Pedro Mellado Rodríguez
07/07/2023 - 12:05 am
Tiempos de tormentas
Este enfrentamiento desembocará en los comicios del domingo 2 de junio del 2024, cuando los mexicanos elegirán al nuevo responsable de la Presidencia de la República y al mismo tiempo tendrán que resolver la disyuntiva de consolidar el proyecto de la Cuarta Transformación o regresar al anterior régimen neoliberal, depredador y proverbialmente corrupto.
En los próximos 12 meses habrá tiempos de tormentas, pues se dará una gran batalla, entre dos bloques de la sociedad muy bien definidos: uno, que tendrá el respaldo mayoritario de los votos del pueblo, y otro que representará el salvaje poder del dinero y de los privilegios.
Este enfrentamiento desembocará en los comicios del domingo 2 de junio del 2024, cuando los mexicanos elegirán al nuevo responsable de la Presidencia de la República y al mismo tiempo tendrán que resolver la disyuntiva de consolidar el proyecto de la Cuarta Transformación o regresar al anterior régimen neoliberal, depredador y proverbialmente corrupto.
Algunos de los grandes riesgos, aunque el partido del Gobierno sea renuente a asumirlo y enfrentarlo, vendrán de adentro de Morena, de quienes estarían dispuestos a suavizar las posturas del actual régimen y tender puentes para regresar a las alianzas y las complicidades que durante las más recientes cuatro décadas lubricaron los privilegios en beneficio de una minoría, que entrevera los intereses de una clase política singularmente corrupta y obsequiosa, con los apetitos insaciables de una selecta cofradía del sector privado, que se acostumbró a hacer negocios fáciles, cómodos y extraordinariamente rentables, al amparo del poder público y, en muchos casos, con el dinero de los contribuyentes.
Muy abierta, para los usos y costumbres tradicionales del viejo régimen priista, la sucesión en marcha pone en la riesgosa senda de la ruptura y la traición al partido en el Gobierno. Todos los aspirantes se dicen comprometidos y leales al jefe político de Morena, el Presidente Andrés Manuel López Obrador. Pero, detrás de algunas actitudes sumisas y ladinas se oculta una enorme ambición y, detrás de esa desmesurada ambición, podría incubarse el virus de la traición.
En los viejos tiempos priístas, el presidente en turno elegía a su sucesor. Como lo asume y describe el expresidente José López Portillo y Pacheco, quien estuvo en el poder de 1976 a 1982 y entregó la Presidencia de la República a la cofradía de tecnócratas que impusieron en México el régimen neoliberal que durante 36 años privilegió en saqueo y la depredación voraz del dinero y los bienes públicos, en perjuicio de la mayoría del pueblo.
En Mis tiempos, sus libros de memorias publicados en 1988, José López Portillo recuerda aquellos días: “Los dos últimos posibles precandidatos eran Javier García Paniagua y Miguel de la Madrid. En el camino y por distintas razones fueron rezagándose los demás”. Agrega López Portillo: “Quedaron esos dos. Uno, para el caso que se desordenara el país por la crisis económica y se necesitara una mano fuerte y de sabia raíz popular; el otro, para el caso de que la expresión crítica fuera fundamentalmente financiera. Cómo esto último era lo que básicamente ocurría, el partido se fijó en quien, desde hacía dos regímenes, estaba vinculado, en distintos grados de responsabilidad, con el proceso de financiamiento del desarrollo y las políticas económicas, Miguel de la Madrid, en quien concurrían todas las cualidades y requisitos para la nominación”. (José López Portillo, Mis Tiempos, Tomo II, Fernández Editores, 1988, Páginas 1109 y 1110).
Sobre la nominación de Miguel de la Madrid Hurtado, López Portillo habla en Mis Tiempos y relata lo que sucedió el día del “destape”, el 25 de septiembre de 1981: “Precisamente el viernes pasado, 25 de este mes, el PRI nominó a Miguel de la Madrid. Me encomendó, como es costumbre, el trámite”.
