Un debate “a la mexicana”

07/05/2012 - 12:03 am

Una de las grandes coartadas de la mediocridad nacional es creer que nuestro país es “distinto” ya sea por educación, raza, traumas históricos e incluso hasta por predestinación. De esa forma, quienes argumentan esto justifican que México no crezca o que otros sean mejores que nosotros –y ni se diga de aprender de las experiencias que otras naciones han tenido para lidiar con problemas semejantes a los que vivimos–.

Al respecto muchos ríos de tinta han dejado correr nuestros intelectuales para justificar nuestra “excepcionalidad”. Que si vivimos en un laberinto de soledad porque fuimos productos de una violación. Que si debajo de un barniz de modernidad acecha un violento y retrógrada México profundo esperando recuperar sus fueros. O tan sólo que así somos y “ya ni modo”.

Sin embargo, la realidad es distinta: tenemos un conjunto de reglas y creencias que fueron hechas para justificar a una clase política que, en realidad, no sería competitiva en otro país. Es decir, se nos ha hecho creer una imagen de “mexicanidad” que les legitima y reduce cuestionamientos al fomentar la resignación y la esperanza de que algún día elegiremos a los indicados.

Hace unos días tuvo lugar en Francia el debate entre Nicolas Sarkozy y François Hollande, quienes compitieron ayer por la Presidencia de Francia en segunda vuelta. En el debate, como se esperaría de este tipo de eventos, se dieron con todo. ¿Será porque ellos son franceses? ¿O porque están obligados a ser competitivos para ganar el voto popular? Si es así, ¿qué los hace comportarse de esa forma?

Antes de empezar, debemos ver a los debates como un recurso propagandístico más, en la medida que importa ganar la decisión del pueblo. Seamos honestos: nadie dice después de un debate si está de acuerdo o no con tal o cual propuesta, sino quién salió victorioso. De esa forma cuenta la imagen del candidato, su imagen corporal, sus ataques y su capacidad de defensa. Por lo tanto quienes quieren ver en los debates un ejercicio de libre discusión tal vez necesitan ajustar su apego a la realidad. La utilidad de los debates reside en que, gracias al contraste, ayudan a divulgar temas y a evaluar las capacidades de los candidatos.

Aunque las negociaciones previas entre los equipos de los candidatos se llegan a discutir asuntos como la temperatura del estudio, la distancia entre los candidatos, la toma de las cámaras y el tiempo de las rondas, se admite que la lucha por el poder es cruenta y sólo los más competitivos sobreviven. Por lo tanto no hay tácticas “buenas” o “malas” y la guerra será sucia de antemano. La diferencia es que se deja a que el ciudadano determine por sí mismo el éxito o el fracaso de cuanto se hizo para golpear al adversario –y cuando se le deja decidir suele ser más inteligente de lo que los políticos esperan–.

Por lo tanto, Sarkozy y Hollande no sólo contrastaron políticas, sino que se intercambiaron cumplidos como “pequeño calumniador” y descalificaron mutuamente las cifras que presentaron. También había mucha presión, pues se trataba de ganar no solo a los indecisos, sino el apoyo de los candidatos (y sus votantes) que se habían quedado en la primera ronda. Aunque al mismo tiempo tuvo lugar el clásico de futbol entre Saint Etienne contra Paris Saint Germain, se calcula que 20 millones de franceses prefirieron el debate. Y nadie amenazó con lanzarse desde la Torre Eiffel envuelto en la bandera para demandar transmisión en cadena nacional.

Antes de atribuir este escenario a la “francesidad”, conviene repasar algunos antecedentes de los candidatos.

Sarkozy fue alcalde el suburbio parisino de Neully de 1983 a 2002. Aunque fue protegido de Jaques Chirac al inicio de su carrera, cayó de su gracia cuando apoyó en 1995 al entonces primer ministro, Edouard Balleder, para la presidencia. A partir de ese punto Sarkozy nadó a contracorriente hasta 2007, cuando sucedió al propio Chirac.

