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Tomás Calvillo Unna

08/05/2019 - 12:05 am

El espejo de Venezuela

Pero más allá de propagandas y guerras sucias en la que participan todas las fuerzas que buscan acceder al poder y conservarlo, vale la pena advertir que Venezuela se ha convertido en ese espejo donde se pretende atrapar al Gobierno de la 4T.

Reflejos. Pintura Tomás Calvillo Unna

La generación que cursó su primaria y secundaria en la década de los 60 del siglo pasado y vivió en la Ciudad de México debe recordar la “Casa de los Espejos” que se encontraba en las inmediaciones del Castillo de Chapultepec. Ver el reflejo distorsionado de los cuerpos y los rostros, alargados cuellos y pequeñas cabezas, anchas caderas y desproporcionadas caras, ondulantes niños, adolescentes, hombres y mujeres por igual, ancianos y jóvenes, se descubrían como grotescos y cómicos personajes.

Hoy muchos de aquellos que se divertían viéndose así, gobiernan México.
 Aquellas habitaciones de los espejos son una metáfora de la política por la que atraviesa nuestro país. Y de alguna manera los procesos de cambio en México encuentran en Venezuela su espejo falso o verdadero (o incluso una combinación de ambos). Desde hace más de una década, se quiso reducir y atacar al movimiento político que encabeza AMLO al compararlo con el proyecto que implementó Chávez. Se usó ese símil como propaganda de campaña fundada en el miedo, que sus adversarios implementaron, a partir no sólo de algunas de sus propuestas sino también de los lazos que ciertos grupos de sus allegados establecieron con el Chavismo, y hoy todo ello retorna ya en el tiempo y ejercicio de su Presidencia, mientras la crisis en Venezuela se ahonda cada día más.

En ese imaginario lo que acontece en el 2019 en el país sudamericano es usado por los opositores a AMLO como la amenaza que arribó a México.

Pero más allá de propagandas y guerras sucias en la que participan todas las fuerzas que buscan acceder al poder y conservarlo, vale la pena advertir que Venezuela se ha convertido en ese espejo donde se pretende atrapar al Gobierno de la 4T. Ignorar esta dinámica solo provocará que más sectores compren el boleto para entrar a esa Casa donde la realidad muestra sus posibles deformaciones; y la necesaria política social que el Gobierno busca implementar no alcanzará sus objetivos buscados y seguirá confrontada o sometida a la lógica de los grandes corporativos.

Si bien la economía aparece de pronto diluirse en una imagen alargada, incoherente y a punto de resquebrajarse, el tema central que determinará la suerte de la 4T, es la capacidad del Gobierno para detener y disminuir la violencia en el territorio nacional.

La debilidad estructural del estado mexicano (que se propagó antes del periodo neoliberal) se debe a la simbiosis entre el crimen y la política, donde diversos actores en los campos empresariales, políticos, militares y de justicia, permitieron e incrementaron una red de complicidades que detonaron con la globalización, la cual no sólo dinamizó la economía de mercado a niveles no conocidos por su intercambio mundial, sino también las redes criminales Internacionales, desde lo local, regional y nacional a lo global. Desde las Sierra Madre Occidental y Oriental hasta las capitales del este y oeste de Norteamérica, desde Cali, Colombia hasta la Ciudad de México, las distancias y fronteras se acortaron, y la economía de la coca, la metanfetamina, la amapola y la heroína, generó riqueza y violencia, creando una guerra silenciosa por los territorios, que se expandió con cientos de células armadas que en las regiones del país crecieron y volvieron el secuestro, el robo, el cobro de piso, la amenaza, y la corrupción (en alianza con actores políticos, económicos, militares, policiacos de todos niveles y partidos) en un modus vivendi que ha convertido al país en rehén de sí mismo: República del Capitalismo Salvaje.

Si la 4T quiere realmente recuperar la transición democrática erosionada durante los últimos lustros, y cambiar el régimen, no bastará la militarización del país con la Guardia Nacional en formación, al contrario, es posible que se incrementen los conflictos y hechos violentos.

Ciertos apuntes de lo inmediato no son favorables: Por un lado, la elección en el sureste de mega proyectos económicos que repiten esquemas de crecimiento agotados y van en sentido inverso a lo que se esperaba de la nueva administración; afectando las autonomías de las comunidades indígenas, atentando contra las mismas, renunciando así a refundar el estado nacional a partir del respeto a esos modelos autónomos de desarrollo y no a su aniquilación; y otro, por seguir consintiendo los vínculos con el crimen a partir de los actores políticos del mismo partido dominante, que en sus estrategias de acumular poder refuerzan en las regiones los vínculos con el crimen, por ejemplo, el coordinador de Morena en el Congreso, operador de dichas alianzas.

Desde esta perspectiva no hay cambio en relación con la administración anterior que hizo lo mismo al contemporizar en diferentes zonas del país con diversos grupos en los estados para administrar la violencia, de ahí el fracaso político y social del gobierno de Peña Nieto. Si la 4T no sacude sus filas y continúa eligiendo esas alianzas, no tardará en enfrentarse con las fuerzas democráticas en el país, que están luchando la batalla en localidades y ciudades en contra de la expansión del crimen y la destrucción del tejido social de la nación, del cual los políticos son los primeros responsables. Ahí está el problema, el tema, y el enemigo, no en los adversarios fífis, neoliberales, conservadores u otros cuyos adjetivos delinean una batalla equivocada. El verdadero problema, el complejo dilema, está en otro territorio y como se aprecia en estos primeros meses está también dentro de la 4T.

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