Quitarse el condón furtivamente no solo puede tener consecuencias físicas; como la contracción de ETS o embarazos no deseados, sino también psicológicas, como el sentimiento de vergüenza o culpa.
Alemania, 7 marzo (Vice.com).- A veces, ponerle nombre a algo nos ayuda a entenderlo mejor. En esto, los anglosajones son expertos: el término “stealthing”, que alguien se quite sin consentimiento el condón que llevaba puesto durante el sexo.
No está muy extendido, pero seguramente habrá personas que lo hayan vivido. Un estudio llevado a cabo en Australia reveló que el 18 por ciento de las participantes habían denunciado esta práctica a la policía.
Quitarse el condón furtivamente no solo puede tener consecuencias físicas; como la contracción de ETS o embarazos no deseados, sino también psicológicas, como el sentimiento de vergüenza o culpa.
En entrevista con seis personas afectadas por esta fea costumbre, hubo quienes aseguraron que no identificaron del todo el problema hasta que lo vieron nombrado.
AVAAR, 26 AÑOS; TRABAJA EN UN MEDIO DE COMUNICACIÓN EN ÁMTERDAM
A los 20 años, tuve sexo con un hombre al que conocía porque éramos de la misma ciudad. Pese a no ser amigos, nos movíamos en los mismos círculos. Lo invité a casa y empezamos a besarnos. Al rato salió el tema de quién tomaría el papel activo. Solo me quedaba un condón y se lo ofrecí. Me sugirió que podíamos hacerlo sin condón, pero me negué. Cuando empezamos con el sexo, se detenía continuamente “para ajustarse el condón”. En un par de ocasiones le pregunté si se lo había quitado y dijo que no. Seguimos dándole un rato y al final, cuando me tumbé bocarriba, noté algo raro en mi espalda. Era el condón.
El sujeto se rió y dijo: “¡Ups! Se me habrá salido”. ¡Qué asco me dio! Le pregunté cuánto rato habíamos estado haciéndolo sin condón y me contestó que no lo sabía. Cuando le pedí que me dijera si tenía alguna ETS, se puso agresivo y empezó a gritar: “¿Te crees que soy tan rastrero? Si supiera que tengo algo, me habría detenido. Me ofende que dudes de mí”. La verdad es que no supe qué decir, así que le pedí que se fuera. Me dijo que lo olvidara y me prometió que la próxima vez se dejaría el condón puesto. Ya no quise volver a verlo. Justo antes de irse, para colmo, me dijo que era “un dramático”. Oír eso me hizo sentir enfermo. Luego fui a ducharme y estuve frotándome durante horas. También pedí cita para hacerme análisis.
Al día siguiente se lo conté a una amiga durante la comida. No se sorprendió tanto como imaginé y me dijo que exageraba un poco. Al final, me convencí de que no era para tanto y no se lo conté a nadie más. Me da la sensación de que en la comunidad gay se espera que tomes precauciones pero a la vez impera esa filosofía de: “Eres gay, deja de quejarte y practica sexo a lo loco”.
MONA, 28 AÑOS: DIRECTORA DE NUEVA YORK
Él era inglés, cortés y educado. Llegamos a su casa y me ofreció un té.
Cuando comenzamos a besarnos él no conseguía tener una erección y dijo que era por culpa del condón. Yo insistí en usarlo. Por muy educado que fuera, sabía que se había acostado con bastantes personas y no me apetecía tener que ir al médico. Estábamos sobre la cama y él se me puso encima. De repente, su problema de erección desapareció. Al cabo de un minuto, empecé a preocuparme y le pregunté si seguía llevando el condón puesto. Él sonrió inocentemente y dijo, “¿No es mejor así?”. Y la respuesta era que sí, claro, que a mí tampoco me gustan los condones. Pero la pregunta también era “¿Has oído hablar de la gonorrea? ¿Del herpes genital? ¿El VPH? ¿Las ladillas? ¿Has oído hablar de la crisis del sida? ¿Sabes de dónde vienen los bebés? ¿Es que nadie te ha enseñado a respetar? Ya sé que tienes buenos modales, pero ¿dónde los dejaste cuando decidiste metérmelo sin protección? ¿Los dejaste en la tetera?”.
No sabía que en inglés se usaba el término stealthing para referirse a esto, no me gusta. No me parece que describa realmente el acto. Suena más a un juego de manos elegante que a la violación oportunista que realmente es. Quizá sea mejor llamarlo por su nombre: agresión sexual.
