El silencio

08/03/2013 - 12:00 am

Hay silencios incómodos. Hay silencios de amantes a punto de terminar una relación. Hay silencios en el corazón que suenan como un despertador fascista indicándonos que todo terminó. Hay silencios desgarradores. Hay silencios que jamás se develan.

El silencio es el lugar en donde se recoge y brota la palabra verdadera, es la hondura profunda del sentido, es lo que nos hermana en medio de nuestros dolores, es esa tierra interior y común que nadie tiene en propiedad y de la que, si sabemos escuchar, puede nacer la palabra que nos permita decir otra vez con dignidad y una paz justa el nombre de nuestra casa.

Javier Sicilia. El poeta que nunca más va a escribir porque le mataron a su hijo, Juan Francisco, quien lleva el nombre combinado de mis dos abuelos.

Ese es otro de los grandes silencios de México. De los que a diario leemos o intuimos en el periódico. Por cierto, estoy harta de leer los timeline de Twitter. Los periódicos. El Elbazo. El Salinismo. El cinismo. El cabildeo. El silencio del pueblo de México, apenas roto por el cometario mordaz y efímero, que es otra manera de mantener silencio.

¿Quién va a escuchar mis silencios?

Ya me estoy quedando cada vez más muda. Me comió la lengua el ratón, lo cual es un decir ya que eso no podrá suceder nunca. Pero me lleno de silencios internos y abro mucho los ojos, y trato de observar más y tomar apuntes.

Voy por la vida con mi libreta verde y mi pluma. Mi libreta verde a la que le queda una hoja. Necesito iniciar otra y cargarla conmigo. Jamás olvidarla. Por eso es importante un formato pequeño, que quepa en la bolsa.

No quiero un plomero, ni un dentista, ni un doctor, ni un abogado, ni un economista, ni un ingeniero, ni un taxista, ni un hippie, ni un mercadólogo, ni un futbolista, ni un biólogo, ni un artista.

Quiero estar sola, y aprendiendo a estar sola es la única manera de dejar mi libreta verde en casa e irme al Bar Martín a tomar unas yerbabuenas, en silencio. Quizá un intercambio de palabras con el simpático señor de la barra. Eso si no está muy lleno. Si me da churritos, tostadas, palomitas y fruta picada.

Si me ponen mi canción.

Porque si pones mi canción, si la adivinas, bueno, pues ya soy tuya. O sea propiedad de la rocola. Si la rocola supiera qué quiero, me quedaría ahí, alimentándola de monedas toda la noche y tomando yerbabuenas frescas en verano caluroso. De preferencia sin la cantidad de alcohol que le exprimen como agua de limón.

Buenas noches, buenos días. Son las cinco de la mañana y tengo que actualizar un par de archivos de Excel, prepararme para ir a correr cinco kilómetros con furia al ritmo de Nirvana en su canción más depresiva y soñar con un cambio de vida (vivir en Barcelona, en Londres, o en alguna playa perdida y yo despachando ahí en bikini no suena nada mal) para después poner en pausa todos los pensamientos que no tengan nada que ver con estos sueños utópicos, ya que nublan mi mente. Y sé que están ahí, rondándome, pero los despejo con un par de tazas de café y una buena dosis de voluntad para disponerme a empezar el día, aún sin terminar el anterior, sin tomar un descanso y caer rendida sin más que pensar que en mirar en ambos sentidos las calles de esta ciudad para no ser arrollada por un autobús irresponsable.

O de concentrarme en la ruta del Metro, ya que invariablemente me voy del lado equivocado.

Y dilucidar cómo exorcizar demonios, ya que ni correr, ni leer, ni el trabajo, ni la yoga me ayudan.

¿Qué hace uno cuando se queda con uno mismo? ¿Sin historias que contar que no sean los insípidos y triviales problemas de un mundo burgués con aires de telenovela barata?

Voy al Oxxo. Voy porque quiero salir de la cama. Llevo horas leyendo una novela inédita. Por fin la terminé. Salí a comprar un café de esos Andatti. Malísimo por cierto, a pesar de que en casa tengo buen café. Salí en una bata azul que me hizo mi abuela y con una chamarra que me pongo para los días de frío. Y en pantuflas. Salí porque quería despejarme con el aire frío. Cosa que sucedió. Me senté en una banca en el camellón y me reí de mi misma. Me veía patética.

Sólo yo puedo escuchar mis silencios. Y convivir con ellos. Y responderles cuando tenga la pregunta adecuada. Y no beberme varias botellas esperando dar con la respuesta.

Ahora mismo me pongo los aditamentos para correr, los audífonos. Quizá algunas melodías más alegres mejoren el inicio de la jornada.

Ya es marzo. El tiempo pasa volando.

Y los silencios de los periódicos siguen gritando tragedias nacionales.

@mariagpalacios

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