JAVIER VALDEZ: SOMOS HOMICIDAS DEL MAÑANA

07/12/2012 - 12:00 am

El periodista que permaneció en su natal Sinaloa, para cronicar el infierno, tiene nuevo libro. Narra los levantones, esa artimaña de la muerte. Sus protagonistas: los dolientes esperanzados de una noticia de quien ya no está

Javier Valdez, periodista sinaloense, forjador de Río Doce, bajo la mirada del fotógrafo Antonio Cruz.

No es un santo. No es un héroe. Javier Valdez Cárdenas (Culiacán, Sinaloa, 1967) es lo que, podríamos decir, sencillamente un hombre. Quizás por eso es difícil hacer esta entrevista. Se trata de un colega de la misma edad, idénticas motivaciones, igual pasión por un oficio, el de periodista, que no ha elegido su circunstancia.

En medio de la absurda guerra en contra del narcotráfico, emprendida por el gobierno de Felipe Calderón, ni siquiera decidió hacerse corresponsal aventurero para contar desde el campo de batalla de qué lado cuecen las balas; es la sangre la que ha pasado por la puerta de su casa, es la gran herida abierta de miles y miles de torturados, desaparecidos y asesinados la que fue a buscarlo al escritorio de su redacción.

Javier Valdéz Cárdenas es el coordinador para la zona norte del país del semanario RíoDoce, el mismo que en 2011 recibió el premio Maria Moors Cabot,  por su cobertura en tiempos violentos y los peligros que esto significa para los periodistas, otorgado por la Universidad de Columbia.

Como cronista de la guerra caliente y sin sentido que ha dejado miles y miles de muertos en México, Valdez Cárdenas es gran conocedor de las entrañas de la violencia nacional.

Autor de libros como Miss Narco y Los morros, presenta ahora Levantones y desaparecidos del narco (Aguilar), una serie de reportajes sobre las tragedias del que es secuestrado y su cuerpo aparece al otro día hecho pedazos en algún rincón perdido del pueblo. De los que ven pero no quieren ver, de los que se salvan extraordinaria y milagrosamente porque ese no era su momento, de los dolientes familiares que esperan una noticia del que ya no está, del que aparece un buen día cuando nadie lo esperaba, del que se resiste a ser levantado, aferradas sus uñas a la tierra, descosida la garganta en un grito de auxilio que casi nunca es escuchado.

Levantones… es un libro difícil de leer. Su gran capital acumulativo produce náuseas y sinsabores, al quinto levantón, al sexto secuestro, uno siente que ya no puede más con tanta muerte injusta, con tanto cruel y sangriento desatino.

Precisamente, ese es el efecto que busca el libro: producir ese hartazgo que día a día viven los pobladores de las comunidades afectadas por la violencia, que de las páginas surja ese deseo de ¡Ya basta!, con que miles y miles de ciudadanos mexicanos amanecen, como si junto con el despertar sobreviniera el firme anhelo de seguir dormido hasta que toda esta pesadilla quede atrás.

Mientras tanto, alguien tiene que narrar el infierno.

RESULTA INSOPORTABLE

– Hay una acumulación un poco insoportable en el libro, uno siente con cada historia que cuentas, que no va a poder seguir leyendo…

– La verdad es que con ninguno de los libros que hago me planteo lograr determinado efecto en un lector. Pero cuando, como en este caso, lo ves terminado, a la distancia, te das cuenta de que, efectivamente, te cansas, el dolor cansa. La primera persona de mi confianza que leyó el libro me dijo que le dieron ganas de salir corriendo a abrazar a los familiares, de ir a decirles que no están solos, de ponerse en sus zapatos. El libro busca compartir el dolor de los familiares, de los afectados por la violencia. Sé que es un libro pesado, duro… Mi propio editor me dijo que era, en efecto, “tristísimo”. Así que estoy consciente de que mi trabajo provoca dolor, llanto, cansancio y si todos esos sentimientos se traducen en algo más, en alguna acción concreta, maravilloso.

– ¿Cuánto tiempo falta para que todo lo acontecido en la reciente guerra del narco en México sea visto y entendido como un genocidio?

