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Arnoldo Cuellar

08/05/2014 - 12:01 am

Las preguntas de Cuarón y el Díaz Ordaz que llevamos dentro

La restauración priista no proviene sólo del anhelo de los militantes de ese partido, muchos de los cuales vivieron la alternancia como un verdadero exilio. La restauración del viejo presidencialismo, lamentablemente, también tiene sus convocantes en la sociedad civil y, particularmente, en los medios de comunicación. La decisión de Alfonso Cuarón, el cineasta mexicano de […]

La restauración priista no proviene sólo del anhelo de los militantes de ese partido, muchos de los cuales vivieron la alternancia como un verdadero exilio. La restauración del viejo presidencialismo, lamentablemente, también tiene sus convocantes en la sociedad civil y, particularmente, en los medios de comunicación.

La decisión de Alfonso Cuarón, el cineasta mexicano de mayor reconocimiento en el mundo en este momento, de intervenir en los asuntos de su país, asuntos que inquietan a millones de mexicanos y a otros muchos los dejan perplejos y carentes de asideros, mediante la realización de un cuestionamiento público al Presidente de la República, ha sido una bocanada de aire fresco para la política que se practica en estos días en México.

Ni siquiera me voy a referir al contenido de las preguntas, a la pertinencia de las respuestas y la decisión de contrarreplicar por parte del artista. Simplemente, quiero hablar del derecho a preguntar en una democracia.

Cuarón publicó un desplegado con preguntas que podrían estarse haciendo muchos mexicanos. Lo hizo en dos de los diarios de mayor circulación en la capital del país y seguramente invirtió no pocos recursos.

Si esa misma acción hubiese sido rubricada por otros mexicanos, tan respetables como el cineasta pero quizá con menor presencia y reconocimiento internacional y mediático, probablemente no hubiese producido los mismos efectos.

En un tiempo relativamente breve, la Presidencia de la República respondió, primero mediante sendos mensajes en la red social Twitter, desde la cuenta del propio Enrique Peña Nieto:

“Agradezco las preguntas que me ha enviado el cineasta Alfonso Cuarón. Preguntas que muchos mexicanos comparten sobre la #ReformaEnergética.”

“Sus preguntas enriquecen el debate y ayudarán a conocer con mayor precisión los alcances y beneficios que la Reforma traerá a los mexicanos.”

Después, el presidente envió a dos secretarios de Estado, el de Hacienda y el de Energía, a aportar algunas de las respuestas planteadas en las preguntas del director de Gravity.

Finalmente, la página Web de la Presidencia de la República dio a conocer un texto de 13 cuartillas donde desglosó explicaciones a cada uno de los cuestionamientos.

Sin embargo, en paralelo con las múltiples atenciones oficiales al planteamiento de Cuarón, que difícilmente hubieran sido tan puntuales con cualquier otro interlocutor, se presentó una andanada de críticas al ganador del Oscar 2014, sobre todo desde los espacios de opinión de los medios de comunicación.

Desde formalidades como la de qué el cuestionamiento no debería ser al Presidente, sino al Congreso; hasta descalificaciones chovinistas en torno a su actual residencia en Inglaterra (como las que se hicieron en su momento a Paz o a Fuentes); pasando por las habituales insidias que planteaban que el realizador solo podía ser el amanuense de múltiples intereses.

Justo es decir, en contrapartida, que los espacios mediáticos ganados por el tema fueron muchos y en su mayor parte prevaleció el ánimo informativo, sin duda por la talla del propio personaje, que además vive sus momentos de mayor gloria. Esa circunstancia, seguramente, fue lo que motivó las otras reacciones: la rápida respuesta gubernamental y el fallido y lamentable intento de linchamiento.

Los resabios de conductas del pasado, como la de considerar que el Presidente de la República es el viejo Tlatoani inalcanzable, tomador de decisiones inapelables; mientras que los ciudadanos somos menores de edad que no tenemos por qué tomarnos atrevimientos con el poder, están ampliamente rebasadas por la incidencia de nuevas formas de comunicación horizontal que hace ver a los medios tradicionales como desvencijadas y decadentes catedrales de un credo en vías de extinción.

Cuarón y cualquier ciudadano tienen el derecho de hacer preguntas a sus gobernantes y estos el deber de contestarlas, si es que de verdad somos una democracia y no la vieja república simulada, perennemente escriturada al PRI, con un intrascendente interregno panista.

Las preguntas merecen respuestas, no regaños. Tampoco, en una democracia, el gobernante hace un favor al responder las inquietudes de sus conciudadanos, que no súbditos.

Para esos críticos, Alfonso Cuarón, con su cauda de prestigio artístico internacional, debe limitarse a hablar solo de sus temas y no de los que son de interés público para el país al que pertenece: “esto no es una película” , ha llegado a externar un legislador priista. Habría que agregar: “lamentablemente”, porque en efecto, parece que la agenda de reformas carece de guión y de dirección, más allá de las exigencias de los mercados globales.

Se ha llegado a asegurar, incluso, que la redacción no pertenece a Cuarón. Al final del día, muy pocos en este país pueden ostentarse como especialistas en temas tan complejos como la política energética. Los políticos tienen asesores y amanuenses muy bien pagados, ¿qué de malo tiene que un ciudadano exitoso pueda recibir ayuda para elaborar un texto que de cualquier manera firma y asume?

No podemos limitarnos a que lo único que el gobierno decida difundir masivamente sea la falaz promesa de una baja en el precio de la energía, la cual depende de muchas circunstancia y para la que falta demasiado tiempo, si es que ocurre.

Con razonamientos retorcidos, los defensores de la infalibilidad presidencial aseguran que “todos los que quisieron informarse pudieron hacerlo”. Quizás se refieran a los aburridos debates del Congreso, muchos de ellos absolutamente insustanciales, pues los votos no se deciden por la persuasión de los argumentos, sino por negociaciones donde el intercambio se cifra en otro tipo de variables, a menudo en metálico, como muestra la nefasta innovación de los “moches”.

O quizá pretendan que sigamos atentos a la dispersa prensa mexicana, donde las ocho columnas de cada día, a menudo consiste en la simple transcripción de boletines oficiales y donde las columnas editoriales reproducen los debates de los partidos, pero muy escasamente proporcionan información de analistas profesionales que revisen hechos.

Esa prensa y esos políticos han existido desde hace mucho tiempo, En diversas proporciones, ellos son corresponsables de la situación nada boyante del país: el deterioro de la economía; el crecimiento de la pobreza; la concentración escandalosa de la riqueza en unas cuantas familias; la tragedia del campo mexicano; la discriminación de los indígenas; el hambre elevada a rango de emergencia nacional; la interminable guerra de cárteles entre sí y con el estado y lo que falta.

Entonces, no entiendo porque hay que desvalorizar y perseguir las intenciones de la carta de Cuarón que, incluso si trajera tras de sí grandes perversidades o las convoque en el camino, no era sino una magnífica excusa para que se pudiese mostrar la tolerancia y disposición al diálogo de un Presidente de la República que está más que necesitado de reposicionar su imagen.

Bienvenidas todas las preguntas, bienvenidos todos los diálogos, hasta los de los satanizadores de Cuarón. En definitiva, ya no están los tiempos para ser más diazordacistas que Díaz Ordaz y tratar de revivir las nefastas manifestaciones de desagravio al presidente.

Arnoldo Cuellar
Periodista, analista político. Reportero y columnista en medios escritos y electrónicos en Guanajuato y León desde 1981. Autor del blog Guanajuato Escenarios Políticos (arnoldocuellar.com).

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