Relata el exmandatario: “Directamente cité a García Paniagua (entonces presidente nacional del PRI) y a los representantes de los tres sectores, así como al presidente de los diputados, Luis M. Farías, y al de los senadores, Joaquín Gamboa Pascoe. Primero hable con Miguel, con él desayuné para ultimar detalles -a las 8 de la mañana-, a las 9 hablé con Javier García Paniagua. Hosco, pero leal y resuelto, aceptó las cosas como irremediables y me protestó lealtad. Después hablamos formalmente con los sectores, Fidel Velázquez (Sector Obrero, Confederación de Trabajadores de México), (Humberto) Lugo Gil (secretario general de la Confederación Nacional de Organizaciones Populares) y (Víctor) Cervera Pacheco (líder de la Confederación Nacional Campesina)”.
López Portillo concluye este pasaje: “Introduje a Miguel y los dejé arreglando las cosas. Después llevé a Miguel con Luis Farías y Joaquín Gamboa, y me fui al crucero con la Armada de México para recorrer el Caribe y el Golfo, hasta el domingo en la noche” (López Portillo, 1988, Op. Cit. Páginas 1108 y 1109).
Es obvia la confesión de López Portillo, que como factótum en la República, diseñó el ritual de la sucesión, en el cual él fue el único sumo sacerdote.
Como se acostumbraba en el viejo régimen, el ganador siempre se llevaba todo. De la Madrid le pidió a García Paniagua las posiciones clave en la dirigencia del partido para poner en ellas a su gente. García Paniagua decidió entregar de una vez todo el partido y renunció a la Presidencia del PRI.
Pedro Ojeda Paullada ocupó la presidencia del PRI; Manuel Bartlett Díaz se hizo cargo de la Secretaría General del partido; Miguel González Avelar se encargó del área de Prensa y Carlos Salinas de Gortari del Instituto de Estudios Políticos, Económicos y Sociales (IEPES).
García Paniagua había iniciado el sexenio de José López Portillo (1976-1982) de la mano del Secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles, quien lo hizo primero titular de la Dirección Federal de Seguridad y después, Subsecretario de la dependencia. El jalisciense cerró 1980 al frente de Secretaría de la Reforma Agraria y fue nombrado presidente nacional del PRI en marzo de 1981. Soñó entonces que podría ser Presidente de la República.
Después de perder la nominación presidencial, García Paniagua dejó la dirigencia del PRI el 15 de octubre de 1981, cuando López Portillo lo nombró Secretario del Trabajo. Durante 74 días el jalisciense ocupó ese cargo, hasta el 28 de diciembre de 1981, cuando fue relevado por Sergio García Ramírez. Durante los seis años del Gobierno de Miguel de la Madrid, García Paniagua estuvo retirado de la política.
Manuel Camacho, regente del Distrito Federal, lo rescató en 1988 al designarlo Secretario de Vialidad en el Gobierno capitalino, cargo en el que estuvo hasta 1991, cuando el Presidente Carlos Salinas lo nombró director de la Lotería Nacional. Ahí permaneció hasta 1993, cuando se retiró para no volver nunca más. Murió el martes 24 de noviembre de 1998, a las 63 años de edad.
El proceso actual tiene similitudes con el que dejó correr libremente el Presidente Lázaro Cárdenas del Río, para la sucesión presidencial de 1940, como relata el historiador Enrique Semo en el libro La Sucesión Presidencial en 1988, publicado por Editorial Grijalbo en 1987.
“La nacionalización del petróleo el 18 de marzo de 1938 y doce días más tarde la transformación del PNR (Partido Nacional Revolucionario) en PRM (Partido de la Revolución Mexicana), un partido que reconocía la lucha de clases y fijaba como uno de sus objetivos la instauración de la democracia obrera y el socialismo, fueron el momento culminante de la obra cardenista”, contextualiza el investigador.
Explica que “a fines del mismo año se abrió la sucesión presidencial y con ella, todas las fuerzas del país se movilizaron ya sea para frenar las reformas o para continuarlas. El país se dividió rápidamente en dos campos antagónicos”.