– En mi opinión, nos estamos tardando. Además, veo una tendencia en los medios, en gran parte de la sociedad mexicana, de ir en el lado contrario, de andar como los caballos, yendo a la meta sin mirar a los costados; no queremos ver, no queremos que nos duela, no queremos saber. Hay una especie de resignación peligrosa entre muchos habitantes de este país y aunque entiendo que esa es una manera que mucha gente ha encontrado para poder sobrevivir en medio del horror, no la comparto. Nadie quiere involucrarse, comprometerse o encabronarse por lo que sucede en México. Eso es triste, preocupante e, insisto, peligroso. Incluso mucha gente me para en la calle para increparme por lo que llaman “otro libro sobre el narco”, como si hubiera muchas personas a las que les duele más contar lo que pasa que lo que pasa en sí.

– Tu libro es uno de los pocos que cuenta la historia desde el lado de las víctimas…

– Soy muy sensible al drama de las víctimas. Sufro mucho cuando hablo con la gente en las comunidades, cuando escucho a las personas contar sus historias, cuando escribo esas historias, cuando las vuelvo a leer. Me gustaría que el lector de mi libro tuviera también la necesidad de calzar los zapatos, por ejemplo, de esa señora a la que se le quemaron las suelas de tanto recorrer las carreteras en busca de su hijo en Coahuila. Me preocupan las personas. Si me dicen: eres un experto en narcotráfico, digo que no, que lo que en realidad tengo es un nudo en el corazón causado por las personas que se mueven de una manera u otra en el mundo del narcotráfico. Conocer la tristeza de los seres, sus dramas, nos hace ver el tema como algo humano y no como una cuestión de números o, de buenos y malos, tal cual el gobierno quiere imponernos.

– Cuánta gente que no tendrá su domingo de comida familiar, ni bautizará a sus hijos, ni podrá enterrar a sus padres, que no tendrá sueños por cumplir…

– Nadie cuenta lo que pasa en México. Ni la mejor crónica, ni la mejor historia, por supuesto, no me incluyo, pueden contar el infierno de las calles, de los hogares, de las plazuelas;  creo que el peor saldo se da entre los jóvenes y los niños. Crecen en medio de la guerra y llevan la muerte violenta asumida como muerte natural. ¿Qué clase de esposos y de padres serán si traen el apocalipsis galopando en sus venas? ¿Van a ser buenos profesionales, buenos maestros, buenos doctores? Esta guerra del narco nos ha convertido en homicidas del mañana, estamos matando el futuro de nuestro país. Pero nadie lo dice, el gobierno no asume su responsabilidad y la sociedad se voltea para otro lado.

– Hay un fenómeno, además, de cosificación. Decimos “los narcos”, “los asesinos”, “los muertos”…

Si no hay condiciones para vivir en este país, tampoco hay condiciones para hacer Periodismo. No quiero decir que los periodistas estamos en riesgo, porque creo que todos los habitantes de México estamos en riesgo, sobre todo por vivir en las zonas de conflictos que ya ocupan, desafortunadamente, casi todo el territorio. En este contexto, hay que decir que las víctimas también tienen o tenían sueños. Incluso ese matón que se olvidó de sí mismo y que mató al ser humano que tenía adentro.

– ¿Has podido ver el mal durante tu trabajo como cronista en el infierno?

– Sí, definitivamente hay gente mala, ese submundo del que habla el poeta Javier Sicilia, la galería del horror… Gente mala que es el fruto de tanta podredumbre, de tanta perdición, de estos pasos agigantados hacia el abismo. Del 2008 a la fecha este país ha envejecido como unos 20 años y permanecemos postrados, resignados, frente a lo que sucede en las calles.

– ¿Qué le pasa a las personas que hablan y cuentan sus historias en tu libro? ¿Cómo crees que se sienten?

– Bueno, en principio guardo todas las referencias posibles aunque ellas no me lo pidan. Hay muchos casos públicos, así que la identificación se hace inevitable. Lo que sucede en general es que el testimonio les permite una catarsis y así se sienten menos solos. Lo que noto en mis entrevistados es ese hartazgo por el conteo de muertos y de detenidos como si fueran cosas y no personas. Cuando te acercas a una víctima y le dices que quieres contar su vida, su lucha en la búsqueda de algún familiar desaparecido, se desborda el ser humano que habita en esa persona. Cuentan porque tienen necesidad de contar, de ser escuchados. Hay personas como Eloísa Pérez Cibrián (quien busca a su hijo albañil, de 18 años), a quien le dediqué el libro, que muchas veces está tentada de abandonar la búsqueda, porque como todavía cree que está vivo, en el fondo piensa que si grita fuerte por su aparición su hijo será todavía más torturado. Pero cuando pasan las horas, ella se convence otra vez de que “lo peor es quedarse callado”.

