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Jorge Alberto Gudiño Hernández

07/03/2015 - 12:00 am

La ilusión y la desesperanza

Por asuntos de trabajo, cada tanto tengo temporadas en que me toca viajar varias veces en taxi. Debo confesar que me gusta: no debo angustiarme por el recorrido, voy sentado cómodamente y me hacen plática. Mucha. A los taxistas les encanta hablar. Supongo que por el hecho de estar encerrados demasiadas horas al día dentro […]

Por asuntos de trabajo, cada tanto tengo temporadas en que me toca viajar varias veces en taxi. Debo confesar que me gusta: no debo angustiarme por el recorrido, voy sentado cómodamente y me hacen plática. Mucha. A los taxistas les encanta hablar. Supongo que por el hecho de estar encerrados demasiadas horas al día dentro de sus vehículos.

         Las pláticas se van volviendo cíclicas. Es muy sencillo enterarse que, cuando menos, hacen turnos de doce horas seguidas. Al menos, si no es su coche el que manejan. De lo contrario, a veces salen por la mañana y vuelven hasta después de medianoche. Con todos los problemas que puede haber en el sistema de emplacamiento, en la existencia de taxis piratas y los riesgos que corren por transportar a desconocidos, lo cierto es que son personas muy trabajadoras. Algunos están adscritos a un sitio de taxis y, además, están suscritos a varias de las aplicaciones mediante las cuales un usuario apenas necesita teclear unos cuantos datos en su teléfono celular para conseguir un servicio a los pocos minutos.

         Las cosas están duras. Las tarifas no alcanzan para cubrir los gastos y ya no se pueden dar el lujo de estar parados en los sitios o en dar vueltas sin pasaje. Así pues, recogen gente en la calle, en el sitio o acuden a toda velocidad para ganarse un servicio que parpadea en la pantalla de sus teléfonos.

         Todo con tal de ganar un poco más. Es cuando entra en juego la ilusión. Me han contado varios taxistas historias tristes. Como la de aquél que tuvo que vender sus dos unidades porque un familiar se enfermó. Ahora trabaja un coche ajeno y debe pagar las cuotas. Pero no se preocupa demasiado. Ha estado ahorrando. Todavía le falta mucho porque le quedaron deudas pendientes. Estima, sin embargo, que terminará de pagarlas este año y, entonces sí, podrá trabajar otro año para hacerse de un colchoncito que le permita dar el enganche de un coche nuevo… aunque no sea del año, confiesa.

         ¿Y luego? Luego la ilusión se desborda. Pronto hablan de proyectos a futuro, de una segunda unidad, de comprarse una casita. Al fin que sólo es cosa de echarle ganas. Muchas ganas. Trabajar catorce horas diarias de lunes a jueves. Echarle más ganas el fin de semana porque es cuando se requieren más servicios en la madrugada y ésos están mejor pagados. Algún día quizá puedan llevarse de vacaciones a la familia.

         Confieso sin pudor que a mí también suele ganarme la ilusión. Supongo que porque me dedico a escribir ficciones. No me es difícil imaginarme en un futuro lleno de posibilidades. Casas y coches, por supuesto, pero no sólo materiales. Algunas son de índole personal, otras profesionales, las más incluyen a mi familia completa. Da igual. Fantaseamos porque no estamos del todo conformes con nuestro presente, por maravilloso que pueda parecer.

         El problema viene cuando la realidad se entromete en nuestras fabulaciones. Es muy fácil, por volver con los taxistas, que un día choquen, que deban tener parado el coche varios días. Entonces el pequeño ahorro desaparece sin más. Y un choque leve es una de las cosas más comunes y menos graves; piénsese en el taxista que debió vender sus dos automóviles. De ahí la desesperanza. Insisto, han trabajado semanas de ochenta o noventa horas, más del doble de lo habitual y, por un incidente fuera de su alcance, de pronto vuelven a estar sin nada.

         Sin duda algo está mal en un sistema económico como el nuestro. Un sistema que obliga a trabajar en exceso para vivir en la angustia. Pese a ello, siempre resulta motivador escuchar a los taxistas como, supongo, resultaría platicar con quienes desempeñan otros oficios. A fin de cuentas, desde la tranquilidad de mi escritorio, con un café al lado, mis jornadas parecen y son mucho menos exigentes que las de ellos. Tal vez debo dejar de ocuparme de esas fantasías para volcarme al trabajo: uno nunca sabe cuándo llegará el próximo choque de coches, la siguiente enfermedad, ese suceso aciago que nos cambie la vida por completo.

         Tampoco debo dejarme llevar por la desesperanza. Tal vez ése sea el problema: vivimos con un pie en la fantasía y el otro en la desgracia. La culpa es del sistema: no nos da las garantías necesarias de que responderá cuando lo necesitemos. La próxima vez que suba a un taxi, escucharé una nueva historia, con la conciencia plena de que tiene mucho de repetición y desencanto escondido en la fantasía. A fin de cuentas, vivimos de la ilusión y su ejercicio es un privilegio que ni los días más aciagos alcanzan a arrebatarnos.

Twitter: @latertuliared

Fb: Jorge Alberto Gudiño Hernández

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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