Cultura de la legalidad a la mexicana

08/05/2013 - 12:00 am

“Si fuéramos alemanes, sí respetaríamos las leyes”. La semana pasada me invitaron a un foro sobre cultura de la legalidad. Para mi sorpresa, salvo por una excepción, las palabras de los expertos se podrían resumir en la frase inicial de este texto pues hicieron apologías de Weber, Montesquieu, Hobbes, Rousseau, Locke, Marx, Jefferson, etcétera, donde nuestra principal falla como mexicanos es que nuestra sociedad no se parece a las sociedades de las que hablaban dichos muchachos. No, no somos ni europeos, ni protestantes, ni esclavistas, ni promovemos campañas de exterminio sobre otras razas o pueblos originarios, ni somos colonizadores, ni nos creemos el centro del mundo y la civilización, ni nos parece “natural” la división de clases, ni luchamos porque las mujeres carezcan de todos los derechos que tienen los hombres. ¡Qué bueno que nuestra sociedad no se parece a la europea de hace siglos! No obstante, es aterrador que nuestros expertos quieran que nos parezcamos a eso. Y es un gran acto de ignorancia, un complejo de inferioridad de una mente colonizada o, en el mejor de los casos, un acto de idealismo creer que ahí podemos encontrar soluciones a nuestros problemas.

La única excepción fue Bernardo Reyes, un hombre que desciende de esa familia Reyes y lleva dignamente su nombre. Su propuesta me gustó mucho aunque recae en la utopía de buscar un cambio radical inmediato. Me gustan las utopías, son mi debilidad, pero lo que a continuación presento sería lo contrario: buscar en nuestra realidad social los elementos que podrían facilitar una cultura de la legalidad en México, una cultura de la legalidad nuestra, a la mexicana.

Escena 1: Si Bakunin viviera, sería chilango

Y estaría encantado. O todo lo contrario: se habría vuelto institucionalista a ultranza pues no es extraño que los anarquistas se vuelvan institucionalistas, ya sea porque se dan cuenta de su utopía o porque ven cómo funcionan sus ideas en la práctica. Y sí, por lo que a la práctica respecta, la Ciudad de México y zonas aledañas serían el triunfo de Bakunin: el anarquismo funcional donde nadie conoce las leyes y ni falta que hace. Las pocas que se conocen son siempre discrecionales, como detener el auto con el semáforo en rojo. Y hay una ley no escrita que regula todo: no te pases de lanza (demasiado). El mejor ejemplo de esta ley sería el cobro por distancia en los microbuses. El usuario tiene la libertad de decir dónde se subió para que el chofer haga la cuenta, pero nada impide que el usuario mienta, ni tampoco el chofer. Si el chofer cobra de más, el usuario no puede hacer nada al respecto (salvo partirle la cara o hablar a un inservible teléfono de quejas y sugerencias); pero si el usuario es fisicoculturista y miente, el chofer tampoco puede hacer nada.

Y he aquí la maravilla: casi nadie miente. O, como me comentara un chofer, “con unos pierdes pero con otros ganas”. El equilibrio anárquico. Por esto, no es de extrañar que entre nuestros héroes revolucionarios estén los anarquistas Flores Magón o que el ideario que se le atribuye a Zapata sea curiosamente tan similar al de Novorossysk.

Escena 2: Los dos Méxicos de John Tutino

El experto en historia mexicana de Georgetown afirma que, de acuerdo a la visión de las leyes, hay dos Méxicos: el del norte y el del sur. Y que esta visión de las leyes está estrechamente vinculada a los procesos de conquista. Por un lado, en el norte la ocupación conllevó casi el exterminio de todos los pueblos nómadas originarios, de modo que las leyes se concibieron de iguales entre iguales (excluyendo a quienes los aztecas llamaban chichimecas). Y, efectivamente, hoy día en las sociedades norteñas hay mucho más respeto a las leyes e instituciones, pues se concibe que las leyes están hechas para que funcione mejor la sociedad.