“SOLOS, PERDIDOS Y NAUFRAGANDO”

Como miembro fundador del semanario RíoDoce, Javier Valdez Cárdenas, ha sido elegido entre las 50 personas que mueven a México, por la revista Quién, una distinción que lo ha honrado y al mismo tiempo lo ha sorprendido por lo que tiene, valga la redundancia, de “sorprendente” para una persona que nunca trabajó pensando en un premio.

Su visión es la de un hombre y un profesional que ve cómo el Estado que debería proporcionarle seguridad y bienestar se desmorona sin remedio frente a sus ojos. Para él, México es un Estado totalmente rebasado por las circunstancias de una guerra que ninguno de los involucrados se ha parado a revisar.

En su opinión, si algo hubiera que imitarle a Colombia sería la voluntad de poner encima el país por sobre todas las cosas y de ese modo encerrar a políticos, dirigentes, toda esa sociedad civil que vive de sus vínculos con el narcotráfico.

“En Colombia detuvieron a alrededor de 200 diputados por su relación con el crimen y en ese sentido es que digo que el gobierno mexicano debe encerrar a los narcopolíticos, a los banqueros, a los empresarios ligados con el negocio de la droga”, dice con voz clara y firme.

– Además, el tema del lavado de dinero no es un tema nacional, sino mundial…

– No sé si escuchaste ese dicho de “se metió hasta la cocina”, mi impresión es que el crimen organizado se metió hasta la alcoba, ya traspasó incluso las fronteras de la cocina y convivimos con el narcotráfico. Hay incluso sectores de la sociedad “culichi” (de Culiacán) que se sienten orgullosos de sus narcotraficantes. Sentirse ufano por los criminales de tu comunidad me parece algo muy lamentable. Hay políticos, deportistas, artistas, que cobran su caché por medio de una maleta llena de dólares y nunca preguntan de dónde viene ese dinero…

– ¿Crees que el narco es una cultura en algunas zonas de nuestro país?

– Sí, lo creo. Está muy metido en las costumbres más arraigadas de muchas comunidades. La sensación es la de sentirte rodeado. Como en las películas del Oeste, no necesitas que alguien venga a pedirte que te rindas, ya sales de tu casa rendido.

– ¿Cómo se sienten los periodistas que como tú han decidido narrar desde el infierno?

– Solos, perdidos y naufragando. Aunque nunca lo decimos, así nos sentimos. Porque haces un trabajo muy fuerte de investigación, por ejemplo, ni siquiera sobre el narcotráfico, pero donde denuncias los dobles o triples salarios de algunos políticos y no pasa nada. Ningún diputado retoma el tema, ningún medio de la capital replica la noticia.

– Y el salario, además, de los reporteros, de los cronistas, es ínfimo…

– Bueno, soy uno de los dueños de RíoDoce y apenas si nos alcanza para la nómina de la gente y poco más. No tenemos deuda, pero no crecemos. Como uno de los dueños gano, aproximadamente, nueve mil 500 pesos al mes. Muchas veces escuchas a los empresarios de los medios periodísticos hablar de la seguridad en la profesión, pero se refieren en realidad al blindaje de sus oficinas, nunca de darle mejores pagas y condiciones de trabajo a los reporteros que andan en la calle.

– En ese contexto, ¿qué decirle a las nuevas generaciones? ¿Por qué empecinarse en ser periodista?

– Fundamentalmente, porque no hay realidad que pueda cortarte las alas. Al menos, no hay que permitirlo. Que ni sus jefes en las redacciones, ni los dueños de los periódicos, ni sus padres, ni el gobierno, les impidan apedrear las estrellas.

– ¿Hay corrupción en el periodismo?

– Sí, por supuesto. El narco también ha llegado a las redacciones, pero supondría una conducta criminal de mi parte meter a todos los compañeros muertos bajo sospecha. Como hay impunidad y el gobierno no investiga, doy por sentado que todos los periodistas asesinados o desaparecidos están limpios. Investigar a la víctima para echarle tierra encima no es lo justo, sin por ello dejar de decir que hay muchos vicios en el ejercicio de nuestra profesión.

– ¿Cómo contar los crímenes?
– Creo que hay que entender que el narcotráfico hace rato que dejó de ser un tema policial, aunque no lo vean así muchos colegas periodistas. Dicho esto, creo que hay que volver a lo humano y contar las historias desde los corazones de las personas que las protagonizan.

 

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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