Por su parte, Hollande ha sido legislador ante la Asamblea Nacional desde 1988 y presidió su partido de 1997 a 2008. Su ex esposa, Segolene Royal, compitió contra Sarkozy en 2007 y perdió el debate porque el hoy presidente la hizo desvariar. Y aunque Hollande no era el gran favorito de su partido, la caída de Dominique Strauss-Kahn del FMI le dejó la vía libre.

¿Pudo haber sido motivado el escándalo de Strauss-Kahn por el propio Sarkozy? No es descabellado, aunque el depuesto presidente del FMI no salió a la calle reclamando complot, fraude o que le arrebataron la candidatura “por la mala”: la lucha por el poder es cruenta y sólo los más aptos llegan al final –no hay nada personal a final de cuentas–.

¿Qué se puede sacar de estas breves semblanzas? De entrada que son personas acostumbradas a competir para ganar el puesto y permanecer ahí repetidas veces. Esto implica que no sólo están acostumbrados a rendir cuentas a sus votantes, sino que se enfrentan a la oposición en sus distritos o alcaldías y han mostrado la suficiente ambición y habilidad política para ascender.

Es aquí donde vemos la gran diferencia con México. Para empezar los partidos tienen el monopolio de los cargos de representación. Al no haber reelección inmediata de autoridades como en casi todas las democracias, un grupo de élites partidistas controlan los accesos a las candidaturas. Y si nadie compite por el mismo puesto la gente vota por el spot, el jingle y las promesas en lugar de revisar el desempeño como sucede en el resto del mundo.

Detengámonos un momento en ese último punto. ¿La evaluación es perfecta en otros países? No, pero en un ambiente de libertad de competencia la información a favor y en contra de los candidatos fluye sin restricciones, de tal forma que los votantes forman su opinión a través del contraste. Y ojo: en México, hay muchas limitaciones en la materia desde 2007 como la prohibición a las “campañas negativas” y a la compra de espacios en medios por parte de particulares.

Esto significa que quienes compiten por los cargos no son necesariamente competitivos, sino que han llegado a donde están por otros medios como las intrigas partidistas. Enrique Peña Nieto proviene de la aristocracia política mexiquense, fue diputado de mayoría por 13 meses antes de solicitar licencia para competir por la gubernatura y gobernó en un ambiente controlado en gran parte porque él decidía sobre las candidaturas locales. Antes de ser descubierta por los headhunters de Vicente Fox, Josefina Vázquez Mota era conferencista motivacional para el sector privado y aunque fue diputada en dos ocasiones, ambas fueron por la vía plurinominal. López Obrador sólo ha ganado una elección en su carrera y el resto del tiempo ha sabido construirse una imagen más o menos creíble de víctima del poder tanto en Tabasco como a nivel federal. Y Quadri es uno de los más acreditados expertos en materia ecológica de México.

Por lo tanto, las reglas del debate que tenemos, así como las leyes electorales, van totalmente de acuerdo a las capacidades que tendrían para enfrentar un escenario de plena competencia. Es decir, los partidos aprobaron un marco normativo que mejor se les ajusta. Si queremos otro tipo de escenarios, exijamos que lleguen personas más competitivas a través de la rendición de cuentas: hoy acceden quienes tienen la capacidad para ganar la candidatura según las reglas de sus respectivos partidos.

Fernando Dworak
Licenciado en Ciencia política por el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y maestro en Estudios legislativos en la Universidad de Hull, Reino Unido. Es coordinador y coautor de El legislador a examen. El debate sobre la reelección legislativa en México (FCE, 2003) y coautor con Xiuh Tenorio de Modernidad Vs. Retraso. Rezago de una Asamblea Legislativa en una ciudad de vanguardia (Polithink / 2 Tipos Móviles). Ha dictado cátedra en diversas instituciones académicas nacionales. Desde 2009 es coordinador académico del Diplomado en Planeación y Operación Legislativa del ITAM.
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