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Jorge Alberto Gudiño Hernández

07/02/2015 - 12:01 am

Para escribir un texto

Mucho se ha dicho alrededor de los libros electrónicos. Las posturas se contraponen. Por un lado, están los defensores a ultranza del libro en su formato impreso. Por el otro, quienes hablan de las incuestionables virtudes del formato digital. Mi postura es clara al respecto: aunque prefiero leer en papel, a veces lo hago en […]

Mucho se ha dicho alrededor de los libros electrónicos. Las posturas se contraponen. Por un lado, están los defensores a ultranza del libro en su formato impreso. Por el otro, quienes hablan de las incuestionables virtudes del formato digital. Mi postura es clara al respecto: aunque prefiero leer en papel, a veces lo hago en formato electrónico. A fin de cuentas, son sólo diferentes plataformas de una misma cosa, el libro.

Ahora bien, las nuevas (y no tan nuevas) tecnologías también han modificado el proceso que antecede a la lectura. Y no sólo me refiero a la edición para la cual cada vez hay más herramientas. Hablo de la escritura.

Durante siglos se escribió a mano toda vez que no existían otras formas de hacerlo. La máquina de escribir permitió una mayor legibilidad de los originales y cierto nivel de homogeneidad entre ellos. También posibilitó algo que no suele considerarse mucho pero resulta fundamental: se comenzó a escribir más rápido.

La máquina eléctrica y, por supuesto, la computadora, permitieron que esto se exacerbara. Y la escritura cambió. En dos sentidos.

Al menos, ése fue mi caso. Me tocó vivir la transición. En secundaria tomé taller de mecanografía. Llevábamos nuestras propias máquinas portátiles. Mecánicas, por supuesto. Las mismas cuyas teclas debían estar cubiertas para que no pudiera verlas. Era una suerte de tortura para la que ingeniábamos métodos de escape. A la larga, la mirada acusadora de la maestra consiguió que escribiéramos sin necesidad de ver el teclado. Algo que aún agradezco. Para la prepa ya tenía una maquina eléctrica que, incluso, justificaba los renglones. Las teclas suaves permitían volar sobre el teclado. La cinta correctora, equivocarse más seguido. Con la computadora esto se exacerbó. Y cada vez más: ahora no sólo puedo escribir rápido, sin ver, sin cansarme apenas, sino que, además, se ofrece a corregirme ortografía y gramática.

Por eso escribo mis novelas a mano.

Sé que parece un contrasentido pero me funciona. Por las mismas dos razones que mencioné hace rato y que, a fin de cuentas, se resumen en una sola: si escribo a mano pienso más. No me he cronometrado pero sé que una misma cuartilla escrita a mano tarda entre dos y tres veces más de lo que me tomaría transcribirla en computadora. Y eso me permite pensar en cada palabra y no teclear sin ton ni son. Eso es algo que, confieso, me ha sucedido. Sobre todo escribiendo trabajos o tareas, textos sin mucha importancia. Los dedos parecen lanzarse tras su presa sin mayor mediación. Sale un texto producto del oficio pero con muchas deficiencias.

La otra razón es casi la misma. Dado que la computadora me permite escribir tanto para atrás como para adelante, mis niveles de concentración bajan. Me refiero, por supuesto, al asunto de los equívocos. La posibilidad de borrar, de forma casi instantánea, un error, un dedazo o una errata, cambia ciertos parámetros en mi escritura. Si recuerdo las clases de mecanografía de la secundaria, donde nos hacían copiar frases absurdas cuya virtud era que todas tenían la extensión justa de un renglón, viene a mi mente el terror al equívoco. No era fácil corregir. Uno debía pensar cada tecla, cada palabra, cada frase. Sobre todo, porque, a veces, la tortura consistía en escribir el original y tres copias, sacadas con papel carbón. Copias en las que era imposible corregir.

Así es que escribiendo a mano no sólo lo hago más lento, lo que me permite pensar con más calma sino que lo hago más concentrado (los dedazos sobre el cuaderno son una cosa francamente extraña). Para activar la analogía plena con los libros de papel y los digitales, debo decir que también me parece mucho más romántica la idea de la pluma, del trazo, del fluir de la tinta. Eso sí, sólo lo hago con los cuentos y las novelas. Es como consentirme un poco, lo confieso. Aunque, en mi fuero interno, considero que así me saldrán mejores textos. No seré yo quien los juzgue.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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