Artes de México

REVISTA ARTES DE MÉXICO | Castañeda, tiempo a cuadros

07/10/2017 - 12:03 am

La obra de Alfredo Castañeda es un diálogo entre la poesía y la pintura. Mientras el lenguaje nos ayuda a entender el tema que refiere la pintura, los colores y sus imágenes nos llevan más allá de la interiorización del personae, que puntualmente ha sido definido en las palabras de introducción de Alberto Ruy Sánchez como la primera persona del poeta: autorretrato y personaje principal en la pintura. Agregaría: con discurso autobiográfico.

Por Ricardo Villalobos

Ciudad de México, 7 de octubre (SinEmbargo).- La complejidad de su obra reside en la definición abstracta del tiempo para el autor y lo más importante es que las horas se caracterizan no por los minutos o segundos, sino por el espacio que dedica a sus reflexiones. El ejemplo más claro se muestra en “Hora con el tiempo” en cuyos versos breves también está implícita la idea del tiempo que configura el autor: “no es el viento, es el tiempo el que siempre está soplando”. Su correspondiente pictórico nos muestra al personae frente a un espejo cuyo reflejo es su imagen actual. El marco rojo nos indica que el verdadero fondo del espejo es la razón de la pintura: un hombre joven, impetuoso, cuyo cabello (cuando había cabello) manifiesta el soplar del viento, una sonrisa debajo de una nube que también nos guiña en señal de complicidad con el espectador.

Los colores negro, rojo, verde y azul son parte de su lenguaje pictórico, una constante como la brevedad reflexiva de sus versos. El color negro con que viste al personaje nos habla de su personalidad, oscura y profunda, característica tan propia como la barba que nos infiere experiencia, elemento que, al igual que el sombrero, carga con orgullo; muestra el mutismo de su obra cuya articulación no vemos pero que es fundamental para su poesía, pues la pintura devela silencio pero sus poemas abren el diálogo. En “Hora para comulgar”, la hostia dibuja la boca en el centro, maquinaria donde el foco de la pintura se extiende en tres correspondientes de su poesía, simbología numérica siempre presente en su trabajo: “mirando en silencio su pedazo de pan,/ llevándolo lentamente hasta la boca,/ comiendo cada uno su propio misterio”. Todos los rostros del personae están unidos en uno solo, comparten los gerundios y en todos se oculta el mismo misterio que interioriza el artista. El centro, el color de la hostia, es negro, color que habla sobre la profundidad que lo define, parece decirnos que el artista comulga consigo mismo y con sus personajes alternos, alteridad que indica la diversidad de sus rostros, es decir, las facetas de sus pensamientos.

Portada de El libro de las horas. Foto: RAM

La realidad del artista se interpreta en reflexiones poéticas, las cuales aparecen en la forma del autorretrato; sin embargo, su universo no lo componen otros personajes, excepto el de una mujer, descrita con tonalidades en rojo, que también son un referente de la intensidad de sus pasiones. Así sucede en “Hora de ir acompañado”, en el que el rojo tenue (por encima de la “terrenalidad” representada en el verde del campo, elementos que podrían responden a una tradición rothkiana) rodea el tiempo y espacio de sus versos más románticos: “siempre te reconoceré”, “te elegiré cada tarde a ti sola”. Su pintura aporta un concepto de amor y comprensión basado en la profundidad de la mirada que la pareja se profesa; las manos del hombre sostienen un papalote de recuerdos descritos en la primera estrofa, “viento violento”, “brisa sin prisa”, y que forman lo etéreo de su cariño. Para la mujer, el viento y el tiempo recaen en sus manos dispuestas como unas alas parecidas a las de una mariposa.

El erotismo también se vincula con la temporalidad  y aunque el libro se distingue por la ausencia del libido, los pocos poemas y sus respectivas pinturas definen un concepto de sensualidad que va unido con el de compañía y complicidad. En “Hora sólo para amar”, el poeta personae cierra los ojos, en señal de saborear el placer del acto sexual con la mujer que ama, que transcurre “como el camino mayor/ el día mayor,/ el día eterno”. El poeta describe que resbala poco a poco hacia el interior del placer de amar, y en el sugestivo rostro del personaje representa la unión de ambas personalidades, el hombre recargado en el hombro de ella, los ojos cerrados en señal de entrega y despreocupación; por su parte el pintor retrata en la espalda de la mujer el cuerpo del personae: ambos unidos, entregados. Es muy sugerente que se ilumine la coincidencia de las caderas femeninas con la forma de un falo, todo enmarcado en círculo rojo y verde cuyo centro es el acto de amar.

El libro es un acertijo para entender las pasiones que inquietan al artista. El tiempo no es preciso aunque pueda delimitarse como un cuadro que enmarca la perspectiva, el hecho relatado. Para su pintura y su poesía el tiempo se abre a las sensaciones, reflexiones y enfrentamientos de la interioridad del poeta, aspectos cotidianos como trascendentales que, hora tras hora, se construyen como bloques en el transcurso de nuestra vida.

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