Por otro lado, en el sur, la colonización no se basó en el exterminio sino en la subyugación. Así, las leyes las hizo a su conveniencia una minoría blanca, inmigrante, explotadora y racista. De modo que no es de extrañar que del Bajío al Usumacinta el ideario social conciba a las leyes como injustas per ce, hechas en contra del pueblo, hechas –en resumidas cuentas– para chingarte. O, siguiendo a Octavio Paz, serían el reflejo jurídico de nuestro complejo de hijos de la Malinche. Ejemplos de esto los podemos ver todos los días en el afán de destruir cualquier ícono institucional, o de agandallarte antes de que te agandallen en cualquier relación de poder (maestro-alumno, obrero-patronal, sociedad-gobierno), porque “sabes” que te van a agandallar y hay que ser rebelde y mantener la dignidad ante todo. En una ciudad como Puebla, donde el  80 o 90% de la población es morena, este complejo es claro y, cómo no si, basta con ver las fotos de los candidatos y gobernantes: todos son blancos o, por lo menos, agüerados tipo Porfirio Díaz o Michael Jackson.

Escena 3: Los idealistas decimonónicos

Las dos escenas anteriores parecieran sumir a México, o por lo menos a la mitad sureña del territorio, a un callejón sin salida. Sin embargo, históricamente, el triunfo de la legalidad en México ha sido sureño. De hecho, es un triunfo tan asombroso que se antoja imposible de explicar. ¡Cómo diablos un grupo de idealistas, de diferente procedencia étnica –Benito Juárez, los Lerdo de Tejada, Matías Romero, Valentín Gómez Farías, Guillermo Prieto, Mariano Otero, etc…– lograron ganar con un ideario liberal y extravagante en un país profundamente conservador en sus modos de producción, en sus relaciones sociales y, además, fervientemente católico! No lo sé. Y a mí me sigue pareciendo un misterio. ¿Será que los mexicanos somos, como sociedad, idealistas?

Supongo que sí. Por lo menos, nos gustan las historias de los ideales: nos enseñan que Valentín Gómez Farías es el Padre de la Educación cuando, de facto, desmanteló el sistema educativo nacional y sólo propuso la “idea” de cómo podría ser, nos cuentan la idea del México de Juárez o, más cerca, el ideal de la doctrina Estrada de la no-intervención o el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares de García Robles. Las ideas nomás. Incluso, la Revolución Mexicana terminó siendo ganada por un grupo extremadamente pragmático, el grupo Sonora, pero el héroe de la reconstrucción nacional en los libros de texto no es Calles sino el idealista de Oaxaca: Vasconcelos.

Durante la Revolución sólo hay dos casos sui generis: Villa y Carrillo Puerto. Villa, a pesar de ser un caudillo “sin ideales”, respetó las leyes, por ejemplo en lo referente a tenencia de la tierra. Por su parte, Felipe Carrillo Puerto, primer gobernante socialista elegido democráticamente en la historia mundial, modificó radicalmente las leyes –dio el voto a la mujer, repartió tierras, hizo publicaciones científicas, daba sus discursos en maya, etc…– pero, a diferencia de los idealistas decimonónicos, sí llevó a la práctica sus reformas.

El corolario coloquial de nuestro idealismo: “nuestras leyes son perfectas, la bronca es que nunca se cumplen”.

Escena 4: La lección del novelista

Entonces, cómo crear una cultura de la legalidad en un país como el nuestro. Un país donde, la mitad del territorio y la mayoría de la población, vive en una anarquía funcional, concibe que las leyes son opresoras y sólo favorecen a la minoría y, además, es profundamente idealista. Suena imposible.

Sin embargo un buen escritor, cuando está atorado y no atina a cómo continuar la trama, sabe que la respuesta yace en su propia novela, en lo que ya ha escrito. Así, pasado esto a la realidad nacional, significaría que la respuesta estaría en nuestra propia historia. En particular, del grupo Sonora podemos tomar por lo menos cuatro enseñanzas:

1. Entre más coercitivas las leyes, menos funcionan en México. El apartado religioso de la constitución de 1917 sólo fue un problema cuando intentó imponerse a la fuerza. Y nos costó una guerra, la guerra cristera, que terminó cuando ambas partes decidieron hacerse de la vista gorda. La ley quedaría muy bien en el papel, pero no se volvería a intentar imponerla a gran escala. Así, aunque se creó un limbo legal, hubo paz y estabilidad. Corolario: todas las leyes coercitivas del tipo “subamos las multas y las penas para disminuir la incidencia del delito”, al parecer sólo azuzan al rebelde que llevamos dentro: tú me quieres chingar más, pos yo te chingo el doble. En la práctica de las leyes de tránsito todos lo hemos vivido: sólo incrementan la corrupción o, dicho de otro modo, nuestro ingenio para evadirlas: “pásese para acá donde ya no nos ven las cámaras”.

