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Alejandro Calvillo

08/07/2023 - 12:05 am

Destruimos la vida dejándola de venerar

Lo que vivimos actualmente es una fuerza brutal extractivista de materias primas y fuerza laboral sobre las naciones del llamado sur global.

En el inmenso universo, el planeta es sólo una mota de polvo, un grano de arena en una playa infinita. Y no hemos encontrado vida en ningún otro lugar más que en este grano de arena en el que viajamos a través del universo. Y la vida está en todos los seres que la habitan, esa diversidad de plantas, de animales, de microbios que no se encuentra en ninguno otro planeta, hasta donde conocemos. Las sociedades humanas siempre veneraron ese milagro que es la vida sin la necesidad de haber contado con la evidencia científica que ahora tenemos, sin haber contado con las imágenes tomadas desde el espacio que nos muestran dónde estamos.

Carl Sagan lo explicó muy bien, mostró claramente nuestra relatividad. Esa relatividad que desde la ciencia abría el camino a reconsiderar el misterio de la vida negado por la ciencia del siglo XIX que, nos había presentado la existencia como una máquina en la que todo debería y podría ser explicado como un mecanismo. Por su cuenta, Sagan escribió: “En la ciencia la única verdad sagrada, es que no hay verdades sagradas”.

En el siglo XX, los descubrimientos de la ciencia subatómica llegaron a conclusiones similares a las de doctrinas antiguas como el budismo, se dio un encuentro entre la ciencia más avanzada y la filosofía perene existente en varias formas de sabiduría antigua que ponían en el centro el misterio de la vida.

Desgraciadamente, el capitalismo, como expresión de la predominancia de la ganancia económica sobre cualquier otro valor en el devenir de la humanidad, mantuvo la hegemonía de esta visión utilitaria donde el resto de la vida, el planeta en sí, es fuente de explotación y riqueza, así como la propia población humana. En muy diversas culturas, la tierra, el planeta, fue concebido, y aún es concebido, como una madre que da vida. Es una visión donde lo femenino está en el origen de la vida.

Lo que vivimos actualmente es una fuerza brutal extractivista de materias primas y fuerza laboral sobre las naciones del llamado sur global. A la vez, este capitalismo salvaje, cada vez más concentrado en un número menor de corporaciones globales, está provocando el deterioro de las condiciones de vida de los propios trabajadores en las naciones ricas. Se han venido destruyendo las estructuras regulatorias, que, a forma de resistencia, buscaron proteger los intereses comunes, el medio ambiente, la salud, la educación. Para la visión materialista del mundo, de la ganancia a toda costa, la vida aparece como un acto de competencia individual para obtener la mayor ganancia material y de poder sobre los demás.

Nuestra civilización es una civilización adicta a la dopamina, a la búsqueda del placer, a un placer individual, fugaz, visceral, dependiente de estímulos. Se trata de una civilización contraria a una cultura de búsqueda de la felicidad, más ligada a la serotonina, una experiencia más social, la del logro con los otrxs en la convivencia social, más centrada en el dar, más permanente. Es una experiencia más cercana a ser uno con el mundo, al encuentro de esa relación con quienes y lo que nos rodea. Y hablaremos de ello.

El misterio de la vida es el principio por el cual se reconoce que hay un umbral que la mente humana no puede, ni podrá pasar para comprender la vida misma, el reconocimiento de la limitación de nuestra ciencia, el reconocimiento del misterio. De ahí surge la veneración, el entendimiento del carácter sagrado de la vida, de maravillarnos ante ella. No se trata de ninguna religión ya que a este reconocimiento ahora se puede llegar por la ciencia misma, una ciencia que se abre al entendimiento del pensamiento sistémico que va mucho más allá de la suma de las partes, una visión de la interconexión sin límites que va más allá de nuestro ecosistema, que incluye al planeta, a la vida orgánica e inorgánica y al propio universo.

Un ejemplo claro de una visión mecanicista frente a una sistémica nos la da la actividad más esencial de la humanidad para sobrevivir, la obtención de nuestros alimentos. Se reconoce en los organismos de Naciones Unidas que para enfrentar las mayores amenazas que vive la humanidad, como el cambio climático y la pérdida de la biodiversidad, es urgente modificar nuestro sistema alimentario, pasar del sistema agroindustrial a la agricultura agroecológica. Sin embargo, del reconocimiento a la práctica hay un largo trecho que inicia con la captura por parte de las propias corporaciones de la agroindustria de los organismos de Naciones Unidas, como la propia FAO.

El sistema agrícola que comenzó a desarrollarse con la revolución industrial se ha realizado bajo el principio de obtener la mayor producción para lograr la mayor ganancia, sin importar el método, sin importar el impacto social, ambiental y en salud. Y todo se vincula, no es de extrañar que a través de las colonias los europeos desarrollaron como su producción agrícola más importante, la producción de azúcar. Para ello sometieron a los pueblos nativos y trajeron al Nuevo Mundo cientos de miles de esclavos de África, para producir ese estimulante que se volvería una adicción en la cultura occidental.

La industria química desarrollada durante el siglo XIX y XX se puso al servicio de la agricultura industrial inventando productos que actuaran como venenos contra las plantas no deseadas, como venenos contra las plagas y que actuaran como fertilizantes de la tierra. Nunca se consideró fortalecer la vida orgánica de las tierras de cultivo, esa vida formada por miles de microorganismos que le dan fertilidad a la tierra, tampoco se consideró el uso de policultivos que lograran proteger a las plantas de las plagas o el uso de bioinsumos que son definidos como productos de origen biológico formulados con microorganismos, como bacterias, hongos o virus, que son utilizados para mejorar la productividad y la salud de las plantas o las características biológicas del suelo.

El umbral civilizatorio en que nos encontramos, que exige realizar cambios drásticos en nuestra forma de existir, en nuestra forma de producir y consumir, tiene una relación directa con la destrucción de nuestro concepto sagrado de la tierra. La evidencia está ahí y tenemos las herramientas y las enseñanzas para recuperar y desarrollarla. Lo primero que deberíamos hacer es tomar consciencia, junto con nuestros hijos de este milagro que es la vida.

Alejandro Calvillo
Sociólogo con estudios en filosofía (Universidad de Barcelona) y en medio ambiente y desarrollo sustentable (El Colegio de México). Director de El Poder del Consumidor. Formó parte del grupo fundador de Greenpeace México donde laboró en total 12 años, cinco como director ejecutivo, trabajando temas de contaminación atmosférica y cambio climático. Es miembro de la Comisión de Obesidad de la revista The Lancet. Forma parte del consejo editorial de World Obesity organo de la World Publich Health Nutrition Association. Reconocido por la organización internacional Ashoka como emprendedor social. Ha sido invitado a colaborar con la Organización Panamericana de la Salud dentro del grupo de expertos para la regulación de la publicidad de alimentos y bebidas dirigida a la infancia. Ha participado como ponente en conferencias organizadas por los ministerios de salud de Puerto Rico, El Salvador, Ecuador, Chile, así como por el Congreso de Perú. el foro Internacional EAT, la Obesity Society, entre otros.

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