¿Y a usted, se le queman los huevos?

07/09/2012 - 12:03 am

No me refiero a los tiempos de crisis de los huevos de Calderón, sino a las muy probablemente nulas capacidades en materia culinaria. Cena formal o informal, y usted no sabe preparar más que un arroz, algún potaje ya muy sobado y probado, el rollo de sushi o de aguacate con chicharrón o le parece mucho más sencillo acomodar papitas y cacahuates en platos de plástico. O ya de perdida cubitos de queso manchego. Algo de tomar y está usted listo para su reunión.

No sé cuántos se identifiquen, pero supongo que a más de uno se nos han quemado los huevos, el sándwich, las palomitas o el pan para la mermelada.

Tras mi último fracaso culinario en una cena informal, donde hice tres tortillas de patata, y una de ellas se doró de más por no decir quemar, me decidí a revertir mi orgullo herido. Me inscribí en unas clases de cocina, con dos chefs muy simpáticos. Cocina francesa, debo aclarar. Quizá debí haber empezado con un curso como “La guía básica para el entusiasta”.

Definitivamente el mundo de la cocina tiene millones de cosas que enseñarnos, y aparte nosotros tenemos que memorizarlas porque la cocina es tan perfeccionista, sentida y caprichosa como la villana o protagonista de alguna novela de Televisa.

Por ejemplo, me he enterado que la repostería debe ser exacta. Nada de que le pongo aquí más harina, le subo más al horno, le echo más huevo para que compense el kilo de harina extra que ya le eché y total, sale una masa tipo plastilina aguada, justo lo que querías para impresionar a la parentela.

Por eso se le llama el “arte de la repostería”. De verdad, es un arte. Uno que jamás dominaré.

Una vez inscrita en este curso de cocina, como primer menú, nos tocó hacer una tarta de cebolla y de poro, un pollo en una salsa blanca espesa y de postre unos choux rellenos de crema pastelera.

Hacer entre comillas, porque en este tipo de clase uno no mueve un dedo más que para comer. Un poco perdida, como todos los alumnos, había que brincar de una receta a otra y más o menos adivinar en qué paso iban; que si hay que “blanquear”, que si hay que “reservar”, que si hay que “desglasar”, que hay que comprar nuez moscada de la muy buena (y muy costosa). Y así seguirle con todos los ingredientes de una despensa común y corriente.

Haga de cuenta que si usted quiere ser chef, el mecanismo funciona un poco como el del club American Express, pero con la diferencia de que acá haces tu propio up-grade y te sale bastante caro. Es decir, tire todos sus frasquitos de hierbas y compre los gourmet.

Pero es incomparable tocar las masas –sin albur–, oler la reducción del vinto tinto con echalotes, los humos del tocino friéndose, inhalar los vapores que exhalan las ollas con pimiento, hoja de apio, clavo, todo esto para que el cuerpo memorice la experiencia.

Cuando terminamos, yo pedí doble porción de la tarta, triple porción del pollo en cacerola, con una guarnición francesa tradicional, champiñones, vainas de frijol, cebollas caramelizada. En verdad lo devoré.

Y finalmente los choux. Para el que no lo sepa, son unos simples bollos rellenos. Algún día los probé y no son mis favoritos pero debo reconocer que esta crema pastelera no estaba tan empalagosa. Bueno, sí, me comí dos. ¿Y qué?

Consideré seriamente llenar un formulario para solicitar el puesto de pinche para clases de cocina: yo lavo a cambio de que me dejen comer.

Salí rebotando de la clase por un café, sumamente emocionada. Tanto que embauqué a una amiga a ir a por los ingredientes y todo lo necesario para repetir esa experiencia de la tarta yo sola. El pollo se me hacía nivel 9. La tarta, fácil, dije.

Bueno, primer error: olvidar el poro ya pagado en el súper. Lo resolvimos con echarle chícharos. ¿Poro versus chícharos? Ni al caso.

Segundo error: amasar no es cosa de niños. Era verdad eso que dijo la maestra que si tu masa no tiene la consistencia adecuada, la tiras y empiezas otra. Pero yo dije, ¡no, vamos a salvarla! Y con esa nos fuimos y así nos fue.

Una tarta que en vez de los reglamentarios 30 minutos decidió pasarse dos horas y media en el horno, para salir humeante y robarle el nombre a la preparación del pollo, que en realidad era Fricassé de Pollo. Lo mío, lo mío fue una Tarta Fracasé.

Así que no, no llego más que a una aprendiz en serio, y concuerdo con el buen amigo Anthelme Brillat-Savarín cuando dice que se aprende a ser cocinero, pero se nace catador. Goloso pues.

¡Provecho! Y que no se le quemen los huevos, que están muy caros.

 

@mariagpalacios

http://marianagallardopalacios.wordpress.com/

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