Julieta Cardona
08/06/2015 - 12:00 am
Herencia maldita del priismo corruptor
Ecatepec es un trampolín para los políticos, pocos acaban su periodo en la presidencia municipal, se hartan a manos llenas y se van. Así pasó con Eruviel Ávila y recientemente con Pablo Bedolla. Bedolla, “presidente municipal con licencia”, contiende ahora por una diputación federal: Eruviel lo requiere en la Cámara de diputados. La gestión de […]
Ecatepec es un trampolín para los políticos, pocos acaban su periodo en la presidencia municipal, se hartan a manos llenas y se van. Así pasó con Eruviel Ávila y recientemente con Pablo Bedolla. Bedolla, “presidente municipal con licencia”, contiende ahora por una diputación federal: Eruviel lo requiere en la Cámara de diputados.
La gestión de Bedolla al frente del municipio de Ecatepec es altamente cuestionable: desaparición de jóvenes, extorsión, incremento a robo de casas, autos y transeúntes, así como homicidios y feminicidios al por mayor, son algunos de los problemas en materia de seguridad que hereda el priista a sus habitantes.
En una paradoja difícil de digerir, se dice que para seguridad no alcanzan los policías ni las patrullas, que falta más presupuesto. Sin embargo, transitar dos cuadras en un vehículo con placas foráneas o que no circula en ese día, será mucho caminar antes de ser detenido por alguna patrulla municipal o estatal por violación al “Hoy no circula”. Los policías en Ecatepec tienen un extraordinario olfato para detener a los que delinquen a este grado y no tienen olfato para el resto de los que delinquen; así, a secas.
En fin, aquí va el presente testimonio del que es materia este tema:
Mayo 2015
Iba de regreso a mi casa después de estar en casa de mi novia. Tomé Avenida Central (Carlos Hank González) con dirección al D.F. y, poco antes de llegar al Metro Ciudad Azteca, una patrulla del Estado de México (pick up Nissan) puso la torreta pidiéndome por el altavoz que me orillara. De inmediato pensé en qué había hecho para que me detuvieran, pero no encontré razón alguna. El “oficial” me preguntó que si ya iba rumbo a mi domicilio a descansar, a lo que yo le respondí que sí y también con otra pregunta: ¿Cuál es la razón por la que me detuvo, oficial? Pues verá que tenemos un reporte de robo de este vehículo; muéstreme su licencia y su tarjeta de circulación.
Mientras, otro “oficial” revisaba el interior de mi auto. Yo traía una maleta con mi lap top, el cargador de mi celular y unos papeles del trabajo. El primer oficial me preguntó que si iba ingiriendo alcohol y que qué traía en esa maleta. Le enseñé la Coca-Cola que traía en el portavasos y le respondí que una computadora.
Acto seguido, me dijo que revisarían la parte de atrás y que me bajara del auto. Abrieron la cajuela y fue hasta ese momento que vi a otro “oficial” más bajándose de la patrulla, quien me sujetó por detrás y me subió a la cabina de la pick up. Por supuesto y poquito antes de eso, asumí que estaba siendo víctima de un atraco. Me aventaron al suelo de la camioneta y ahí me mantuvieron más o menos 30 minutos en los cuales sucedió que me quitaron la cartera, me pidieron los nips de las tarjetas, uno de los maleantes se llevó mi auto y me obligaron a darles la contraseña de mi iPhone –y de mi iCloud– para remover el servicio de “Buscar mi iPhone” que tienen esos smartphones.
Los minutos, por supuesto, me parecieron largos y agónicos: ¡No vayas luego luego de rajón porque tenemos gente que nos avisa y nos iremos contra tu familia! Me gritaron. ¡¿Dónde vives?!, ¡¿cómo es tu casa?!, ¡¿con quién vives?!, ¡¿dónde trabajas?! ¡Tienes que cooperar para que no quedes como los federales! Me amedrentaron. Mientras, yo solo esperaba que no me hicieran daño porque me mantenían el brazo hacia atrás y, al filo de mi dedo meñique, tenían algo parecido a una pinza y me gritaban que si no les daba bien la información, me lo arrancarían.
Después de la media hora, se detuvieron. Me bajaron de espalda a ellos y me dieron en la mano la tarjeta de circulación, mi licencia, mi IFE y las llaves de mi auto. Me ordenaron que corriera una calle, que luego diera vuelta a la izquierda y que ahí encontraría mi auto. Comencé a correr y, mientras lo hacía, me gritaron que no volteara o de lo contrario ahí me quedaría. Encontré mi auto justo donde dijeron: a mitad de la calle. Inmediatamente arranqué y salí a Vía Morelos.
Al día siguiente fui a levantar la denuncia a un módulo de Denuncia Express en una plaza comercial. La licenciada que me atendió, dijo que era una forma de extorsión y robo: “patrullas fantasma”, les llamó. Dijo que el presidente municipal y la policía estaban al tanto de ese modus operandi, pero que no podían con ellos. Que, de hecho, se habían encontrado casas con patrullas clonadas, pero siempre salían más. Que, incluso, a ella y su marido quisieron extorsionarlos por la carretera de Lechería-Texcoco, pero ellos notaron que en la patrulla venían más de 2 personas y se detuvieron hasta una gasolinera y fue entonces cuando la patrulla se siguió de largo.
Para finalizar: lograron sacar dinero de las tarjetas de débito y a mí no me provocaron daño físico comprobable, ni me robaron el auto. Y ya sé que es un discurso trillado, pero no por eso menos verdadero: las cosas materiales se reponen (aunque sea a la larga), pero la impotencia, la injusticia y lo putrefacto del sistema que se deja ver a flor de piel, es algo con lo que vives más agudamente en los próximos días y, por supuesto, a la larga.
La interrogante que queda sobre la mesa es simple: ¿será una patrulla ficticia o serán los verdaderos lacayos del sistema utilizando su propio disfraz? La herencia maldita del priismo corruptor me hace voltear a la segunda.
Y para tener muy presente cómo está de podrida la cosa, que no se olvide que hace unos meses se viralizaron algunos videos de operativos de alcoholímetros ficticios en Avenida Central, los cuales lograron detenerse y actualmente no hay algún reten real sobre Hank González.
Entonces, mientras la justicia no llega, nuestra tarea como ciudadanos y víctimas es estar siempre alerta y pasar la voz para que se haga pública esta otra forma de robar en Ecatepec, Estado de México, el trampolín de algunos políticos.
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