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Catalina Ruiz-Navarro

07/04/2015 - 12:03 am

Metafísica de la preñez

En un despliegue de cinismo que parece sacado de la picaresca, los diputados locales de Nuevo León aprobaron, en seguidilla, que se celebren el “Día de Respeto a la Vida Humana y al Niño que está por Nacer” (que en esta columna llamaremos “Día del Irrespeto al Derecho a la Vida de las Mujeres”) y […]

Foto: tomada de la red
Foto: tomada de la red

En un despliegue de cinismo que parece sacado de la picaresca, los diputados locales de Nuevo León aprobaron, en seguidilla, que se celebren el “Día de Respeto a la Vida Humana y al Niño que está por Nacer” (que en esta columna llamaremos “Día del Irrespeto al Derecho a la Vida de las Mujeres”) y el “Día Estatal contra la Homofobia” (que es una especie de fachada para justificar la evidente homofobia que no les permite legislar sobre el matrimonio igualitario). Así que en el tal día contra la homofobia se leerá entre líneas en todas las pancartas: “No odiamos a los homosexuales, simplemente no queremos que tengan los mismos derechos que nosotros, aunque paguen los mismos impuestos”.

La cosa no pasaría de anécdota cantinflesca sino fuera porque el absurdo día es una manera de construir legitimidad legislativa para modificar la Constitución del estado y así “proteger la vida desde la concepción”. Esto, como ya ha pasado en otros países, (más adelante hablaré del caso de Costa Rica) atenta contra los derechos sexuales y reproductivos de todos y todas, incluidas las parejas que necesiten reproducción asistida para concebir, parejas como la del gobernador de Nuevo León y su esposa, que siquiera alcanzaron a tener acceso a la inseminación artificial antes del exabrupto prohibicionista que se viene encima.

Pero, como señalar estas incongruencias es fácil, y para no naufragar en una queja por la estupidez anacrónica de estos diputados, me gustaría aprovechar la ocasión para darle una revisada lógica a los problemas de celebrar el día del “Respeto a la vida humana” o del “Niño que está por nacer” y de paso presentarles un par de argumentos hermosos que se están dando en el contexto del del debate sobre el aborto, desde el derecho y desde la filosofía.

Empecemos por decir que eso que gestan las mujeres en sus úteros no es un niño sino un feto, o un embrión, y que esa trampita del lenguaje (que para variar, no incluye a las mujeres) es clave para entender por qué no hay respeto a la vida humana al prohibir el aborto. Si bien feto y embrión están vivos, “son vida”, no son bebés, ni niños, ni siquiera personas, y sobre todo ¡no son individuos! pues la única forma posible de existencia que tienen es a través de un organismo que sí es persona y sujetos de derecho: la mujer.

Esto quiere decir que la vida es un derecho incremental: un embrión está vivo, pero no es viable hasta que esté implantado; un feto está vivo, pero no es autónomo, y hasta cierto punto del embarazo, su vida depende única y exclusivamente de estar contenido dentro de una persona. Esa persona, humana, viva, autónoma, con historias y proyectos, es quien finalmente es sujeto de derechos.

Así lo explica la Corte Interamericana en una sentencia de 2012 en la que falla contra el Estado costarricense que en el año 2000 prohibió la fertilización in vitro alegando que iba en contra del derecho a la vida, protegido desde la concepción. El Tribunal entendió “concepción” como “fecundación” (cuando óvulo y el espermatozoide se juntan) y afirmó que ese embrión era sujeto de derechos humanos. Lo que pasó en Costa Rica, que también pasará en Monterrey, es que proteger la vida desde la fecundación implica que todos los embriones que se originan en la fertilización in vitro son sujetos de derecho y como garantizar esos derechos es absurdo e imposible, Costa Rica tuvo que prohibir de tajo estos tratamientos. Es decir, las mujeres que sí quieren ser madres, pero tienen problemas para concebir, no podrán hacerlo.

Pero les tengo un argumento aún más bonito que el de la Corte Interamericana: la doctora en bioética Elselijn Kingma está llevando a cabo unas investigaciones que llama “la metafísica de la preñez”. Sin duda, la pregunta sobre las relaciones que se tejen al interior de un organismo preñado son metafísicas. Cuando los anti derechos gritan que “protegen la vida del niño por nacer” están haciendo una afirmación tonta pero que se inscribe dentro de las preguntas metafísicas sobre qué somos y qué es la vida.

Kingma señala que no se puede pensar el feto como un “pan dentro del horno” sino como parte simbiótica de un organismo preñado. Esto quiere decir que tenemos un organismo durante el embarazo, que en el momento del parto se divide y se convierte en dos organismos. (Aquí podemos tomar un momento para suspirar ante la belleza metafísica y física de que un uno pueda convertirse en dos. Ahora ríamos un poco al ver que esto lo han pasado por alto por alto -¿casi?- todos los metafísicos hombres, que históricamente han pensado el mundo con la cabeza de sus penes.)

Kingma explica que las mujeres no somos unos “contenedores de fetos”. El embarazo no es como si las mujeres se convirtieron en un contenedor, en donde hay un vacío y adentro está el feto. La relación parte-todo que se da aquí es mucho más problemática. Un feto no está contenido dentro de una mujer como un regalo está contenido dentro de una caja, están integrados de maneras complejas y en una relación simbiótica. Lo que sucede es que hay un organismo que está integrado de una manera dependendiente, e interactiva a otro organismo que, siendo autosuficiente, posibilita, padece y siente al otro organismo.

Esta relación no se rompe de manera tajante en el momento del parto, se necesita un proceso. Nacer, respirar, cortar el cordón umbilical, pero ni siquiera eso corta la relación simbiótica del todo, pues ahora un organismo tendrá que alimentar al otro, educarlo, enseñarle a vivir, y en algunos casos es posible que ese cordón umbilical conceptual no se corte nunca.

No existimos en el vacío ni como personas, ni como organismos, ni como entes metafísicos. Todos somos parte de un sistema orgánico. Todas las líneas que trazamos para diferenciar una cosa de la otra son construcciones culturales y sociales. Quizás a la postulación de Kingma habría que agregar que el organismo preñado tampoco existe separado de otros organismos (por ejemplo, fue necesario un ¿tercer o segundo? organismo para que un primer organismo entre en estado de preñez, y el organismo preñado necesitará un sistema de apoyo logístico y emocional (familia, pareja -que no necesariamente es el padre biológico) para sobrevivir de manera exitosa. Esto incluye a toda una sociedad que tendría que ayudar y proteger (en vez de discriminar y maltratar) a ese organismo preñado que se convertirá en dos organismos.

Es decir, ¿de qué sirve defender los “derechos” de un feto si no se pueden garantizar esos derechos cuando se convierte en bebé? ¿cómo defender los derechos de un feto cuando a la vez se atacan los derechos de la mujer que permite la existencia del feto y con quien forma un organismo complejo? Ahí les dejo las preguntas, señores diputados.

@Catalinapordios

Catalina Ruiz-Navarro
Feminista caribe-colombiana. Columnista semanal de El Espectador y El Heraldo. Co-conductora de (e)stereotipas (Estereotipas.com). Estudió Artes Visuales y Filosofía y tiene una maestría en Literatura; ejerce estas disciplinas como periodista.

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