ELISABETH, 46 AÑOS; TRABAJADORA AUTÓNOMA DE VIENA
Conocí a un alemán durante un concierto. Le dejé muy claro que no estaba tomando anticonceptivos hormonales, sino que usaba condones. Me dijo que por su parte no había problema, que la protección era importante. Acabamos en la cama en la primera cita y vi que trajo exactamente la misma marca de condón que yo. Le puse uno y nos acostamos. Luego, me dispuse a ir al baño y le pedí que me diera el condón usado. Él apuntó al extremo de la cama y dijo que se lo había quitado “porque no se sentía cómodo”. Salté de la cama y noté que algo se deslizaba hacia bajo en mis piernas.
Sabía que estaba ovulando. Le grité horrorizada y furiosa. Él se apartó de mí y no dijo nada.
Quedé embarazada. En aquella época, era madre soltera de dos niños y no podía tener un tercero. Él no me creyó. Dijo que nunca antes había dejado preñada a una mujer y que cómo sabía él que era suyo. Yo no tenía dinero suficiente para pagar el aborto, que costaba casi $500 dólares. Inventé una excusa, le pedí dinero prestado a mi padre y me sometí al procedimiento.
Envié una copia de la factura a la dirección del trabajo de aquel hombre, junto con una captura de pantalla del mensaje que me había mandado diciendo lo importante que era para él usar condón y mi número de cuenta. También le advertí que la próxima vez tal vez se me olvidaría escribir “correspondencia personal” en el sobre. Al final me hizo una transferencia de la mitad del costo del aborto. A mí me habría gustado que me devolviera todo el importe, claro, pero al menos así recuperé el control sobre mi vida.
NINA, 32 AÑOS; TRABAJA EN PUBLICIDAD EN LONDRES
Después de la fiesta de Navidad de mi empresa, mi jefe y yo acabamos en mi casa. Él estaba casado, pero me dijo que tenía una relación “abierta”.
Le di un condón y le dije que no estaba tomando la píldora. Acabamos bastante rápido y nos quedamos un rato tumbados. Cuando me levanté para ir al baño, vi el condón en el suelo. Confundida, le pregunté si había eyaculado. “Ah, se me salió el condón. Eyaculé dentro de ti pero no te preocupes, estoy limpio”, fue su respuesta.
Me asusté y empecé a explicarle a gritos por qué era una putada lo que había hecho. Consulté la aplicación que uso para seguir mi ciclo y la cosa empeoró cuando vi que estaba ovulando. En ese momento entré en una crisis absoluta.
Me dijo, como si nada, que me tomara la pastilla del día siguiente, algo que no he hecho en diez años porque no es un método anticonceptivo que me guste. Parecía que las consecuencias de su decisión no le importaban en lo más mínimo. Se fue a casa y yo me metí en la cama. Al día siguiente me desperté con remordimientos y arrepentimiento.
Para empezar, no es muy buena idea acostarte con tu jefe casado. Pero lo peor era tener que cruzármelo en el trabajo, sabiendo que aquella noche terminó de una forma no consensuada.
MIRKO, 27 AÑOS; TRABAJADOR SOCIAL DE VIENA
Había quedado en salir con un tipo de treinta y tantos por Grindr. Nos emborrachamos y no me di cuenta de que se había quitado el condón mientras lo hacíamos, pero noté que eyaculó dentro de mí. Me enojé muchísimo y él intentó calmarme. Lo eché de casa sin darle tiempo siquiera a vestirse y le lancé su ropa.
Al día siguiente, asimilé lo que había pasado y le escribí un mensaje. Me bloqueó, lo cual me pareció muy ruin. En aquel entonces no conocía la PPrE, y durante las seis semanas que tuve que esperar para hacerme las pruebas la pasé fatal. Al final el resultado fue negativo.
LISA, 30 AÑOS, ESTUDIANTE DE MEDICINA EN MELBOURNE
Me acosté con el amigo de un amigo. Parecía muy galante. Luego me di cuenta de que el condón que llevaba puesto ya no estaba. Yo era joven y recuerdo que solté una risa nerviosa cuando me confesó lo que había hecho, diciendo algo como “¡Ups! Me me porté mal”.
Me estaba tomando la píldora, pero eso él no lo sabía. Pasaron años hasta que entendí el mensaje que expresaba esa actitud: “Me importa una mierda si te embarazas o adquieres una enfermedad. Mi placer momentáneo es más importante que tu bienestar”.