El también doctor en Historia Económica, advierte: “La derecha tomó la delantera. Dos meses después de la nacionalización, el General saturnino Cedillo se levantó en armas contra el Gobierno. Las organizaciones de derecha, algunas de ellas de franca orientación fascista, se multiplicaron. El diciembre del mismo año surgió el Partido Revolucionario Mexicano Anticomunista (PRAC) dirigido por Manuel Pérez Treviño, expresidente del PNR (Partido Nacional Revolucionario). Lo acompañaban el Partido Antireeleccionista, Vanguardia Nacionalista Mexicana, Frente Constitucional Democrático, Partido Nacional de Salvación Pública, etc. Pero la más importante de todas estas organizaciones fue la Unión Nacional Sinarquista que agrupaba a unos 300 mil miembros, la mayoría de ellos campesinos”.
Refiere Enrique Semo el surgimiento de una corriente denominada “las derechas de la revolución”, representadas por el Comité Revolucionario de Reconstrucción Nacional, que decidió, en 1939, respaldar la candidatura presidencial de Juan Andrew Almazán.
El historiador describe al personaje: “Guerrerense, miembro del Partido Nacional Revolucionario, Almazán era un caudillo de la Revolución, de fuerte arraigo popular, pero también un general enriquecido. Fue Secretario de Comunicaciones y Obras públicas, y después de serios conflictos con (Plutarco Elías) Calles y (Manuel ) Pérez Treviño se retiró a Monterrey como jefe de la zona militar. Allí estrechó sus vínculos con el famoso ‘Grupo Monterrey’ que había de brindarle apoyo para sus ambiciones presidenciales. También las compañías petroleras expropiadas, así como el nazifascismo alemán e italiano, irritados por la política exterior de Cárdenas, lo veían con simpatía” (Semo, 1987, Páginas 52 y 53).
El General Lázaro Cárdenas dejó a los aspirantes en un juego libre rumbo a la postulación presidencial para los comicios de 1940.
“Los esfuerzos de Cárdenas para postergar la agitación presidencialista fracasaron e inexorablemente su poder comenzó a declinar. A diferencia de lo que había de ocurrir en sucesiones posteriores, Cárdenas favoreció el ‘libre juego de las personalidades’ y para principios de 1939, las campañas de los precandidatos estaban ya en su apogeo. Tres eran las principales figuras que disputaban la nominación: Manuel Ávila Camacho, Francisco J. Mújica y Rafael Sánchez Tapia. El gabinete, las cámaras, los gobernadores, las centrales sindicales, las organizaciones campesinas, los colegios de profesionistas y el Ejército se vieron sacudidos por los esfuerzos que hacían cada uno de los precandidatos para ganarlos para su postulación”, relata el historiador.
Enrique Seno aclara cómo se definió la sucesión presidencial: “Ávila Camacho era el candidato más moderado, Mújica el más idóneo para continuar la obra de Cárdenas, y Tapia el más anodino. Al otorgar su apoyo al primero (a Avila Camacho), Cárdenas fue consecuente con la política esbozada frente a la ofensiva de la reacción. Para evitar la intervención extranjera y quizá la guerra civil, congeló las reformas estructurales y frenó a obreros y campesinos. Fue en esos dos años cuando la posibilidad de una vía popular a la modenización, basada en el auge de las cooperativas y la pequeña empresa, quedó definitivamente clausurada”. (Semo, 1987, Página 54).
El historiados hace una conclusión demoledora sobre ese periodo histórico: “En 1940 la derecha perdió las elecciones, pero ganó una gran batalla. Desde 1938 puso un alto a las reformas cardenistas y logró que el nuevo Presidente fuera un hombre favorable a sus intereses. Infligió una derrota duradera a la izquierda que no pudo presentar batalla, y consolidó su presencia dentro y fuera de la familia revolucionaria”. (Semo, 1987, Página 56 y 57).
Al hablar de la Cuarta Transformación y de la revolución de las conciencias, López Obrador confronta y desafía a la oligarquía que se sentía dueña del país. Vienen días cruciales, porque la derecha hará todo lo necesario para impedir la permanencia de Morena en el poder. Y cuando se trata de recuperar o defender sus privilegios, la oligarquía no conoce límites y usa todos sus recursos para destruir a sus enemigos. Por eso, se anticipan tiempos de tormenta. Marco Tulio Cicerón (106-43 a. C.), filósofo romano, advertía que la historia es testigo de los tiempos, luz de la verdad, vida de la memoria y maestra de la vida.
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