2. Yo estoy bien, tú estás bien. Todos los caudillos de la Revolución son héroes, el asesinado y el asesino, quen a su vez también fue asesinado por otro héroe. Los ideales de Villa y Zapata, por poner sólo un ejemplo, son incompatibles pero ahí está la foto donde, bien compas, comparten la silla presidencial. Es decir, pareciera que el grupo Sonora se adelantara a la idea de justicia de Amarthya Sen, quien afirma que no hay sólo un ideal de justicia sino varios y el asunto es hacerlos convivir en la práctica (justicia por equidad, por mérito, por propiedad). Corolario: digan lo que digan las leyes en el papel, la práctica ha de ser plural, diferencial e incluyente (para, otra vez, no despertar nuestro espíritu rebelde).

3. Entre más generosas las leyes, mejor. El grupo Sonora, en particular Plutarco Elías Calles, impulsó una serie de leyes que convertían en actores cívicos a miles de mexicanos. Un ejemplo, la abolición de la figura del hijo bastardo. Y no hubo necesidad de imponerlas a la fuerza, tanto así que hoy día nos parece obvio y natural que un “hijo bastardo” tenga los mismos derechos que un “hijo legítimo”. Es decir, las leyes que nos permiten actuar, que nos dan más libertades como ciudadanos, aunque sea sólo en el ideal y no hagamos cosa alguna en la práctica, nos gustan. Corolario 1: habría que impulsar más leyes de este tipo. Corolario 2: habría que facilitar y agilizar la procuración de la justicia para que uno, el ciudadano, sienta que existe y está a nuestro favor.

4. Hasta la utopía, siempre. Si a los mexicanos nos gustan las leyes ideales, promovámoslas y cacareémoslas: ¡vamos en busca de la utopía!  No sólo porque esto nos ha movido como sociedad (Juárez, Zapata, Carrillo Puerto) sino porque la población de la mitad del territorio es “sospechosista” y cada que se promulga una ley pragmática siempre sospechamos que ésta sólo será práctica y benéfica para una minoría dominante. El baluarte del grupo Sonora para esto: José Vasconcelos.

Hasta aquí, es probable que usted esté pensando que todo lo dicho es ilógico e incongruente. Y tiene razón. Es ilógico e incongruente. No obstante, la aplicación de las leyes que ha funcionado en México es ilógica e incongruente. Un ejemplo: la mayoría estamos a favor del estado laico propuesto en la constitución del 17, pero también estamos en contra de su consecuencia lógica: el uso de la fuerza para hacerla valer. Nuestra historia indica que la congruencia lógica sólo nos gusta en el ideal, no en la práctica. En la práctica nos parece fascista y coercitiva, y despierta a nuestro ilógico e incongruente rebelde que llevamos dentro. Desde aquí es desde donde deberíamos pensar una cultura de la legalidad, desde nuestra propia novela, no a partir de pastiches ajenos.

Ahora que nuestros gobernantes, tal vez para verse “muy modernos”, tratan de copiar este boom de leyes restrictivas y coercitivas anglosajonas que se han puesto de moda luego del 11 de septiembre –videocámaras, policía, vigilancia, fiscalización, etcétera–, más les convendría darle un repasito a la historia nacional, y salir a la calle: no vaya a ser que se lleven una sorpresa.

Luis Felipe Lomelí
(Etzatlán, 1975). Estudió Física y ecología pero se decantó por la todología no especializada: un poco de tianguero por acá y otro de doctor en filosofía de la ciencia. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y sus últimos libros publicados son El alivio de los ahogados (Cuadrivio, 2013) e Indio borrado (Tusquets, 2014). Se le considera el autor del cuento más corto en español: El emigrante —¿Olvida usted algo? —Ojalá.
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