Leticia Calderón Chelius
08/04/2022 - 12:00 am
Hoy marchamos, mañana votamos
Votar es más que una convicción teórica, es una actitud democrática y un acto de valor cívico porque el resultado no siempre es el que deseamos.
Un lema de lucha política que los mexicanos en Estados Unidos han popularizado incluso en la propia cultura política de ese país, es la idea de que marchar es un paso que en algún momento los llevará al ejercicio ciudadano más básico de toda democracia, votar. En su condición de extranjeros sin ciudadanía y por tanto sin derechos políticos plenos, la fuerza de su voz se ha proyectado marchando en sinnúmero de ocasiones, lo que ha logrado que su presencia exprese la contundencia de sus demandas. Sin embargo, eso no basta hoy y no ha bastado nunca, porque en un sistema democrático lo que vuelve a un sujeto en miembro de la comunidad política es su participación electoral y con ella, su capacidad de incidir y decidir. Sin el voto, se puede exigir, argumentar, incluso hay quien grita acaloradamente, pero al final, es la suma de los votos lo que define el rumbo de un país, de un proyecto político. Además, por más impresionante que suene, votar no ser un derecho universal y puede ser una fuente de exclusión que invisibiliza a millones de personas en el planeta que carecen de la posibilidad de ejercer un simple voto. Para muchos de esos millones en el mundo, votar es casi un sueño, un anhelo, una lucha permanente por el reconocimiento pleno de derechos. Y aunque actualmente votar es una práctica normalizada para la mayoría de nosotros, en realidad habría que volver al sentido mismo de ese derecho para recordar que votar es una conquista histórica y que solo el que carece de ese derecho entiende lo que implica desaprovechar la oportunidad de pararse frente a una urna.
Ciertamente abstenerse al votar también es una expresión política que puede ser muy potente si se refleja en las urnas a través de un voto nulo que se contabiliza como parte del resultado final de una elección. Pero la pura inasistencia al llamado de las urnas no contabiliza nada, porque quien no se presenta a votar no se incluye en la sumatoria electoral y, por tanto, es como el que pierde por default porque simplemente no llegó. Nadie notará la ausencia de quienes se quedaron en sus casas viendo el fútbol y bebiendo cerveza, porque a la hora de contar los votos el resultado de toda elección, siempre, se hace con el número total de los votos ejercidos. Además, si bien es cierto que en México no hay sanciones para quien no vota, como sí ocurre en prácticamente en todos los países de América latina donde el voto es obligatorio y en caso de ausencia, hay que justificarlo e incluso pagar una multa, lo que sorprende es que haya quien se tome a la ligera el derecho a participar solo porque no se sanciona que no lo haga y no le de valor a una decisión cívica tan elemental. Votar es una herencia orgullosa que cada uno enseña a sus hijos como estafeta de dignidad democrática.
Volviendo al punto de arranque de este texto la consigna de “hoy marchamos, mañana votamos”, tiene aún mayor fuerza cuando la ciudadanía se ejerce en los muy diversos campos de participación política que ofrece la democracia. Opinando, militando en partidos y asociaciones, buscando rutas de incidencia, manifestándose por diversas causas, organizándose comunitariamente para lograr cambios en el entorno inmediato, yendo a marchas, mítines y plantones y tantas otras actividades que hacen de lo político una forma de expresión cotidiana, pero la verdad, todas estas actividades requieren de un interés, tiempo y esfuerzo infinitamente mayor que el del acto más simple y elemental del compromiso ciudadano de ir a votar y después de ahí seguir disfrutando el día.
Para quienes tenemos el derecho de votar debemos hacerlo no solo por lo que ponga en debate la convocatoria de cada elección, sino incluso, a nombre de los millones que carecen de esa oportunidad y que, con nuestro voto, de alguna manera, también pueden expresarse. Votar es más que una convicción teórica, es una actitud democrática y un acto de valor cívico porque el resultado no siempre es el que deseamos y aún así, ejercitar el músculo ciudadano vale la pena y siempre suma más que lo que resta.
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