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Arnoldo Cuellar

07/06/2012 - 12:03 am

La involución priísta

El breve romance entre el PRI de Guanajuato y el ex presidente Vicente Fox, un flechazo de apenas dos días, sirvió para poner en evidencia el alto contenido de ocurrencias en la campaña presidencial de Enrique Peña Nieto y la ausencia de un mínimo plan estratégico por fuera de los diseñados en los despachos de […]

El breve romance entre el PRI de Guanajuato y el ex presidente Vicente Fox, un flechazo de apenas dos días, sirvió para poner en evidencia el alto contenido de ocurrencias en la campaña presidencial de Enrique Peña Nieto y la ausencia de un mínimo plan estratégico por fuera de los diseñados en los despachos de marketing político, los mismos que fueron puestos en quiebra por las manifestaciones de apenas unas decenas de miles de estudiantes en el país.

Una vez que ha quedado suficientemente claro que la orden para acudir en tropel a recibir un curso de capacitación en el Centro Fox para el centenar de candidatos a puestos federales y locales de esta entidad provino directamente del puente de mando de la campaña presidencial, allí es donde hay que enfocar las baterías sobre el significado de este episodio de las campañas.

No sólo lo expuso así la presencia del secretario de gestión social del CEN priísta, el poblano Juan Carlos Lastiri Quiroz, en la reunión en la que se instruyó a los candidatos de ese partido a acudir a la capacitación, sino también la de Guillermo Ruiz de Teresa, el operador de la campaña de Peña en Guanajuato.

Pero más aún, sólo una instrucción del candidato presidencial podría haber sometido a un antifoxista por antonomasia, como el candidato a gobernador Juan Ignacio Torres Landa, quien en su alocución a sus correligionarios reconoció ser uno de los más agraviados por Fox a lo largo de su carrera política, a la vez que los instaba a acatar la instrucción por aprovechar una coyuntura política.

Se trataba del mismo Juan Ignacio Torres Landa quien amenazó con insubordinar al priísmo guanajuatense cuando se barajó la posibilidad de enviar como candidato a la gubernatura al panista José Ángel Córdova Villalobos. El mismo Torres Landa que en esa ocasión le espetó a Miguel Osorio Chong: “a mí sólo me baja quien me subió a la contienda”, en referencia a Enrique Peña Nieto, al tiempo que llamaba al ex gobernador hidalguense “funcionario de cuarta”.

Ningún otro directivo priísta, por debajo del candidato, hubiese podido lograr el acatamiento a la orden de acudir a la realización del foro de capacitación sobre “defensa jurídica del voto”, justo el ángulo de la lucha electoral al que Vicente Fox le otorgó la menor importancia, frente al buen resultado que la movilización siempre le dio.

Por eso mismo resulta doblemente revelador el hecho de que se haya dado la contraorden para acudir al Centro Fox apenas se hizo público el tema en medios locales y nacionales. Otra vez, a quienes se encuentran en el puente de mando de la campaña de Peña Nieto no les importó usar al priísmo de Guanajuato, históricamente abandonado por sus dirigencias nacionales, como carne de cañón de sus devaneos tácticos, por llamarlos de alguna manera, y someterlo a órdenes y contraórdenes.

Aunque muchos candidatos priistas, incluyendo al propio Torres Landa, respiraron aliviados con la cancelación que les evitó un desgaste personal y un ridículo político, lo cierto es que este ir y venir de ocurrencias perpetradas en escritorios del búnker de Peña Nieto en la ciudad de México lo que exhiben es la falta atroz de visión estratégica y, por ende, lo errático de las directrices tácticas.

Y allí es donde se exhibe, precisamente, una de las mayores comprobaciones de lo que representa Enrique Peña Nieto, que no es ni con mucho un progreso de la forma tradicional de hacer política en el PRI.

Su mucho me apuran me parece que incluso hay un retroceso en este desdén hacia sus bases políticas, pues si bien en el viejo PRI la disciplina era el primer mandamiento, el segundo era el buen uso de la mano izquierda para construir consensos.

La nueva exhibición de formas imperiales de hacer política, donde el partido y sus militantes tienen el carácter de súbditos y no de ciudadanos; el eclecticismo para cooptar aliados que nada tienen para aportar más que el agradecimiento por el rescate de que son objeto; la incapacidad para negociaciones políticas que no impliquen complicidades; y la falta de respeto a la inteligencia de los priístas, todo ello no nos habla de otra cosa que una profundización de las deficiencias políticas del viejo PRI, agravadas por la falta de oficio político y una ignorancia histórica rampante.

La única modernidad, a todo esto, que ha puesto en juego el proyecto peñanietista es la que le han proporcionado sus afinadas alianzas con los monopolios mediáticos del país y la avanzada mercadotecnia de imagen que estos le han proporcionado.

Ese disfraz resultó sumamente útil hasta la mitad de la campaña pero finalmente mostró sus limitaciones, justo cuando empezó a necesitarse el ejercicio de la política.

Si el proyecto político de restauración que representa Enrique Peña Nieto naufraga más por sus propias limitaciones antes que por la presencia de escollos reales, no obstante su despliegue de recursos económicos y de alianzas con los grandes emporios de la comunicación, la lectura que deja es de una profunda preocupación, pues lo que hoy se presenta es apenas una pálida sombra de lo que vendrá cuando gobiernen, si es que llegan a hacerlo.

 

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Arnoldo Cuellar
Periodista, analista político. Reportero y columnista en medios escritos y electrónicos en Guanajuato y León desde 1981. Autor del blog Guanajuato Escenarios Políticos (arnoldocuellar.com).

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