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Antonio Salgado Borge

08/01/2016 - 12:00 am

La tragedia del salario mínimo

Las discusiones sobre el salario mínimo podrían no encontrar el eco que se esperaría porque la mayor parte de los individuos que conforman nuestra población podría asumir que su aumento no lo impacta directamente.

Las discusiones sobre el salario mínimo podrían no encontrar el eco que se esperaría porque la mayor parte de los individuos que conforman nuestra población podría asumir que su aumento no lo impacta directamente. Foto: shutterstock
Las discusiones sobre el salario mínimo podrían no encontrar el eco que se esperaría porque la mayor parte de los individuos que conforman nuestra población podría asumir que su aumento no lo impacta directamente. Foto: shutterstock

Existen sobrados motivos para afirmar que el aumento en los salarios debería ser uno de los temas más importantes de 2016. A finales del año pasado, la Cámara de Diputados aprobó la desindexación del salario mínimo de cuotas, créditos y sanciones. Con ello, perderá vigencia la que ha sido, durante muchos años, la principal excusa para no aumentarlo.

Pero unas semanas después la Comisión Nacional de Salarios mínimos, conformada por representantes del sector obrero, patronal y Gobierno, mandó un mensaje desesperanzador al aprobar para 2016 un aumento de 3 pesos al día en este salario. Según Basilio Gómez, su presidente, la decisión fue unánime. No explicó cómo es posible que el organismo que encabeza esté contraviniendo su función más elemental. El salario mínimo mexicano es ahora de 73 pesos. Para darnos una idea de su involución en los últimos años basta con señalar que se estima que un trabajador mexicano que obtiene este ingreso debería ganar alrededor de 100 pesos al día tan sólo para tener el mismo nivel de vida que tenía en 1995 – y en 1995 tampoco éramos Noruega-.

Para revertir esta tragedia es necesario entender cómo hemos llegado a permitir que ésta se geste en nuestras narices. Las discusiones sobre el salario mínimo podrían no encontrar el eco que se esperaría porque la mayor parte de los individuos que conforman nuestra población podría asumir que su aumento no lo impacta directamente. Recordemos que la mitad del país desarrolla sus actividades económicas en la economía informal, y los ingresos de muchos son irregulares. También es preciso tener en cuenta que más de 85 por ciento de los trabajadores formales mexicanos ganan arriba de un salario mínimo.

Pero en esta indiferencia también podría jugar un papel muy importante la falta de sentido de justicia cuando se piensa en la repartición de las ganancias que se generan en nuestra economía. Los modelos económicos son también ideológicos, y en el México actual a pocos les parece anómalo que un un trabajador que gana el salario mínimo genere el valor de su sueldo con en 9 minutos y lo que produce en el resto de su jornada de trabajo se quede en las arcas del gobierno y las empresas. La misma lógica inequitativa aplica a quienes ganan más de un salario mínimo. Es fácil imaginar a un constructor rico, pero muy difícil pensar en un trabajador de esta industria bien remunerado.

Si bien no es este el momento para analizar cuánto de la ganancia debe permanecer en el capital y cuánto en el trabajo, sí es preciso señalar que en nuestro país la desigualdad en la repartición de las utilidades es lacerante. De acuerdo con Gerardo Esquivel desde 1985 el ingreso nacional que se queda en manos de los capitalistas se incrementó en diez puntos porcentuales hasta llegar a 73 por ciento, mientras que el ingreso que termina en manos de los trabajadores disminuyó en diez puntos hasta llegar a 27 por ciento.

¿Quiénes pierden al no aumentar el salario mínimo? Desde luego, quienes ganan el salario mínimo. Minimizar la importancia de este sector de nuestra población, como lo hizo la CTM, aludiendo a que “casi nadie en el país gana exactamente el salario mínimo” es un veredero despropósito. 13 por ciento de los trabajadores mexicanos es muchísima gente; pero, sobre todo, no podemos perder de vista que estamos hablando de seres humanos que no están recibiendo lo que por elemental justicia deberían recibir. También es difícil pensar que dos de nuestros salarios mínimos –o tres o cuatro…- son un ingreso ideal para que un individuo cubra sus necesidades básicas y tenga además la posibilidad de desarrollar plenamente sus capacidades humanas

El pretexto esgrimido por la CTM –supuestamente una organización obrera- se escucha, mucho más entendiblemente, en las cámaras empresariales a la par de preocupaciones relacionadas con el aumento de los mínimos como la inflación, baja productividad o pérdida de inversiones. Pero contrario a la versión comúnmente aceptada entre los empresarios mexicanos, muchos de ellos también son también grandes perdedores de los injustos salarios mexicanos, sean mínimos o no mínimos. Un aumento gradual dinamitaría el mercado interno, generando crecimiento económico y produciendo más ingresos a muchas empresas y no tendría efectos inflacionarios relevantes. Por otra parte, condicionar los aumentos a mejoras en la productividad no puede ser un pretexto porque a los incrementos en la segunda no han correspondido mejoras en los primeros. Tampoco puede serlo la pérdida de inversiones, si por ellas entendemos capitales que buscan explotar nuestra mano de obra barata.

Los que sí ganan congelando los salarios son aquellos que no necesitan del crecimiento económico sostenido para aumentar sus ingresos – empresas como Grupo Higa- o quienes obtienen mayores ganancias cuando hay crecimiento raquítico –oligopolios, o compañías que vienen a explotar la mano de obra mexicana-. Tal parece que, al menos en este tema, las dirigencias de las cámaras suelen responder más a los intereses de sus cúpulas que a los del grueso de sus agremiados.

También ganan los propietarios del sistema de partidos mexicano. Las personas que viven en condiciones precarias son la carne de cañón que se disputan nuestros partidos políticos y los clientes que permiten que infinidad de programas sociales sean mecanismos de campaña permanente. La democracia también puede morir de hambre, y a la nuestra la está desahuciando su inanición. Es difícil pensar en una democracia auténtica cuando se mantiene a la mayor parte de la población en condiciones que les impiden hace valer su libertad positiva. El sostenido aumento en el salario real en parte de nuestra población a mediados del siglo XX formó parte de un coctel que terminó por indigestársele al PRI. Para qué volver a correr ese riesgo.

Amagando lucidez, en este sexenio tanto el PAN como el PRD han tomado por momentos al aumento del salario mínimo como bandera; aunque ambos partidos lo hicieron con tibieza y con poca disposición a empujar el tema de manera conjunta. Si el sistema de partidos mexicano no ha cumplido su tarea fundamental de explicitar este conflicto por los motivos citados en los párrafos anteriores. Pero también debemos considerar que los dirigentes de estos dos partidos, al igual que los de los demás –Morena aún está por verse-, siempre terminan por entenderse muy bien con los grandes capitales que se oponen a aumentar los salarios.

Una vez desindexado el salario mínimo, en 2016 tendría que iniciar un aumento que lo lleve a “satisfacer las necesidades normales de un jefe de familia, en el orden material, social y cultural, y para proveer a la educación obligatoria de los hijos”. Pero si una lección podemos tomar del pasado es que esto solo ocurrirá cuando el tema se enfoque desde una perspectiva de justicia y cuente con el apoyo solidario de la mayoría de los mexicanos.

@asalgadoborge

Antonio Salgado Borge

 

Antonio Salgado Borge
Candidato a Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Cuenta con maestrías en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y en Estudios Humanísticos (ITESM). Actualmente es tutor en la licenciatura en filosofía en la Universidad de Edimburgo. Fue profesor universitario en Yucatán y es columnista en Diario de Yucatán desde 2010.

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