un inglés alquiló un barco de 35 metros de largo e invitó a sus amigos a pasar una semana con él. Todos eran capitalistas veteranos de cincuenta años —trabajaban en el sector financiero— y les gustaba exhibir a sus jóvenes novias y sus tetas falsas. Eran divertidos y les encantaba la fiesta, lo que significa que para ellos era perfectamente normal tener recipientes llenos de cocaína a bordo. Antes de salir del puerto, se encargaron de ocultar drogas en todo el barco. En un primer momento, estar de fiesta con ellos era muy emocionante, a pesar de que era difícil seguirles el paso. Especialmente a mi jefe, que se metía líneas 24 horas al día —en el almuerzo, antes de un recorrido en motos de agua, mientras pescaba y durante la noche. Esta situación duró un par de semanas. Un día encontré drogas más fuertes en el barco y esa fue la gota que derramó el vaso. Al día siguiente, hice las maletas y busqué un ambiente de trabajo más saludable.
Sophie, primera oficial en veleros — sobre todo en el Caribe y las Cícladas
EL SERBIO RELIGIOSO
La mayoría de las veces las personas piden mujeres y drogas. Si no quieres involucrarte en ese tipo de negocio, sólo hay que señalar a las personas adecuadas. Las drogas son muy fáciles de conseguir, pero son muy caras. Las mujeres son más difíciles de encontrar. Sin embargo, mi experiencia más extraña con un cliente rico no implica nada de cocaína o prostitutas, sino a un director ejecutivo serbio, que también era un cristiano devoto.
En el primer día de su estancia, me pidió que reorganizara los muebles, le quemara varios CDs de música bizantina y abriera un par de botellas de champaña —cada una con valor de 1,500 euros (30,000 pesos). También me ordenó que lo acompañara a dondequiera que fuera —a la playa, a cenar y a varias fiestas. No dejaba que me apartara de su lado y, para ser honesto, realmente lo estaba disfrutando. Entonces, una noche, después de regresar de una fiesta alocada, decidió que necesitaba llegar inmediatamente a Tinos —una isla a una hora de distancia de Mykonos, donde nos encontrábamos— para encender una vela de oración. Tinos es básicamente el Ibiza de las abuelas cristianas griegas. Él alquiló un barco de 40 metros de largo, y lo siguiente que sé es que eran las 7 AM y estaba en Tinos, rodeado de señoras mayores que se dirigían a la iglesia de Nuestra Señora de Tinos de rodillas.
Manos, botones — Mykonos
LOS VIEJOS JUBILADOS SON LOS PEORES
El peor trabajo que he tenido fue para una agencia de alquiler de yates, cuando tenía 20 años. Apenas comenzaba el verano, y pensé que sería genial que me pagaran por viajar en las islas griegas. Una amiga mía, que ya trabajaba allí, me ayudó a conseguir un empleo de camarera en la agencia. Me dijeron que tenía que estar a la entera disposición de mis clientes 24 horas al día, y que nunca me quejara de las largas horas de trabajo. También me dijeron que ganaría 750 euros (15,000 pesos) por una semana, lo que eliminó cualquier posibilidad de quejarme.
Me enviaron a un crucero de lujo que había sido rentado por dos parejas rusas de 70 años. El yate costaba 75,000 euros (un millón y medio de pesos) por semana. También habían contratado a la tripulación, que incluía otro camarero, un cocinero, el capitán, un conserje y yo. Íbamos a viajar por las islas jónicas —específicamente Paxi, Léucade y Cefalonia.
Desde el primer día su comportamiento fue atroz. La primera comida que serví era pasta con camarones y en cuanto llegué con los platos una de las dos mujeres me hizo pelar sus camarones, y me decía: «Ven aquí, hazlo por mí». Mientras lo hacía, todo lo que podía pensar era meterle los camarones en las cuencas de sus ojos, pero no dije nada. Tan pronto como terminaron de comer, la otra esposa exigió que masajeara sus pies. Les dije que yo estaba ahí para servir bebidas y comida y llamaron a la agencia para quejarse y entonces renuncié. Durante los dos días siguientes —mientras esperaba a que el yate atracara en Léucade, donde me reemplazaría otra chica— cada vez que se emborrachaban una de las mujeres me llamaba «pequeña zorra».
También tocaba la campana de servicio en medio de la noche para pedirme que le llevara agua, hacía que el cocinero preparara una nueva comida tan pronto como había terminado de cocinar durante el día y derramaba vino en el piso a propósito sólo para que el conserje lo limpiara. La cereza del pastel fue que cada vez que me acercaba a su mesa para llenar sus vasos, uno de los esposos me tocaba el muslo. Seguía moviendo su mano cada vez más arriba, hasta que le dije que se lo contaría a su esposa. Esto es lo que sucede cuando los jubilados tienen demasiado dinero. Saben que no les queda mucho tiempo, por lo que se vuelven unos culeros. Me bajé en Léucade, tomé el ferry de vuelta a casa y nunca recibí ningún pago.
Dimitra, camarera de un yate — sobre todo en el mar Jónico
VINO DEL CIELO
Solía trabajar como sommelier en el restaurante de un hotel de cinco estrellas. Una de las peticiones más comunes de los clientes ricos era servirles su vino favorito, aunque no estuviera en la carta, lo cual es una petición común, a menos que el vino que pidas venga de otra parte del mundo. Constantemente tenía que hablar con gente en París, Londres, Nueva York o Buenos Aires para encontrar su bebida preferida: vinos que cuestan entre 2.000 y 7.000 euros por botella (40,000 y 143,000 pesos)— y luego contratar un avión y un piloto para llevarlos a Barcelona, a tiempo para la cena del cliente.
Gustavo, sommelier — Barcelona
PROPUESTA INDECOROSA
A veces los hombres casados flirtean conmigo. Se ofrecen a comprarme una copa en el bar y me dan su número de teléfono, pero más o menos es hasta donde llega el asunto. Debo tener cientos de números de hombres de negocios y políticos relativamente conocidos en mi teléfono. A veces me invitan a su habitación. Recuerdo una vez que estaba trabajando en la recepción, cuando un padre de unos cincuenta años entró en al lobby con sus dos hijas adolescentes. Pidió dos habitaciones en pisos separados: una para él y otra para sus hijas. Cumplí su petición y me dio una propina de 100 euros (2,000 pesos). La noche siguiente entendí por qué. La familia cenó en el restaurante del hotel y una vez que terminaron, el padre mandó a sus hijas a dormir. Después de eso, se acercó al mostrador de la recepción y me dijo, con una sonrisa encantadora: «Si estás aburrida, ya sabes dónde encontrarme». Debe haber esperado bastante tiempo.
También hay muchos ladrones entre la gente acaudalada. En una ocasión, la señora del aseo entró en una habitación para limpiar después de que un cliente se había ido, y descubrió que las almohadas y una pintura habían desaparecido. Tuve que hacer un cargo a la tarjeta de crédito de la cliente y llamarle para hacérselo saber. En lugar de negarlo, sin embargo, la mujer se limitó a decir: «Sí, cárguelo a mi tarjeta. No soy una ladrona, sólo necesitaba tener esa pintura». Ella creía que el hotel era su centro comercial personal.
Émilie, recepcionista — París