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Tomás Calvillo Unna

07/10/2015 - 12:02 am

El cambio por venir

No se puede adivinar el futuro político, pero la experiencia que deja conocer y asimilar el pasado permite prever algunos trazos importantes y advertir rumbos posibles. La salida del PRI en el año 2000 de la Presidencia de la República facilitó el re-acomodamiento de un status quo que requería una buena dosis de energía colectiva […]

No se puede adivinar el futuro político, pero la experiencia que deja conocer y asimilar el pasado permite prever algunos trazos importantes y advertir rumbos posibles.

La salida del PRI en el año 2000 de la Presidencia de la República facilitó el re-acomodamiento de un status quo que requería una buena dosis de energía colectiva para rehacer aspectos fundamentales del poder, que tenían que ver con darle mayor legitimidad al proceso acelerado de privatización de la economía y permitir que nuevos actores se incorporarán al mismo.

La globalización jugaba con nuevas reglas que obligaban a las elites a abrir los sistemas políticos autoritarios y remplazar los controles ideológicos de toda índole y policiacos represivos,  por el dominio del propio mercado y la dinámica de su cultura consumista y de su tecnología dominante que satisface en lo inmediato, o al menos provoca esa creencia, los reclamos de libertad.

El régimen democrático, las llamadas transiciones, como la mexicana, encarnaron esos procesos, no obstante, la pérdida del Estado como principal agente orientador o dominante en lo social, no encontró remplazo y en cambio sí dejó un gran vacío que el mercado indiferente y concentrado fundamentalmente en el concepto de la ganancia (incluso con la máxima de “a como dé lugar”) fomentó la violencia como instrumento de uso común para generar riqueza.

Las tareas tradicionales del Estado y sus responsabilidades se vieron debilitadas y degradadas hasta que sus instituciones, tanto a nivel de base como en sus cúspides se convirtieron en lugares estratégicos para realizar negocios de todo tipo: legales o ilegales. Ahí caminó la fusión entre política y crimen.

Toda esta dinámica, ciertamente no era predecible para muchos y sorprendió la manera tan brutal que afectó la vida cotidiana de millones de ciudadanos.  La sociedad política se atrapó a sí misma y los ciudadanos quedaron con sus manos machucadas cada vez que votaron.

Hoy aparece, otra vez, la figura del candidato independiente para tratar de recomponer o recuperar los anhelos democráticos destrozados. No obstante, si hemos aprendido algo de estos últimos años es que la elección de uno u otro candidato, de partido o independiente, no modifica el status quo que está sofocando al país.

Es necesaria una gran articulación, como varios lo han advertido, para primero, acotar y reducir drásticamente la violencia y la impunidad; y segundo, como lo han impulsado el obispo Vera o Cuauhtémoc Cárdenas, u otros adheridos a Morena y otras organizaciones políticas intensas de autonomía, se requiere un replanteamiento de raíz de la Nación llámese nueva constitución o constituyente; y tercero, los partidos políticos y los independientes y sus seguidores tendrán que participar también en todo ello de una u otra manera.

Las razones son evidentes si se entiende la época en que nos tocó vivir. Las nuevas diversidades requieren de una gran articulación colectiva, no de un frente único pero sí de un frente común, y esa es la tarea ciudadana que está en marcha y que muy pronto será una evidencia política.

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